El indio vivo siempre molestó: el “accidente” de sobrino de Félix Díaz.
A raíz de las últimas muertes de jóvenes qom en Chaco y ahora
nuevamente en Formosa, “casualmente” el sobrino de Feliz Díaz que según
las autoridades sufrió “casualmente” un accidente con su moto porque se
encontraba ebrio. Más allá de lo que diga la autopsia, esta es una
figura típica, los indios siempre están borrachos, siempre son vagos, siempre roban, siempre sucios y feos. Hace un tiempo
hablé sobre la percepción que tiene la sociedad sobre los indígenas. En
lo que hace al otro étnico, para la sociedad existen tres tipos de
indios, por cierto, bastante diferentes entre si. El más atrayente de
todos ellos es el primero: el indio muerto. Es el espécimen por
antonomasia que conservan celosamente los museos. Es el indio preferido
de los académicos, es un “tema” que da prestigio y a través del cual es
relativamente posible conseguir subsidios para investigaciones. El indio
de la repisa, se encuentra inmóvil, quieto, sin el menor atisbo de
movimiento, es muy agradable de etiquetar y permanece en el estate donde
se lo rotula invariablemente en tiempo pasado: habitaban, creían,
cazaban, comían. Son habitantes de una la vitrina, son la
autentificación de una presencia.
El segundo ejemplar, todavía
presenta rasgos que lo hacen agradable, es el indio fenomenizado. Un
indio que oscila entre lo circense y caso de libro, entre exótico y
lo folklórico. Espectáculo o tema antropológico. El indígena, visto como
un ser de costumbres e indumentaria extraña que es tanto más atractivo
cuanto más alejado del centro académico se encuentra. Obviamente ningún
indígena cercano puede ser un fenómeno atrayente, el prestigio de su
estudio se incrementa en virtud de la lejanía y de la dificultad para ir
a observarlo en su “hábitat”. No causa problemas siempre y cuando se
mantenga dentro de esos parámetros de exotismo, es decir, danzando y
pronunciado conjuros a la naturaleza, no molesta en absoluto y en su
derredor termina construyéndose hasta una corriente de etnoturismo o
turismo arqueológico que pronto puede degenerar en la ayahuasca-tour o
peyote-tour. Incluso puede devenir en fugaz artista televisivo grabando
algún CD utilizando sus “primitivos” instrumentos musicales.
Sin
embargo, cuando un indígena advierte que sus bosques son arrasados por
la soja, cuando extraen recursos naturales como el petróleo destruyendo
el medio ambiente que rodea a su comunidad, cuando abandona su tierra
corrido por empresarios privados o directamente por el poder omnímodo
del Estado como el caso de los qom o qom lek de La Primavera y alza su
voz y sus brazos en busca de ayuda y justicia pierde toda simpatía,
comienza a molestar. Ese indio que vive, que es real, que transpira y
sueña, al que le fue arrebatado todo y necesita un trabajo,
indudablemente molesta. Incomoda su tenaz y cariñoso arraigo a la
tierra, esa “tierra que camina” como los denominó alguna vez Atahualpa
Yupanqui. El indio vivo siempre molestó. Desde Roca, desde Sarmiento,
desde Mitre y antes también. Le molestó a Rivadavia y para eso contrató a
Friedrich Rauch “para exterminar a la raza carnicera de los ranqueles”,
le molestó a los saladeristas del tiempo de Rosas y por eso la
campaña realizada por el Restaurador de la Leyes que fue de una crueldad
inusitada con los prisioneros como lo prueban las cartas que le envió
de puño y letra a Facundo Quiroga donde explica que tomaba prisioneros
sólo a los caciques: “a los demás, ladearlos del camino y fusilarlos. O
degollarlos para no gastar pólvora en chimangos”.
Le molestó a la
Sociedad Rural, y por eso se encolumnó como un solo hombre detrás” de
la Zanja de Alsina primero y tras los remington de Roca después. El
indio vivo que camina, que come, que necesita un espacio, que transpira y
que sueña siempre causó fastidió, siempre sobró en los planes de aquel
sector que aborrece que el azar geográfico nos situó en Sudamérica
limitando con Bolivia y Paraguay, en lugar de hallarnos en algún sitio
entre Francia e Inglaterra.
Pero la pedagogía de la desmemoria
busca invisibilizar causas, efectos, victimas y culpables. La desmemoria
instala otra realidad. Hoy es evidente que siguen molestando, sobrando.
Pero los tiempos cambian, mucha agua pasó después de la gesta del Malón
de la Paz de 1946 cuando la sociedad se quedó en silencio tras su
secuestro y destierro. Hoy soplan otros aires, otros vientos que van a
barrer la Historia Oficial de la Desmemoria. Más temprano que tarde
amanecerá!!!
Marcelo Valko, titular cátedra Imaginario Étnico, Memoria y Resistencia, DDHH
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