Guatemala tiene una tasa de criminalidad diez veces mayor que la de nuestro país. Allí poco vale la vida, y en ese lugar se la quitaron a un juglar, el cantautor Facundo Cabral.
Era el último caminante, mítico, trovador, poeta, cantautor y trotamundos, un narrador de historias, sueños y viajes; sus shows eran como extensas entrevistas donde él era entrevistador y entrevistado, entre canción y canción.
Era un hombre, una guitarra, una silla y un micrófono, el resto eran sus canciones conversadas y su hechizo para con el público que lo seguía deleitado por el repertorio: No soy de aquí, ni soy de allá, Pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo, Vuele bajo, porque abajo está la verdad.
Infinidad de discos quedaron para el goce: Cabralgando, Pateando Tachos, Entre Dios y el Diablo, El mundo estaba bastante tranquilo cuando yo nací. Y libros como Conversación con Facundo Cabral, Mi abuelo y yo, Ayer soñé que podía, y hoy puedo. Todos los títulos que elegía llamaban a una reflexión.
Había nacido en extrema pobreza, en La Plata. De allí se fue a Tierra del Fuego, y después de un espectacular viaje, a los 9 años logró conquistar a Evita, que colaboró con su familia y les concedió una casa en Tandil. Es desde esa ciudad que se lanzará a los caminos y a los misterios de una vida desordenada pero sin ostentaciones pues no le interesaban los bienes materiales. “Nada tengo y nada quiero”, decía; sólo amaba la libertad, la poesía y el canto.
En los caminos encontró amigos, seguidores y admiradores, y en los caminos encontraría la muerte a la que, según llegó a afirmar, no temía.
Marta Romero
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