viernes, 21 de febrero de 2020

LA QUINTA DEL COLEGIO SAN JOSÉ





La historia de esta quinta de Almagro se remonta a la llegada al país de ocho sacerdotes bayoneses de los Bajos Pirineos (Francia), encabezados por Diego Cazenave Barbé (1813-1869).
Los clérigos habían arribado a Buenos Aires en 1856. Alquilaron a Tomás Rebollo, heredero de la quinta de Miserere, una modesta casa en el rincón NE de la finca, que coincide con la actual esquina SO de las calles Bartolomé Mitre y Azcuénaga.
Allí fundan el 19 de marzo de 1858 el Colegio San José que, pese a las dificultades iniciales, crecerá y se trasladará a un terreno mucho más amplio, a los fondos de la Iglesia de Balvanera, con frente sobre la calle Cangallo (hoy Tte. Gral. Perón).
El Padre Barbé y sus colaboradores, reconociendo la necesidad de un lugar más amplio para el esparcimiento de alumnos, profesores y religiosos de la orden del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram, procuraron adquirir una quinta en un lugar no muy lejano del colegio. