3 DE ENERO DE 1833:
LA
OCUPACIÓN BRITÁNICA DE LAS ISLAS MALVINAS
“El colonialismo visible te mutila sin
disimulo: te prohíbe decir, te prohíbe hacer, te prohíbe ser.
El colonialismo invisible, en cambio, te
convence de que la servidumbre es tu destino y la impotencia tu
naturaleza: te convence de que no se puede decir, no se puede hacer, no se
puede ser.”
Eduardo
Galeano (El libro de los abrazos)
185 años atrás las Islas Malvinas, parte indiscutible
del territorio de la Provincias Unidas del Río de la Plata, adheridas a su
plataforma continental –situación geográficamente comprobada e
históricamente incuestionable–, son
ocupadas por la potencia hegemónica de aquella época, los ingleses, ¡corsarios
de los mares que dominaban despóticamente!.
Vanos fueron los intentos por parte de los
pueblos surgidos tras la Revolución de Mayo de 1810, de recuperarlas en forma
pacífica, también vanos los centenares de reclamos ratificados cada año en la
ONU, y lamentablemente también fue vana la guerra que una
dictadura militar emprendió con aquella excusa, con
inconfesables fines de sostener un régimen de facto que
naufragaba.
VISTA DE PUERTO ARGENTINO |
LOS HECHOS
No existen precisiones sobre el o los
descubridores de estas islas. Atribuido a los yámanas (indígenas nómades canoeros que
habitaron la zona hace 6.000 años), a un
navegante chino, a un desertor de la expedición de Magallanes, a Américo
Vespucio y otras hipótesis, ninguna
hasta el momento corroborada con certeza.
Lo cierto es que las islas como parte integrante de los
territorios colonizados por la Corona española, administradas históricamente
por dos decenas de sus súbditos, pasaron automáticamente a la jurisdicción
controlada por la 1º Junta de Gobierno instalada el 25 de Mayo de 1810.
De allí en más fueron administradas por autoridades de Buenos Aires entre
1820 y 1833.
Aquel 3 de
enero de 1833, el colonialismo inglés desembarcaba y se apoderaba de las Islas
Malvinas, en una clara maniobra de fuerza y de un pillaje internacional
incalificable.
A pesar de
los múltiples reclamos diplomáticos, de la dolorosa guerra y de las
reiteradas protestas ante los organismos internacionales, la restitución sigue
sin respuesta y la cruzada por su recuperación sin avances.
Así la
corbeta Clio de la Marina Real británica, apoyada por otro buque de guerra que se
encontraba en las cercanías, con superioridad numérica y militar, mediante el
uso de la fuerza produce la rendición y entrega de la plaza. Concretada la
expulsión de las autoridades argentinas, el comandante Onslow de la nave
británica dejó a uno de los pobladores de Puerto Soledad a cargo del pabellón y
zarpó de regreso a su base. En 1834, el gobierno inglés asignó a un oficial de
la Armada para que permaneciera en las islas y en 1841 tomaría la decisión de
"colonizar" las Malvinas nombrando un "gobernador".
Esta invasión,
realizada en tiempo de paz, sin que mediara conflicto alguno entre dos países
con relaciones normales, produce un hecho incalificable que nunca fue atendido
en los reclamos inmediatos y posteriores. El 16 de enero de 1833, el gobierno
argentino pidió explicaciones al encargado de Negocios británico, quien se excusó con
el inverosímil argumento de no estar al tanto de la acción de los buques de su
país. El 22 de enero, el ministro de Relaciones Exteriores presentó una
protesta ante el funcionario británico, que fue renovada y ampliada en
reiteradas oportunidades por el representante argentino en Londres. Las
presentaciones argentinas siempre recibieron respuestas negativas de parte del
gobierno del Reino Unido.
LA CAZA CLANDESTINA DE BALLENAS |
Del lado
argentino continuó planteándose en distintos niveles del gobierno y fue objeto
de debates en el Congreso Nacional. En 1884, ante la falta de respuesta a sus
reiteradas protestas, la Argentina propuso llevar el tema a un arbitraje
internacional, lo cual también fue rechazado sin dar razones por el Reino
Unido.
Desde
entonces y hasta el presente, Argentina ha reivindicado permanentemente su
justo reclamo en distintos foros multilaterales, entre ellos la Organización de
las Naciones Unidas (ONU) y la Organización de los Estados Americanos (OEA),
impulsando la adopción de resoluciones que llaman a las dos partes a resolver
la controversia y declaraciones de apoyo a la posición argentina.
UN POCO DE HISTORIA
Vale recordar que España venía ocupando,
aunque discontinuamente, el archipiélago que fue bautizado como
Islas de San Antonio por hombres de
la expedición de Magallanes en 1520.
A comienzos de 1811, el virrey Elío,
que desconocía a la Junta revolucionaria de Buenos Aires, ordenó desde
Montevideo el abandono de Puerto Soledad.
El 27 de octubre de 1820, cumpliendo
órdenes del ministro de Guerra y Marina Matías Irigoyen, llegó a Puerto Soledad
al mando de la fragata Heroína, el ex coronel del ejército norteamericano David Jewett, que desde 1815 estaba al servicio de las Provincias Unidas. El marino
le escribía orgulloso al gobierno: “Tengo
el honor de informar a usted de mi llegada a este puerto, comisionado por el
superior gobierno de las Provincias Unidas de la América del Sud, para tomar
posesión de estas islas en nombre del país al que naturalmente pertenecen por
la Ley Natural”. A partir de entonces se estableció una pequeña colonia
argentina dedicada a la pesca y a la ganadería ovina.
Años más tarde, el 10 de junio de 1829,
el
gobierno porteño creó la comandancia política y militar sobre las islas, designando al comerciante alemán nacionalizado
argentino Luis Vernet como
titular, quien hizo respetar la jurisdicción nacional; el decreto establecía la continuidad
histórica y jurídica de los derechos soberanos: “Habiendo entrado el gobierno de la República en la sucesión de todos
los derechos que tenía sobre estas provincias, la antigua metrópoli, y de que
gozaban sus virreyes, ha seguido ejerciendo actos de dominio en dichas islas,
sus puertos y costas, a pesar de que las circunstancias no han permitido hasta
ahora dar a aquella parte del territorio de la República la atención y cuidado
que su importancia exige”.
Vernet llevó adelante una activa
comandancia: construyó viviendas, levantó un relevamiento topográfico, montó un
saladero de pescado y carne, una curtiembre y logró construir la goleta Águila,
preocupándose por la depredación del archipiélago en forma clandestina.
El
gobierno de Buenos Aires, en octubre de 1829, prohibió la pesca y captura de
ballenas hasta que, en 1831, Rosas reemplazó la prohibición por un impuesto a
los buques pesqueros. Pero los barcos balleneros pasaban de largo por Puerto
Soledad eludiendo el impuesto y depredando a gusto.
Cansado
de esta situación, Vernet apresó a los balleneros norteamericanos Harriet y
Superior, que sin permiso estaban cargando pieles de foca, y personalmente
llevó a la Harriet a Buenos Aires trasladando detenido a bordo a su capitán,
Gilbert Davison. Los norteamericanos, por medio del capitán Silas Duncan al
mando de la fragata Lexington, desembarcaron en Puerto
Soledad, atacaron sus instalaciones, destrozaron la artillería, quemaron la pólvora, tomaron prisioneros a seis oficiales argentinos, arriaron la bandera celeste y blanca y declararon a las islas “libres de todo gobierno”.
El gobierno de Buenos Aires reaccionó
enérgicamente, Rosas le pidió al
ministro Manuel Maza que presentara
una protesta ante Washington. El cónsul Slacum, y el encargado de negocios
Bayles, fueron declarados personas no gratas y expulsados del país. Pero antes
de partir, los agentes le “avisaron” al ministro inglés, John Woodbine Parish,
que los Estados Unidos sólo pretendían permisos de pesca y que las islas
estaban desguarnecidas y eran muy fáciles de tomar, invitando implícitamente a
los súbditos de su Graciosa Majestad de Inglaterra a invadir las islas, hecho que se concreta el 3 de enero de 1833.
El gobernador provisional de entonces, José María
Pinedo se negó a arriar el pabellón argentino pero la fuerza pudo más, debió
rendirse y regresar con su gente a Buenos Aires. Sólo habían pasado ocho años
desde la firma del tratado de Paz, Amistad, Comercio y Navegación entre la
Argentina e Inglaterra y diez de la formulación de la famosa “Doctrina Monroe”, cuando el presidente de los Estados Unidos proclamara formalmente ante
el Congreso de su país que “los Estados Unidos consideran peligrosa para su paz
y seguridad toda tentativa, por parte de las potencias europeas, de extender su
sistema político a una porción cualquiera del hemisferio”, toda letra muerta
cuando se trata de acciones imperiales amparadas por la ley de la selva
trasladada a los mares.
La situación se tornó desesperante para
los peones que no se quedaron con los brazos cruzados. El 26 de agosto de 1833
estalló la rebelión, a cuyo frente se puso el gaucho entrerriano Antonio Rivero, secundados por José María Luna, Juan Brasido, Luciano Flores,
Manuel Godoy, Felipe Salazar, Manuel
González y un tal Latorre, que en
pocas horas terminaron con las vidas de Brisbane, Dickson, Simón y todos los
extranjeros ocupantes, enarbolando nuevamente la bandera argentina; rebelión ahogada en sangre a posteriori, mediante una sangrienta
cacería.
EL CEMENTERIO DE DARWIN |
Muchos años
más tarde, el 2 de abril de 1982, continuaría la historia con la pretendida
recuperación militar por parte de la dictadura cívico-militar que terminó en el
desastre que todos ya conocen, con 649 argentinos muertos en el conflicto, 237 de ellos enterrados en el
cementerio Darwin, y más de la mitad sin identificar. Todos ellos fueron
merecidamente declarados por la Argentina –una vez desterrada la
dictadura– “héroes nacionales” a través
de la Ley Nacional 24.950 de 1998.
