martes, 3 de julio de 2012

CARLOS DE LA PUA


 “EL MALEVO MUÑOZ” EN EL BARRIO DEL ONCE

Carlos Raúl Muñoz y Pérez su verdadero nombre, o Carlos Raúl Muñoz del Solar, aunque más conocido como Carlos de La Púa, o en rueda de amigos “El Malevo Muñoz” o simplemente “Malevo”. Nació en la cuidad de La Plata el 14 de enero en 1898 y falleció en el Hospitalito Bosch el 5 de mayo de 1950, fecha en la que difieren algunas fuentes.
A poco de su alumbramiento la familia se trasladó a Buenos Aires, donde habitaron una casa en la calle Valentín Gómez 376 (de la antigua numeración), entre Ecuador y Boulogne Sur Mer, su lugar de adopción, como le gustaba decir al Malevo.
Fue un auténtico caminador del barrio, de sus cantinas, de sus estaños, de su mundo nocturno, y a ese barrio le dedicaría los primeros versos de su libro, La crencha engrasada:

“Para vos, Barrio Once, este verso emotivo
con un cacho grandote de cielo de rayuela.
Yo soy aquel muchacho, el fulback de Sportivo
Glorias a Jorge Newbery, que alborotó la escuela…”
.

No alcanzó a completar los estudios secundarios en el Colegio Dámaso Centeno del barrio de Caballito (Rivadavia al 5500) pero fue un asiduo lector de Stendhal, Shakespeare, Bernard Shaw y otros clásicos, que lo cultivaron en una vasta formación autodidacta.
Incorporó al lenguaje palabras cotidianas de la jerga infantil y callejera, fusionadas con el habla del canillita, del carrero, de los personajes de las orillas, acrisoladas en el lunfardo, jerga con la que elaborará sus memorables versos. Se lo ha ubicado como un “gran transgresor” de la literatura clásica y el mayor cultivador del lunfardo (Lunfa : surgió en Buenos Aires y sus alrededores durante la segunda mitad del siglo XIX con el aporte de las distintas inmigraciones, sobre todo la italiana, más otras voces de origen indígena, africano y gauchesco).

“Remanyado canchero en la avería,
su vida de malevo es un prontuario.
Él me enseñó las dulces pijerías
para engrupir debute a los otarios…”

Transitó el Malevo los caminos del linyera, trepado en trenes de carga; realizó changas y hasta encantó serpientes, lo que le valió su primer apodo de “Viborita”.
La Crencha Engrasada: Su único libro de poemas
Sin embargo se consolidó como el más grande poeta lunfardo que coronó la musa de un Buenos Aires de antaño, que se diluyó como agua entre los dedos. Pero queda el candor de su legado lleno de contenido, como una verdadera literatura del bajo fondo, de los barrios humildes, de los arrabales proletarios. Supo relatar con maestría el sentir del cosmopolismo del Puerto, de los cafetines, de las orillas donde se movían con soltura guapos y malandrines, personajes que plasmó en su obra:

“Vivió sacándole punta al coraje.
Prepotente y cabrero,
le gustaba clasificar los puntos del reaje,
y a los que no sabían guapear
les ponía cero…”

“…Con tal que no sea al pobre
robá, hermano, sin medida...
Yo sé que tu vida de orre
es muy jodida…”

EL PERIODISTA

Se inició como periodista en un diario barrial. De allí pasó al periódico La Montaña, donde tuvo su columna titulada “Carta de un conscripto”, con la que adquirió notoriedad. En el año 1924, con 26 años, ingresa al diario Critica, adonde llevó su bagaje de conocimientos y vivencias de Buenos Aires. Allí popularizó sus “brulotes” (relatos burlescos) de cafiolos, vivillos y guapos, mezclados con el gringo y el criollo laburante que traspiraba la camiseta en jornadas de más de doce horas, en las fábricas de principios del siglo XX.
Rápidamente, Natalio Botana director de Crítica descubre sus dotes y lo contrata. Traba relación con Francisco Loiácono, el pintoresco pibe ascensorista, que luego se convirtió en su secretario, quien por arrastrar un leve balanceo de compadrito al caminar, De La Púa le adjudicó el mote de Barquinazo, devenido en barquina.
Más tarde De La Púa compondría la bohemia periodística con los hermanos Tuñón, Oliverio Girondo, Leopoldo Marechal, Ulises Petit de Murat, Roberto Tálice, Edmundo Guibourg y Nicolás Olivari.

