Raúl Garello nos
dejó para unirse a Pichuco en la inmortalidad
1936-2016
Una
nueva y sensible pérdida sacude al mundo del
tango con la partida el 28 de septiembre pasado del bandoneonista, director,
compositor y arreglador Raúl Garello, una de las últimas figuras de la vieja
guardia, épocas de bonanza de nuestra música popular.
De
una manera indirecta se implanta en nuestro barrio –el del Abasto–, que aunque la
actual nomenclatura oficial no reconoce como barrio, la zona bien tiene ganado
ese título.
Entre
tantas cosas que le debemos a Garello, debe agregarse además la de haber sido
el custodio de uno de los bandoneones del gran
Pichuco, el que “nunca se fue de su barrio, porque siempre está llegando”. En 1975, Zita, la esposa de Troilo, le obsequió uno de los bandoneones del maestro, y luego de 30 años decidió a su vez legarlo a la
Academia Nacional del Tango.
Así lo explicaba Garello: “Tuve ese bandoneón durante 30 años y siempre pensé que era mucho para
un solo bandoneonista. No sólo como símbolo, por lo que significa, sino también
como instrumento, porque es un fueye fenomenal. Lo doné a la Academia con la
condición de que lo mantuvieran como hice yo todos estos años. Y para cuidarlo
hay que hacerlo sonar periódicamente, un instrumento tiene que ser tocado”.
Raúl Garello
participó en un disco de homenaje a Troilo en el que varios bandoneonistas
ejecutaban aquel mítico instrumento, con producción de Gabriel Soria. Se llamó “Troilo
compositor” y tuvo su presentación en el teatro Maipo, en el que Garello
compartió el escenario con colegas como Federico, Baffa, Daniel Binelli, Víctor
Lavallén, Néstor Marconi, Osvaldo Montes, Julio Pane y Walter Ríos, entre otras
figuras tangueras.
Había sido
orquestador de Troilo. Deja una extensa y rica obra.
Se aprestaba a participar de un concierto de la Orquesta de Tango de Buenos
Aires, formación que fundara y dirigiera, en un programa dedicado a los
“Bandoneonistas compositores”, y estaba participando en conciertos en una sala del barrio de Villa Crespo, donde
compartía el escenario con jóvenes músicos. A su vez daba clases de tango,
ya que le gratificaba la docencia y el transmitir
sus conocimientos a las nuevas generaciones tangueras.
Inició
su carrera profesional a los 18 años, cuando pasó a integrar la orquesta de Radio
Belgrano. En aquellos tiempos las radios tenían
su orquesta y el tango era una parte trascendental del paisaje sonoro
ciudadano, allí conoció a Leopoldo Federico, a
quien luego reemplazaría en el cuarteto encabezado por Roberto Firpo. En su rol
de arreglador, la primera oportunidad apareció para él con la orquesta de
Baffa-Berlingieri.
Fue
también arreglador de Leopoldo Federico, Enrique Mario Francini, entre otros, pero
se lo recuerda por haber asumido ese rol en la orquesta de Aníbal Troilo, tres
años después de haber ingresado como bandoneonista. Siguió siendo su
orquestador por casi una década, hasta la muerte del maestro.
Sus primeros trabajos como orquestador se registraron en 1966: “La
guiñada” de Agustín Bardi, para la orquesta Baffa-Berlingieri y “Los mareados” de Juan Carlos Cobián, para la de “Pichuco”
El año 1977 marca el
inicio de una sensacional serie de cuatro discos instrumentales, con su
orquesta ampliada con el concurso de 27 músicos, en los que dio a conocer su
obra de compositor: “Che Buenos Aires” (estrenado anteriormente por la orquesta de Troilo en 1969), “Verdenuevo”, “Margarita de agosto”, “Muñeca de marzo”, “Pequeña
Martina”, “Bien al mango", “Vaciar la copa”, “Aves del mismo plumaje”,
“Che Pichín” y “Pasajeros del tiempo”.
Desde 1980 fue co-director fundador de la “Orquesta del Tango de Buenos Aires”,
alternando como director y arreglador con el maestro Carlos García. El 9 de julio de 1990
alcanzó una preciada meta: actuó al frente de su orquesta en el Teatro Colón.
Ya en 1988 había vivido con su conjunto otra experiencia no menos incitante: la
participación en una película: “Tango for two”, dirigida por Héctor Olivera.
Llevaba realizados 101 registros con
Roberto Goyeneche, 80 con Juárez en RCA y en Odeón, de 20 a 25 con Roberto
Rufino, Floreal Ruiz y tantos otros. Unos 250 en total, escritos, grabados y
dirigidos. Seguía componiendo, “buscando y en dudas”, solía repetir, aunque a
un ritmo más moderado.
Su música y su estilo, son referentes de la vieja guardia y se identifican
plenamente con el Buenos Aires actual con un sonido tan personal, por su
riqueza armónica y una envolvente belleza estética.
Marta Romero
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