“La Guerra de las Malvinas, guerra patria que por un rato unió a los
argentinos pisadores y a los argentinos pisados, culmina con la victoria del
ejército colonialista de Gran Bretaña.
No se han hecho ni un tajito los generales y coroneles argentinos que habían prometido derramar hasta la última gota de sangre.
Quienes declararon la guerra no estuvieron en ella ni de visita. Para que la bandera argentina flameara en estos hielos, causa justa en manos injustas, los altos mandos enviaron al matadero a los muchachitos enganchados por el servicio militar obligatorio, que más murieron de frío que de bala.
No les tiembla el pulso: con mano segura firman la rendición los violadores de mujeres atadas, los verdugos de obreros desarmados.”
No se han hecho ni un tajito los generales y coroneles argentinos que habían prometido derramar hasta la última gota de sangre.
Quienes declararon la guerra no estuvieron en ella ni de visita. Para que la bandera argentina flameara en estos hielos, causa justa en manos injustas, los altos mandos enviaron al matadero a los muchachitos enganchados por el servicio militar obligatorio, que más murieron de frío que de bala.
No les tiembla el pulso: con mano segura firman la rendición los violadores de mujeres atadas, los verdugos de obreros desarmados.”
Eduardo Galeano
(Memoria
del fuego, t. 3, 1986)
Miguel Eugenio Germino
Fuentes:
-http://enaun.mrecic.gov.ar/es/node/3561
-http://html.rincondelvago.com/historia-de-las-islas-malvinas.html
-https://www.comodoro.gov.ar/efemerides/2013/01/03/03-de-enero-usurpacion-de-las-islas-malvinas
Las Malvinas
Homenaje a nuestras Islas y al poeta José Bartolomé Pedroni
Es nuestra bella
del mar.
La patria la
contempla desde la costa madre
con un dolor que
no se va.
Tiene las alas
llenas de lunares.
Lobo roquero es
su guardián.
La patria la
contempla. Es un ángel sin sueño
la patria junto
al mar.
Tiene el pecho de
ave sobre la onda helada.
Ave caída es su
igual.
El agua se
levanta entre sus alas.
Quiere y no puede
volar.
El pingüino la
vela. La gaviota le trae
cartas de
libertad.
Ella tiene los
ojos en sus canales fríos.
Ella está triste
de esperar.
Como a mujer
robada le quitaron el nombre;
lo arrojaron al
mar.
Le dieron otro
para que olvidara
que ella no sabe
pronunciar.
El viento es
suyo; el horizonte es suyo.
Sola, no quiere
más.
Sabe que un día
volverá su hombre
con la bandera y
el cantar.
Cautiva está y
callada. Ella es la prisionera
que no pide ni
da.
Su correo de amor
es el ave que emigra.
La nieve que cae
es su reloj de sal.
Hasta que el
barco patrio no ancle entre sus alas,
ella se llama
Soledad.
José Pedroni (1953)
José Pedroni, poeta argentino, nació en Gálvez, provincia de Santa Fe en
1899.
Sencillo, humano, accesible por su claridad fraterna, compañero y amante de la naturaleza, honesto, revelador de un vitalismo propio del mundo cotidiano, adquirió un compromiso con su pueblo al que le cantó en versos sencillos pero profundos.
Sencillo, humano, accesible por su claridad fraterna, compañero y amante de la naturaleza, honesto, revelador de un vitalismo propio del mundo cotidiano, adquirió un compromiso con su pueblo al que le cantó en versos sencillos pero profundos.
En 1923 aparece su primer libro:
La gota de agua; en 1925, sale a la
calle Gracia Plena; en 1935 Poemas y
palabras. En los años siguientes José Pedroni publica Diez mujeres (1937),
El pan nuestro (1941) y Nueve cantos (1944). Hasta que en 1956, aparece la que para muchos fue su
obra cumbre: Monsieur Jaquín.
En 1959, el escritor funda en Esperanza el Teatro de Títeres Pedro Pedrito, con la colaboración de Ricardo Borla. En mayo de 1960 se publica Cantos del hombre libre. En diciembre del mismo año aparece Canto a Cuba, en los que refleja admiración por la revolución cubana. En 1961 le sigue La hoja voladora. Finalmente en 1963, el que sería su último libro: El nivel y su lágrima.
En 1959, el escritor funda en Esperanza el Teatro de Títeres Pedro Pedrito, con la colaboración de Ricardo Borla. En mayo de 1960 se publica Cantos del hombre libre. En diciembre del mismo año aparece Canto a Cuba, en los que refleja admiración por la revolución cubana. En 1961 le sigue La hoja voladora. Finalmente en 1963, el que sería su último libro: El nivel y su lágrima.
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