“Podría
decir que mi guitarra nació conmigo, puesto que desde niño me sentí
profundamente atraído por ella”.
Así explica Ramón Ayala,
guitarrista, compositor, cantante de folclore litoraleño, escritor y pintor, su
entrañable e indisoluble ligazón con el citado instrumento, que se inició
cuando le robaba la guitarra a su primo. Este artista con todas las letras nació
en Garupá, provincia de Misiones, bajo el nombre de Ramón Gumercindo Cidade, en
1937. De muy pequeño, vino a vivir a Buenos Aires con su madre y sus hermanos al
morir su padre en Posadas.
Su carrera musical comenzó tocando con Félix Dardo
Palorma y Rulito González. A los 17 años debutó en el
escenario con la orquesta del chamamecero correntino Damasio Esquivel en el
Palermo Palace –local situado en Godoy Cruz y
Santa Fe– y en el sótano de Radio
Rivadavia. Trabajó con la cantante catamarqueña Margarita Palacios. Luego, fue
primera voz y primera guitarra del histórico trío Sánchez-Monges-Ayala. “El
folclore es para mí la voz pura que emana de la tierra llevada por sus
criaturas. Por ello es el color, el sabor y el mensaje que de antaño nos llega
a través de sus ritmos y sus melodías”, define poéticamente al género.
En la década del 60 creó el gualambao, un ritmo único
en América Latina; un ejemplo en este sentido lo constituye su tema Canto al río Uruguay. “Me desvelaba que una provincia tan bella como
Misiones no tuviera un ritmo propio, estando en una cúspide rítmica como implica
lindar con Paraguay, Brasil y Corrientes. Entonces, surgió el gualambao, que se
escribe en clave de 12x8 y que tiene un amplio
lugar para la melodía grandiosa”, se
explaya Ayala.
En 1962 viajó a La Habana,
donde conoció al Che Guevara. “El encuentro con el Che
significó para mí un acontecimiento memorable, por su entrega al pueblo de Latinoamérica
y su generosidad. Allí me enteré que él cantaba mi canción ‘El mensú’ en los fogones de Sierra Maestra durante la
Revolución Cubana”, rememora el cantante. Posteriormente, durante diez
años, Ayala realizó giras por Europa, África y Oriente Medio ofreciendo
recitales y muestras de pintura.
En 1976 lanzó su primer disco, El mensú, al cual le siguieron Desde
la selva y el río, Entraña misionera, Testimonial, La guitarra y yo, y Guitarras del mundo. Es el
compositor de folclore más cantado de Argentina: las máximas figuras del género
interpretaron e interpretan sus temas, que llegan nada menos que a 300. No
sigue ninguna rutina para componer, ya que “la creación brota como un manantial sonoro
provocado por las propuestas que nos brinda la naturaleza”, sentencia.
Sus canciones reflejan los
paisajes de la selva, la montaña y la Patagonia así como los oficios del hombre
del Litoral. De esta manera, entre sus éxitos se encuentran El mensú (recolector de yerba) y El jangadero (balsero) –compuestas con su hermano Vicente–, El
cosechero (trabajador del algodón), El
cachapecero (carrero del monte) y Retrato
de un pescador. Otros títulos destacados son: Posadeña linda, Coplas
sureñas, Mírame otra vez, Zambita de la oración, Un día en tu vida, Poema 20 (de Neruda) y Mi
pequeño amor.
Suele actuar con el atuendo de
gaucho y tiene la particularidad de tocar una guitarra de diez cuerdas. Quien
lo haya visto cantar en vivo puede dar fe del carisma y el magnetismo que
ejerce sobre el público. Se mueve en el escenario a sus anchas, demostrando que
–como él mismo dice–
lleva el arte en la sangre. En este sentido expresa: “La obra literaria, musical y
plástica están íntimamente vinculadas en mí por el sentimiento, la percepción y
el instinto artístico”.
Este personaje multifacético no se privó de
cultivar la veta literaria. Entre sus libros merecen mencionarse: Cuentos de
tierra roja; Canciones, poemas y
dibujos; Desde la selva y el río;
Confesiones a partir de una casa
asombrada (autobiográfico); Génesis
del gualambao y Libro de viajes. “La literatura me surgió como una necesidad de
acompañar mis músicas con obras que tuviesen la misma temperatura que las
poesías. Los temas que trato son todos porque la vida es total. Uno no puede
sustraerse a la maravilla de lo simple o al misterio de lo profundo. Todo tiene
un inmenso valor”, señala
Ayala.
También incursionó en la
pintura. A los 25 años comenzó a pintar paisajes
litoraleños y de la estepa patagónica, utilizando una técnica mixta que combina
el cubismo con el realismo bajo las leyes del color.
Ayala se siente profeta en su
tierra misionera y en parte del país, y considera que el público reconoce su
obra. Es lógico que así sea. La belleza de estos versos de El cosechero habla por sí sola: “Rumbo
a la cosecha, cosechero yo seré / y entre copos blancos mi esperanza cantaré, /
con manos curtidas dejaré en el algodón / mi corazón / […] Algodón que se va,
que se va, que se va, / plata blanda mojada de luna y de sol / un ranchito
borracho de sueños y amor / quiero yo”.
Laura Brosio
N. de R:
Desde hace un año Ramón nos honra como vecino de nuestro barrio, Balvanera
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