jueves, 5 de enero de 2012

BERNARDO DE MONTEAGUDO

Monumento en Parque Patricios

25 DE ENERO DE 1825
EL ASESINATO DE BERNARDO DE MONTEAGUDO


“La tierra se pobló de habitantes; los unos opresores y los otros
oprimidos: en vano se quejaba el inocente; en vano gemía el justo;
en vano el débil reclamaba sus derechos.”
Bernardo de Monteagudo

Bernardo de Monteagudo ―un relegado de la historia oficial― fue sin duda el más vehemente ideólogo de la causa de Mayo, implacable en la prédica y en la acción contra los enemigos, los moderados, los apaciguadores y los conciliadores que también entonces existían, como hoy y siempre.
Se convirtió en la mano derecha de Juan José Castelli y soñó, junto a San Martín, Bolívar, Moreno y O’Higgins con una patria americana unida.
Su sospechoso asesinato, nunca del todo esclarecido, se conecta con el temor que inspiraba a los enemigos su firme figura revolucionaria.

UNA VIDA INTENSA

El historiador Pacho O’Donnell opina que este verdadero patriota, tan ilustre como desvalorado, es una víctima más de “la historia oficial” que nos legaron los “probos historiadores amigos del sistema”, como Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López.
Es la historia que aprendimos en la escuela, de la mano de la revista Billiken, de la Editorial Atlántida, fundada en 1918 y dirigida por Constancio C. Vigil. ¡Toda una alegría para los chicos!, mientras nos achataban la mente.
En la última década esto está cambiando inexorablemente: a la historia aquella se le opone una nueva historia que revisa los preceptos intocables del liberalismo y el conservadorismo, acomodada a intereses políticos y religiosos, padecidos por casi dos siglos que llevamos de nación independiente (al menos en la teoría).
Monteagudo, como tantos otros, fue desconocido y tergiversado por esta anti-historia. Es así que este hombre, al igual que Artigas, aparece calificado como “maldito” ante los ojos del lector desprevenido y del estudiante desprovisto.
Bernardo de Monteagudo había nacido en Tucumán el 20 de agosto de 1789 (sugestivamente en el año de la Revolución Francesa). Estudió en Córdoba y al igual que Mariano Moreno y Juan José Castelli se trasladó a la Universidad de Chuquisaca (en el actual territorio de Bolivia). Se graduó de abogado en 1808, justamente cuando Napoleón invadía España y hacía prisionero al rey Fernando VII.
Fue uno de aquellos hombres de talento y conducta política indoblegables. Estaba dotado de una audacia intelectual determinante para la gesta liberadora del colonialismo de la cruz y de la espada, de lo que era un frenético crítico, como lo reflejan sus palabras: “Hasta aquí hemos tolerado esta especie de destierro en nuestra misma patria (…) Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez que nos atribuye el inculto español, sufriendo con tranquilidad que el mérito de los americanos haya sido siempre un presagio cierto de humillación y ruina.”
No pudo actuar durante la gesta del 25 de mayo de 1810 ya que para esos días purgaba una condena en las mazmorras coloniales por la fracasada insurrección de Chuquisaca, sucedido un año antes, el 25 de mayo de 1809. Sin embargo, cuando logró fugarse de allí en noviembre de 1810, se puso inmediatamente a las órdenes del ejército expedicionario de Castelli, tras la toma de Potosí. Su nombramiento como secretario de Castelli más el accionar de ambos, intranquilizaría no solo a los realistas, sino también a los saavedristas de Buenos Aires que recelaban de ellos por ser seguidores del modelo robespierrano de la revolución francesa. Ambos se habían nutrido de aquella epopeya, además de que comprendían a fondo la gran rebelión de Túpac Amaru, que había permitido respirar en las Américas durante un breve período dignidad y justicia.
La mirada de Monteagudo sobre el accionar de los españoles en territorio americano era clara y contundente, como puede notarse en sus palabras: “…una religión cuya santidad es incompatible con el crimen, sirvió de pretexto al usurpador. Bastaba ya enarbolar el estandarte de la cruz para asesinar a los hombres impunemente, para introducir entre ellos la discordia, usurparles sus derechos y arrancarles las riquezas que poseían en su patrio suelo.”
Con apenas 20 años escribió Dialogo entre Atahualpa y Fernando VII en los Campos Elíseos, un folleto de circulación clandestina, una sátira política en que Atahualpa cuestiona con lengua filosa la dominación española, reivindicando los derechos de los americanos.
Tanto Monteagudo como Castelli compartirían un fuerte sentimiento por la tierra del Alto Perú, que no fue para ellos solo un sitio de formación intelectual, sino también un santuario del despertar de la rebeldía política y cultural. Además bien conocían ambos la cruel explotación a que eran sometidas las poblaciones originarias de esa región. Tampoco es casual que ambos redactaran la proclama de Tiwanaku, donde se declara los derechos de los indios. En esta línea de pensamiento se inspira el tucumano cuando asevera: “¿En qué clase se considera a los labradores? ¿Son acaso extranjeros o enemigos de la patria para que se les prive del derecho a sufragio? Jamás seremos libres si nuestras instituciones no son justas.”

MONTEAGUDO EN EL FRENTE DE BATALLA

En diciembre de 1810 Castelli firmó la condena a muerte de los enemigos de la revolución que habían sido capturados por las fuerzas patriotas como los principales ejecutores de las masacres de Chuquisaca y La Paz. Ahora bien, tras el Desastre de Huaqui, Castelli es enjuiciado y obligado a regresar a Buenos Aires, acusado de conducta impropia para con la Iglesia Católica y los poderosos del Alto Perú.
Nadie consideró que la cúpula eclesiástica siempre fue fiel a la Corona española. Pero ningún testigo corroboró aquellos cargos fabricados por los enemigos internos de la revolución, anidados en el gobierno de Buenos Aires. Interrogado Monteagudo como testigo acerca de la fidelidad a Fernando VII (una falacia, ya que la revolución sólo uso aquella figura como táctica y no como principio), éste respaldó a Castelli declarando: “Se atacó formalmente el dominio ilegítimo de los reyes de España y procuró el Dr. Castelli, por todos los medios, directos e indirectos, propagar el sistema de igualdad e independencia.”
Poco después, el 13 de enero de 1812, se conforma en Buenos Aires ―con participación de Monteagudo― la Sociedad Patriótica, sobre la base del Club fundado en 1810 en el café de San Marcos. El órgano de difusión de dicha Sociedad fue El grito del sur, dirigido por Monteagudo. Actuaría en consonancia con la Logia de Caballeros Racionales (mal llamada Logia Lautaro), con San Martín a la cabeza.
Fueron estos grupos los que participaron en el derrocamiento del Primer Triunvirato y la instalación del Segundo, el 8 de octubre de 1812. Este último convocaría al Congreso Constituyente, conocido como Asamblea del Año XIII, en la que Monteagudo participó representando a Mendoza. Referido a tal acontecimiento, escribiría el 6 de marzo de 1812 en La Gaceta: “Si es posible reducir a un solo principio todas nuestras obligaciones, yo diré que la principal es emplear el tiempo en obras y no en discurso. El corazón del pueblo se encallece al oír repetir máximas, voces y preceptos que jamás pasan de meras teorías y que no tienen apoyo en la conducta misma de los funcionarios públicos.”

Desterrado de su patria tras la caída de Alvear, reside en Londres, Burdeos y París. Luego regresa al Río de la Plata en 1817 para ponerse a las órdenes del General San Martín, quien lo nombra Auditor del Ejército de Los Andes, con el grado de Teniente Coronel.
En enero de 1818 redacta en Chile el acta de la Independencia, que firma O’ Higgins. Integra la expedición que comanda San Martín al Alto Perú; en Lima es nombrado Ministro de Guerra y Marina, y más tarde de Gobierno y Relaciones Exteriores. Desde esa posición impulsa las medidas más radicales aplicadas por el Libertador en aquella ciudad liberada. Tras el retiro de San Martín, se incorpora al círculo íntimo de Bolívar.

