Las tan esperadas elecciones de término medio
norteamericanas no dejaron ganadores claros. Cada uno de los contendientes
resaltó sus triunfos y no habló de sus derrotas, pero hay una evidencia
inobjetable: la fuerte campaña mediática en contra de Donald Trump no provocó
la derrota del actual presidente norteamericano que muchos esperaban.
Es que el jefe de la Casa Blanca tiene los
números de la economía hablando a su favor. Hay más trabajo y menos desempleo
en el gran país del Norte. La política de defensa del mercado interno y la
consiguiente guerra comercial con las otras potencias económicas, defensoras
del libre cambio, por el momento le resultó positiva a Estados Unidos.
Además, Trump cumplió con su promesa de
reformar o desechar los tratados de libre comercio que no se adaptan a su
filosofía. Lo hizo con el ex Nafta, que no solo cambió su sigla, sino también
su sentido: el nuevo tratado exige que los trabajadores mexicanos de la
industria automotriz pasen de ganar 4 dólares la hora a ganar 16. De esta
manera busca conjurar los desequilibrios ocasionados por las condiciones
laborales de cada país. Algo parecido tendrá que pasar en nuestro Mercosur
tarde o temprano.
Pero así como despliega un buen andar
económico, desbarranca en su política social al poner en marcha una gestión
basada en el racismo y en una agresividad exacerbada. Esto le ocasionó, desde
el vamos, el rechazo de muchos ciudadanos de a pie, de gran parte de la colonia
artística norteamericana y de gran parte de los medios de comunicación. Todos
enemigos poderosos que horadan la popularidad de Trump.
Con este panorama, es difícil predecir si el
magnate logrará permanecer en Washington otro período. Dependerá de que la
locomotora productiva no se detenga y, de que su carácter hostil no le siga
sumando enemigos. La otra solución podría ser que comprenda que construir
puentes es mejor que levantar muros, pero esto último suena altamente
improbable.
Pablo
Salcito
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