EL 7 DE ABRIL DEL AÑO 30 d.C.
MUERE EN LA CRUZ JESÚS DE NAZARET
El problema está en que la fe tiene que tener en cuenta la historia. Creer no es un salto al vacío. La fe cristiana no es una hipnosis, no es un conocimiento esotérico. Es la adhesión a alguien que nació y murió en este mundo. Por lo tanto, creer en él implica conocer su vida y su historia.
Armand Puig
No pretende ser este artículo una biografía clásica de uno de los personajes que ejercieron profunda y duradera influencia en la historia de la humanidad. Se procurará clarificar solamente algunos aspectos de la vida de Jesús como hombre de carne y hueso, evitando todo arrebato apasionado de índole confesional o visión atea que distorsione la búsqueda de una verdad historiográfica.
INTRODUCCIÓN
Se especula que una biografía es una empresa fácil. Sin embargo, está llena de riesgos, más aún en este delicado caso y ante la escasa documentación en gran parte teñida de deformaciones impuestas por las distintas corrientes teológicas y místicas que convergen en el emblemático personaje.
No existe siquiera precisión acerca de las fechas de su nacimiento y muerte, ya que diferentes fuentes dan su nacimiento entre los años 6 y 4 antes de nuestra era y su muerte posiblemente en el mes de abril del año 30 de nuestra era, tampoco del período de su vida desde la infancia hasta aproximadamente los 27 años, cuando encara una corta pero intensa vida pública. A pesar de esto, casi todas coinciden en su existencia real y desechan la teoría de que Jesús sea un mito creado por los Evangelios.
Quedan entonces descartadas otras fuentes minoritarias que afirman esta última posibilidad, como la sostenida por George A. Wells y Alvard Ellegard, que toma y desarrolla ampliamente Finngeir Hiorth en Ediciones de Filosofía Aplicada.
Los Evangelios Cristianos, antiguos documentos escritos por cuatro de sus discípulos Mateo, Marcos, Lucas y Juan (aproximadamente entre 30 y 40 años después de la muerte de Cristo), brindan una primera aproximación al profeta, aunque sin reunir precisiones históricas sobre su vida, obra, actos, dichos y hechos, de los cuales no ha quedado otra documentación escrita ni repositorios que permitan arribar a la exactitud deseada.
LAS FUENTES
Las distintas fuentes a que tiene acceso el investigador, tanto confesional como convencional, difieren considerablemente entre sí, y se encuentran impregnadas de propósitos sectoriales que entorpecen la búsqueda.
El historiador hebreo Flavio Josefo habla de Jesús en un relato dedicado a la muerte de Jacobo (hermano del profeta). Si bien se perciben huellas de interpolación de hechos, registra muchos elementos que parecen auténticos, especialmente sobre su sabiduría y los potenciales milagros en el Monte de los Olivos, sitio en el que se estableció junto a sus discípulos, y los referidos a su fatal muerte en la cruz.
Las fuentes cristianas son más abundantes, aunque se remiten sobre todo a los evangelios canónicos y a las epístolas de Pablo, que aun con diferencias entre sí, aportan elementos que permiten al menos encarar una investigación seria de sus acciones, discursos, parábolas y comentarios proféticos situados en los ambientes de la Galilea.
Entre la persona objeto del estudio y los documentos conocidos, se levantan a menudo intermediarios anónimos, cuyas intenciones no resultan lo suficientemente claras. Esta dificultad se observa tanto en las fuentes cristianas conservadoras como en las más radicales.
LA ÉPOCA
La vida de Jesús transcurre con posterioridad a la conquista de Jerusalén por Pompeyo (año 63 a. C.), que puso fin a la cierta independencia religiosa y política hebrea en la zona, y con la cual los territorios palestinos pasaron a integrar el extendido Imperio Romano.
Estos territorios, aunque considerados una lejana comarca de escasa importancia, eran sin embargo el anillo indispensable para las comunicaciones entre Egipto y Siria. Además, Palestina era por esos días noticia debido al estado de tensión suscitada por los abusos del procurador Poncio Pilatos (años 26 a 36 d. C.), y debido también a la prosperidad que se advertía en aquella área, dedicada a la agricultura y a la pesca.
A poco de su nacimiento la familia debe huir a Egipto a fin de evadir la matanza desatada por Herodes de todos los niños menores de dos años, en procura de eliminar al supuesto hijo de Dios en la tierra que amenazaría su poder omnímodo.
Por entonces surgía en el lugar una nueva institución religiosa, la sinagoga, donde los rabinos (sacerdotes-maestros) ejercían una rígida posición conservadora en materia de fe. Será Juan el Bautista primero y Jesucristo después quienes vendrán a erigirse como herederos y adversarios de aquella forma de religión en Galilea y Judea.
Comienza así la corta vida pública de Jesús, de aproximadamente tres años, desde su bautismo en el año 27 d. C. hasta su muerte.
Casi nada se sabe de Jesús hasta el acto de su bautismo. El profeta emprende a partir de ese momento una meteórica carrera como hábil predicador itinerante de origen judío. Comienza por cuestionar fuertemente las desviaciones y los métodos implementados por el sacerdocio y las sectas de entonces, especialmente la de los fariseos, que dominaban el judaísmo en rivalidad con los esenios, secta a la que perteneció Jesús.
Intentó cambiar muchas prácticas semisalvajes de la época, propagando una nueva doctrina de amor y comprensión, lo que le valió el rechazo de las jerarquías y la persecución hasta llegar a su detención y ajusticiamiento.