LA CRENCHA ENGRASADA

Su único libro de poemas, publicado en 1928, se conformó con el tiempo en todo un tratado del lunfardo que terminó por imprimir a los vocablos del bajo fondo la jerarquía de un nuevo y tumultuoso lenguaje de la calle, de la cancha de fútbol, del arrabal. Una expresión literaria no denigratoria, sino como afirmación del pensar y del sentir de aquellas clases menos acomodadas del pueblo, con escasas posibilidades de acceder a la educación.
En sus versos duros pero a la vez tiernos, nunca ofensivos, debieran abrevar los rastreadores de la semántica, los historiadores y los filólogos modernos que estudian la sociología de la ciudad.
De la Púa le habla desde ese compendio “lunfa” a aquellas capas desatendidas de la urbe porteña y a los distintos barrios;

Al Once; “…Barrio mío, en tus calles está toda mi historia / Es una piedra-libre y una gata parida.
A Barracas; “Barrio corralero…
A Puente Alsina; “Sos como un tajo en la jeta de la ciudad…”
Al Bajo Belgrano; “Barrio de timba fuerte y acomodo…”
A la Cortada Carabelas; “Refugio mistongo de curdas y cafañas…”
A la Línea 9 de tranvías; “Bondi de línea requemada y guarda batidor, cara de rope…”

Desde su libro comprende al “orre” (ladronzuelo), desprecia a “la yuta”, le habla al cuentero, al burrero, a la engrupida, a la pebeta de Chiclana, a la fabriquera…

“…Para vos estos versos rantifusos
hechos de zurda, sí: de corazón;
como a tu vida triste los impuso
el arruyo de un tango compadrón.”

ANÉCDOTAS

La vida del Malevo Muñoz fue una anécdota viviente, muchas de ellas han sido contadas por otro de sus compinches de Buenos Aires, Enrique Cadícamo:

La colimba: le tocó Campo de Mayo, donde un sargento se pasó de la raya, cosa cotidiana en los cuarteles, pero el malevo recluta no supo aguantar y le aplicó un cross de izquierda, y al milico le contaron los diez segundos. Lo mandaron castigado al Chaco, además de cuatro años de recargo por la cabeza. La respuesta del malevo: se hizo desertor.

El morfón: era de muy buen comer, cierta vez en lo de “Don Carlos” de Billinghurst y Valentín Gómez, luego de devorar una explosiva tripichelaripiena, seguida de unos fetuccinis a la matricana, escucha al camarero ordenar dos busecas; el Malevo sin poder contenerse dice desilusionado: ¿Cómo, había buseca y no me avisaron?

Carlitos, largá la canzoneta: en el Cine Broadway, en la representación de Gardel, luego de interpretar varios tangos, cantó una canzoneta. Al día siguiente en sus brulotes del diario Critica el Malevo le dedica uno: “Carlitos, largá la canzoneta” descontento por su entonación tana. Cuando Cadícamo le reprocha: “¿Malevo porque te tirás contra Carlitos?”, le contesta: “Por exceso de cariño”.

El ateo: ya internado en el Hospital Bosch, Helvio Botana (hijo de Natalio), que lo visitaba casi diariamente y que acababa de convertirse al catolicismo tras largos años de ateísmo igual que el Malevo, le dice: Malevo, no es por asustarte pero en todo caso conviene quedar bien con Dios. ¿Me dejás que te traiga un sacerdote? El Malevo, en su letargo, entendió y le dijo trabajosamente: Sí, total… siempre conviene tirarse un lance.
Fue inhumado en el Cementerio de la Recoleta, donde Cátulo Castillo lo despidió con estas palabras: “Este personaje fabuloso en nuestra admiración se fue por una absurda escotilla hurtándose a sí mismo, privando a la ciudad de un porteño convicto y confeso de la poesía lunfardesca”.

 Miguel Eugenio Germino

Fuentes:
-Cadícamo, Enrique, La Luna del bajo fondo, Freeland, 1964.
-De la Púa Carlos, La crencha engrasada, Schapire Editor, 1970 y Corregidor, 1995.
http://www.nuestrospoetas.telam.com.ar/?p=170
-Periódico Primera Página, nº 27 de enero-febrero de 1996.
-www.elortiba.org/crencha.html

Algunos términos lunfardos:
Cafaña: hombre rústico, inculto.
Gataparida: juego de muchachos.
Mistongo: humilde,
Orre: reo.
Pajería: picardía, astucia.
Rantifuso: deformación de fantasía de 'rante'.
Remanyado: muy conocido.
Rope: perro.

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