EDITORIAL DEL Nº 222
Una jugosa encuesta realizada en el área metropolitana por el IDAES-UNSAM (Instituto de Altos Estudios de la
Universidad de San Martín), con la asistencia
del antropólogo Alejandro Grimson del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas), revela que el 78,3% de los encuestados
se cree incluido en la Clase Media (ya sea ésta: alta,
media o baja). El
20% se considera en los extractos más bajos de la sociedad y sólo el 0,1% lo hace como clase alta.
Esta sugestiva percepción se
asimila a la de otra encuesta realizada en el
año 2009 por la Universidad de La Plata, en Capital
y conurbano, en la que el 70% se consideró como
Clase Media.
Vale entonces algunas reflexiones acerca de las estratificaciones
sociales y la confusión entre el nivel perceptivo de los encuestados con su real posición social desde el punto de
vista del acceso “a la riqueza”.
Nadie es feliz considerándose pobre, pero alarma que quienes
infortunadamente poseen escasos medios económicos de subsistencia, respondan “por el anhelo” más que por su efectiva pertenencia a una clase, tal
vez porque hacerlo conlleve a una situación de frustración individual.
Esta actitud elitista es propia del individualismo egoísta estimulado por la abrumadora cruzada formulada
desde los grandes medios más afines a las clases dominantes que a una sociedad
más equitativa.
Debe
quedar claro que las clases sociales históricamente reflejan una posición
patrimonial y solamente no un nivel cultural y educativo, y allí radica la confusión
a que nos llevan estas encuestas, una especie de
“ser o no ser” de la sociedad dividida en clases.
Dos definiciones de Clase Social
aclaran algo el panorama: según Bourdieu, Lomnitz y
Tironi: “es aquella que cuenta con cierto capital, el
cual puede ser tanto económico, como social y/o cultural”, “la que está entre
el capital y el trabajo”.
En cambio, para Carlos Marx: “Son las que vienen determinadas por el lugar
que ocupan en el proceso
de producción (relaciones de producción) de la riqueza. Unos la producen y otros se
apropian de una porción de la misma”.
Minujin, Carlos y Anguita, Eduardo,
introducen un concepto flexible de clase media que es amoldada a los factores
de poder, donde éstas son “seducidas” y también “abandonadas” de
acuerdo al beneficio de aquellos.
La suma de la población de la Ciudad más la del conglomerado urbano del Gran Buenos Aires
alcanza a 12.806.866 habitantes, lo
que nos indicaría según aquella encuesta
una Clase Media de más de 10 millones de
habitantes, ¡¡¡toda una utopía!!! , y una clase rica de tan sólo 10.240, ¿será?, en aquel
esquema, el nivel medio comprendería a quienes tengan al menos un empleo
estable de $ 6.700, un coche y la posibilidad de vacacionar anualmente.
¿Dónde se habrán encasillado los
trabajadores, los pequeños comerciantes, los profesionales, los jubilados, los
desocupados?
¿Donde se habrán encasillado los consorcistas que tienen dificultades hasta
para abonar las expensas, los inquilinos que deben dejan
sus viviendas para buscar otras con alquiler más bajo en zonas más alejadas? ¡Una incógnita!
Por temor a la pobreza, y en la ilusión de sentirse clase media, se
perdió tal vez el concepto de realidad, aspirando al menos en la ficción a sentirse
más medio que pobre, como triste banalidad social. Sin embargo un estudio de la
Consultora W, estima a la clase
media en el orden del 46%, treinta puntos más bajo, y Artemio López de Equis, la ubica en el 75% entre medios y más o
menos medios, con lo que se estaría en un problema a dilucidar.
Esta misma disyuntiva se verifica también ante otra
cuestión hoy candente en la sociedad: la
inseguridad, cuya sensación es acrecentada y motorizada por una maquinaria monstruosa
de prensa que provoca un terror en cascada, que apunta contra los niños pobres,
malos, sucios y desclasados y los extranjeros indeseables.
Como broche final otra encuesta, la de Gallup, elevó diez puestos a la Argentina
en el ranking mundial de felicidad, en
el que ahora ocupa el puesto nº 29. ¿Será
el boom de “La Felicidad” (en la
versión de Palito Ortega)? ¿O tal vez “el otrora Estado de Bienestar” (Welfare
State) europeo, pero a la criolla?
¡Quién lo sabe!
Hasta la
Próxima
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