LAS DUDAS
La duda, como método descartiano, es un extraordinario aliado del investigador, porque obliga a dilucidar una primera y gran cuestión emblemática de religiosos, cristianos y ateos: ¿era Jesús un revolucionario, tal como se conoce hoy el concepto? Si bien Jesús criticaba los métodos ortodoxos de la iglesia de entonces, y el apego a la riqueza y a la propiedad privada, no llegaba a cuestionar el poder absoluto del Imperio, ni el desmedido tributo al César. A él se le atribuye la frase: “Pagad pues a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”; tampoco discutió las leyes de Moisés que consideraban normal la esclavitud.
A pesar de eso es elogiable la digna actitud sostenida frente a los mercaderes: “Estaba cerca la Pascua de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén, y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas allí sentados. Y haciendo un azote con cuerdas, echó fuera del templo a todos y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas y volcó las mesas, y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí eso, no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado.” (S. Juan 2-13 a 16).
Este acto de expulsión de los mercaderes del templo, en el final de su carrera pública, fue tal vez considerado por Herodes Antípas -el más importante de los príncipes judíos de Palestina- como una amenaza concreta a su autoridad moral. Finalmente, tras la “Ultima Cena” con sus discípulos, uno de los que los cuales – Judas- lo habría delatado (por 30 monedas), Jesucristo es detenido por orden del gobernador Poncio Pilatos, acusado de pretender reinar sobre el pueblo judío.
Como era costumbre al acercarse las pascuas judías, se liberaba a un preso. El gobernador Pilatos propone al pueblo la opción de salvar a Jesús o a Barrabás (Bar-Abbas, en arameo: hijo del padre), para algunos un ladrón, para otros un rebelde que había atentado contra el poder de Roma (los mismos cuatro evangelios difieren en calificarlo). El pueblo elige salvar a Bar-Abbas.
¿Era tal la implantación popular de Jesús o existe una confusión semántica con “Jesús Bar Abbas”? El episodio queda en una zona borrosa pero marca el final para Jesucristo; de allí surgiría el dicho “nadie es profeta en su tierra”.
Golpeado brutalmente por los guardias, como era la práctica para con los condenados, es conducido hasta la colina del Gólgota (o Calvario), fuera de los muros del Noroeste de Jerusalén para su crucifixión, una terrible muerte reservada por los romanos para los esclavos que osaban rebelarse de su condición de tales.
Consistía en aferrarlos a una viga horizontal en la que permanecían horas, librados al cruel sufrimiento hasta que sobrevenía indefectiblemente la muerte por síncope u otra causa.
Así habría sido el fin de Jesucristo, según muchas fuentes rodeado de las mujeres discípulas, entre ellas María Magdalena (a la que algunos autores recientes dan como compañera o esposa de Jesús). Ciertos autores señalan que su madre se encontraba entre ellas, otros lo omiten.
La desaparición del cadáver del sepulcro, así como su aparición posterior ante los discípulos, abona una hipótesis poco conocida, sostenida por Elías Castelnuovo, en la que Jesús es colocado en el sepulcro aún con vida, curado y rescatado para vivir en el anonimato. En cambio, el mensaje de la resurrección, al entrar en el exclusivo terreno místico y religioso, no admite comentarios, al menos de carácter científico.
Sus apóstoles se refugiaron en Galilea, temerosos de correr la misma suerte que Jesús, al igual que María su madre, y sus hermanos, los que supuestamente retoman más adelante la actividad pastoral logrando con el tiempo afianzar la nueva religión -el cristianismo-. Como doctrina perdura hasta nuestros días y ha trascendido Galilea y Palestina hasta expandirse por el mundo, aunque con escasa relevancia en aquella región.
ALGUNAS CONTRACICIONES
¿Por qué la veneración de la cruz, un elemento de brutal tortura y muerte, así como la similar señal con que se persignan los fieles?
¿Qué hubiera ocurrido si Jesús en lugar de la cruz, terminaba su vida, (salvando distancias), fusilado o en la guillotina? ¿Se reverenciaría entonces a alguno de tales elementos?
Ocurre que los seres humanos, al igual que los animales, tenemos reflejos condicionados y muchas veces actuamos y hacemos cosas casi inconscientemente, como especie de mascotas adormecidas.
Otra contradicción, tema un tanto tabú para los cristianos, es el excesivo lujo y riquezas con que se ornamentan los templos, igual que el vestuario de los papas y cardenales, cosas éstas que contrastan con la humildad, no sólo moral sino también material de Jesús y los suyos.
Pero los cargos más graves contra la religión que fundó Jesús son las llamadas “Cruzadas”, verdaderos aparatos militares eclesiásticos lanzados en la Edad Media a la conquista territorial, y el terrible “Tribunal divino” de la Santa Inquisición, que juzgaba a los culpables de no pensar igual a ellos. Para los que se habilitó la hoguera, a la que fueron a parar miles de inocentes.
¿Bastará la autocrítica de los dignatarios contemporáneos de la religión que fundó Cristo? Y otra pregunta final que quedará sin respuesta: ¿qué hubiera hecho el propio Jesucristo de haber estado en aquellas circunstancias medievales?
Miguel Eugenio Germino
FUENTES:
-Cámara, Helder, Iglesia y Desarrollo (reportaje), Búsqueda, 1968.
-Castelnuovo, Elías, Jesucristo y el reino de los pobres, Editorial Rescate, 1976.
-Documentos de Medellín, Ediciones Paulinas, 1971.
-http//es.wikipedia.org/Wiki/Ascenci%C3%B3n_de Jes%...
-http//www.geocities.com/mphaperu/jesus.htm/?200827
-Jubosky Carlos, Jesús, una biografía de Armand Puig, Diario Clarín, 5.abril.2008.
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-Trocmé, Etienne, Jesús, Los Hombres, CEAL, 1969.
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