Sé que hay
muchos maestros de escuela y profesores de instituto que utilizan mis cuentos
en sus clases, porque alguno o, mejor dicho, alguna maestra o profesora se ha
tomado la molestia de pedirme permiso para utilizarlos, sobre todo en
Latinoamérica.
En México, en Perú, en Colombia, en Argentina… Al otro lado del mundo.
(Me encanta escribir al otro lado del mundo, siempre que tengo ocasión
encuentro una excusa para incluir ese complemento circunstancial de lugar en lo
que escribo, hace poco gané un concurso de relatos en el que aparecían también
estas palabras, siempre en el mismo orden y al principio de la frase: Al otro
lado del mundo).
A las profesoras les gusta incluir en sus horas de clase,
especialmente, los cuentos Pintura azul, La chica de la cámara de fotos y El
libro del dragón y, cuando llega la Navidad, Inocencia y Las figuras rotas, que
es el último cuento que escribí. Lo que no sé es si saben que con la pintura
azul me refiero al color que tienen los aparcamientos de los discapacitados en
España, que el que escribe la carta de La chica de la cámara de fotos en
realidad soy yo escondido en la voz de un narrador y que todo lo que se cuenta
en él es cierto, incluso cuando hablo de mi mala caligrafía. Lo único que no es
cierto es que al llegar del trabajo no recibí ninguna carta, igual que en
Inocencia; y que El libro del dragón no es un cuento fantástico, es un padre
contándole a su hija la historia de su divorcio a través de un cuento, que en
realidad soy yo contándome a mí mismo la historia del divorcio de mis padres.
He de confesar que ninguno de esos cuentos son el cuento que siempre
quise escribir o quizá sean sólo el camino hacia el cuento que siempre he
querido escribir, que a lo mejor tampoco es este cuento, aunque quiera que lo
sea porque lo titule así: El cuento que siempre quise escribir.
Seguramente los chicos o, mejor dicho, las chicas comprendan mejor lo
que quiero decir que los propios docentes. Escribir es como resolver ese
problema de matemáticas por el que no sabes por dónde empezar, pero que sabes
que tiene solución, aunque todavía no sepas cuál es. Además, la solución es lo
de menos. Que el resultado dé cincuenta y siete o tres poco importa. La cifra
final es fútil (fútil es una palabra preciosa que ya casi nadie dice, me da
pena ver morir a las palabras). Lo importante es el método que se aplica para
encontrar la solución y encontrarla. El bolígrafo rojo del maestro o del
profesor otorgándonos los puntos el día del examen.
Escribir cuentos es parecido a enamorarse, te enamoras pero no sabes
si serás capaz de enamorar a la persona de la que te has enamorado, si ella ya
lo estaba de ti antes o si simplemente ni tú ni ella encontraréis la solución
para estar juntos, unidos por un igual. Cinco menos tres, igual a dos. Cien
menos noventa y ocho, igual a dos. Uno más uno, igual a dos. Lo importante en
el amor es que la equivalencia, el resultado, sea igual a dos, nunca a uno y
mucho menos a cero o a un número negativo.
Cuando escribo un cuento me enamoro de la historia, pero las palabras
están distraídas pensando en otra cosa y, aunque trato de robarles una mirada
de reojo o trato de cruzarme con ellas disimulando que sea de improvisto, no me
ven y yo me las quedo mirando desde lejos, solo, observando cómo se marchan a
algún lugar ignoto desde la ventana de mi casa, viendo como toman el autobús o
el tren o alguien las toma de la mano o las invita a entrar a un coche sin
saber que las estoy mirando.
Más tarde pienso que son ellas las que cruzan el cielo en cualquier
avión que pasa. Entonces, cuando ya se han marchado, las recuerdo y las pongo
por escrito, como un pintor que pinta a la mujer que ama de memoria para estar
siempre con ella, como un músico que fuera capaz de encerrar la noche en los
acordes menores.
El cuento que siempre quise escribir es un cuento que alguien lee al
otro lado del mundo. Al otro lado del mundo, donde consigo que las palabras,
¡al fin!, recuerden la historia de la que me había enamorado. Y esa historia
eres tú, la persona que lee, nosotros, uno más uno, dos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario