El gran caudillo radical que marchó a paso
firme
Balvanera lo vio nacer el 12 de julio de 1852, y lo albergó varios años de su vida. Fue uno de los dirigentes políticos más relevantes de la historia argentina, dos veces presidente de la Nación.
El 3 de julio se cumplieron 80 años de su fallecimiento. Estamos
hablando de Juan Hipólito del Sagrado Corazón de Jesús Yrigoyen, conocido como Hipólito Yrigoyen a secas, el gran
caudillo radical, el primer presidente electo bajo el libre sufragio. Fue
bautizado en la Iglesia de Nuestra Señora de la Piedad. Durante la infancia,
vivió en la casa familiar ubicada en Rivadavia y Matheu. Estudió en el Colegio
San José –de Cangallo y
Azcuénaga– y en el Colegio de la
América del Sud.
A los 15 años comenzó a trabajar en el estudio jurídico de su tío
Leandro Alem y al poco tiempo comenzó a
incursionar en la arena política de su mano,
como miembro del Partido Autonomista de Adolfo Alsina. Por influencia de Alem,
a los 20 años fue nombrado comisario de Balvanera. En 1878 terminó la carrera
de Derecho en la UBA y fue elegido diputado provincial. Dos años más tarde se
convertiría en diputado de la Nación.
En 1882 se inició como profesor de
Historia Argentina, Instrucción Cívica y Filosofía en la Escuela Normal de
Maestros. Tomó por costumbre donar su salario al Hospital de Niños.
Se retiró de la vida política por algunos años para dedicarse a la
actividad agropecuaria, gracias a la cual logró enriquecerse. En 1889 se reincorporó
a la Unión Cívica y, al año siguiente, participó en la denominada Revolución del Parque, encabezada por su
tío Alem, en reclamo por el sufragio libre y
universal, además de fundar junto a éste la Unión Cívica
Radical; asumió también como presidente del Comité de la Provincia de
Buenos Aires. Tanto la Revolución de 1890 como la de 1893 –que organizó, condujo y financió– fracasaron. Por cuanto
desconfiaba
en la capacidad de liderazgo de aquel, decidió enfrentarlo y conformar la UCR de la
provincia como partido autónomo. Tras el suicidio de Alem
y desde su cargo distrital, Yrigoyen consiguió imponer su postura de que el
partido se abstuviera hasta que se abrieran comicios libres. En 1905, promovió
otra revolución que también falló, pero que preparó el terreno para las tratativas que llevaría adelante con el presidente Roque
Sáenz Peña con vistas a la reforma electoral. Esta norma, conocida como Ley Sáenz Peña, se sancionó finalmente
en 1912, y por ella se consagraba el voto universal masculino, secreto y
obligatorio, lo que permitió que Yrigoyen
fuese electo presidente en 1916.
Durante su mandato buscó la integración política y la participación
popular, aunque en varias ocasiones intervino las provincias. Comprometió su
gestión con la clase media de profesionales asalariados y con la clase obrera
urbana, asimismo apoyó la reforma universitaria.
Su gobierno se declaró neutral durante la Primera Guerra Mundial
(1914-1918). Finalizada la confrontación, se produjo una paulatina recuperación
del comercio exterior que vino acompañada de una gran inflación, lo que
benefició a los exportadores agropecuarios al mismo tiempo que perjudicó a los asalariados urbanos. Se sucedieron
importantes protestas obreras como durante
la denominada Semana Trágica, en los
talleres metalúrgicos Vasena, y la de los peones
rurales en la Patagonia. Ambas rebeliones terminaron aplastadas con una feroz
represión.
El primer período de Yrigoyen finalizó
en 1922. Después de la gestión del radical Marcelo T. de Alvear, en 1928
resultó electo por una abrumadora mayoría para un nuevo mandato.
Durante su segunda presidencia (1928-1930) se desató la crisis
financiera mundial que provocó la caída del salario y una creciente
desocupación. La UCR perdió estrepitosamente las elecciones parlamentarias de
marzo de 1930. Con el partido oficialista dividido y la debacle política y
económica, se acentuó la debilidad del gobierno, que además no tenía diálogo
con la oposición. La clase media, clave para su llegada al poder, dejó de
respaldar a Yrigoyen. De esta manera, el 6
de septiembre de 1930 un golpe de estado encabezado por
el General José Félix Uriburu lo destituyó del poder. Detenido y confinado en
la Isla Martín García, en enero de 1833, anciano y enfermo, regresó a Buenos
Aires para vivir en la casa de una hermana, ya que había perdido todos los
bienes a lo largo de su trayectoria pública. Murió el 3 de julio de ese año; su entierro en el Cementerio de la
Recoleta convocó a una multitud.
“El poder, a pesar de ser uno de los medios más eficaces para hacer
práctico un programa, no es el fin al que pueda aspirar un partido de
principios ni el único resorte que pueda manejar para influir en los destinos
del país. Sólo los partidos que no tienen más objetivo que el éxito aplauden a
benefactores que los acercan al poder a costa de sus propios ideales”, señaló en una oportunidad. Todo un legado para
ser escuchado por los políticos de hoy.
Laura Brosio
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