SU ASESINATO
Aquel fatídico 28 de enero de 1825 sólo tenía 35 años. A las 19.30 atravesaba la Plazoleta Micheo, de Lima, al norte de la calle Belén, una de las principales de aquella ciudad, frente al ala sur del Hospital y Convento de San Juan de Dios, hoy demolido, cuando es atacado por dos mercenarios.
Venía desde su casa, ataviado con sus mejores ropas. Caminaba rumbo a lo de su amante, Juanita Salguero. Los ejecutores fueron luego identificados como Ramón Moreira y Candelario Espinosa, este último como el perpetrador material del mortal ataque, pues fue quien hundió el puñal en su pecho.
El cuerpo permaneció en el lugar casi una hora, tirado boca abajo, con las manos aferradas al puñal que le había atravesado el corazón. Nadie se atrevió a intervenir, hasta que los curas del convento vecino lo recogieron.
Aquella misma noche, Simón Bolívar acude personalmente para ver a su amigo muerto, momentos en que con indignación exclama: “¡Monteagudo, Monteagudo!, serás vengado”.
El magnicidio nunca pudo esclarecerse en cuanto al autor intelectual, aunque las sospechas recaen en un ministro del gabinete de Bolívar, Sánchez Carrión, que lo aborrecía, por haber pretendido instalar en la región una monarquía constitucional, y ser tal vez el heredero radical de la Revolución Francesa en América.
Sánchez Carrión había difundido un llamamiento público asegurando que cualquier habitante que matara a Monteagudo tendría garantizada la impunidad.
El mismo Bolívar dirigió la investigación a partir del puñal, que se hallaba recién afilado, por lo que tras recorrer todas las barberías de la ciudad dan con el barbero que le había sacado filo al arma. Éste reconocerá a Espinosa, quien tras revelar a su mandante logra evitar la pena de muerte. Al poco tiempo Sánchez Carrión muere envenenado misteriosamente.
Concluye así la vida intensa de uno de los hombres más lúcidos de los que lucharon por la independencia americana.
Fue enterrado en el convento de San Juan de Dios, pero al ser éste demolido en 1848, se decide trasladar sus restos a un mausoleo. Finalmente en 1917, son enviados a Buenos Aires y depositados en el cementerio de La Recoleta, en medio de una polémica con Bolivia y Perú respecto a su nacionalidad, a pesar de que había nacido en nuestra Provincia de Tucumán.
Queda no obstante pendiente el reconocimiento de la dimensión del revolucionario, por su prédica constante por la libertad, contra la esclavitud y la tiranía. Vaya una muestra más de su encendida palabra:

Pero si el error y la ignorancia degradan la dignidad del pueblo disponiéndolo a la servidumbre, la falta de virtudes lo conduce a la anarquía, lo acostumbra al yugo de un déspota perverso a quien siempre ama la multitud corrompida; porque la afinidad de sus costumbres asegura la impunidad de sus crímenes recíprocos.

Miguel Eugenio Germino

FUENTES

- http://www.lavozdelpueblo.com.ar/interior.php?ar_id=57483
-http://archivodelaresistencia21.blogspot.com/2008/05/frases-de-bernardo-de-
-http://revista-zoom.com.ar/articulo1856.html
-http://www.taringa.net/posts/apuntes-y-monografias/9939086/Bernardo-de- monteagudo.html
-http://www.todoargentina.net/biografias/Personajes/bernardo_de_monteagudo.htm

-O’Donnell, Mario Pacho, “Monteagudo, relegado de la historia”, Tiempo Argentino, 15.5.11
-Pigna, Felipe, Los Mitos de la Historia Argentina, Norma, 2004.

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