jueves, 2 de mayo de 2019

DOS CUENTOS DE GUSTAVO FINGIER





EL ÁRBOL QUE PERDIÓ SU INFANCIA

Pinto era un pino de Oregón, que desde pequeño soñaba con ser grande. Su especie llegaba a alcanzar los sesenta metros.
Le habían dicho que la vista desde las grandes alturas era maravillosa.
Sus amigos le mostraban distintas bellezas de la naturaleza, desde pequeñas plantas, flores, insectos, grandes animales y hasta personas, pero no les prestaba atención; iba creciendo y siempre sucedía lo mismo, lo único que le interesaba era lograr una gran altura.
Cuando creció, confirmó que el panorama desde tan alto era espectacular.
En las conversaciones con sus amigos, escuchaba cosas muy extrañas para él, hablaban de chicos jugando a la pelota, de perros corriendo, de abejas que se posaban sobre las flores y cantidades de comentarios sobre seres que no llegaba a distinguir desde allá arriba.
Pero ya no pudo bajar para conocerlos, se los había perdido mientras esperaba llegar bien alto.


¿VALES LO QUE TIENES?

Felipe era un hombre humilde, que trabajaba en su pequeña herrería.
En su pueblo era marginado por su situación social.
Cansado de los desprecios, un día confió a su amigo Pedro, con la condición de que guardara muy bien su secreto, que había heredado una gran fortuna, que seguía con la herrería porque le gustaba el trabajo, y que nadie debía enterarse de su herencia puesto que todos recurrirían a él por su dinero.
Pedro esa misma noche se lo comentó a su esposa, pidiéndole antes discreción.
En pocos días todo el pueblo lo sabía, pero nadie decía nada porque era un secreto.
Felipe comenzó a ser invitado a las fiestas del pueblo, pero se negaba a concurrir. Finalmente, por pedido de un grupo representativo y del propio Alcalde, comenzó a participar de las distintas reuniones.
La forma en que era tratado distaba mucho del que recibía el humilde herrero.
Más tarde fue elegido para integrar el Consejo del pueblo.
El Banco le dio un préstamo para modernizar su taller sin pedirle garantías. Cada vez tenía más trabajo y con su vida sencilla, llegó a ser una persona adinerada.
Con el tiempo se hizo tan importante, que se convirtió en Alcalde. Un día, en una conversación entre amigos, con las personalidades más importantes del pueblo, uno de ellos se animó y le confesó:
–Debo ser sincero con vos, todos conocemos tu secreto, sabemos de la fortuna que heredaste.
–En honor a tu sinceridad, les diré la verdad. Nunca existió dicha fortuna.

Gustavo Fingier
Escritor argentino






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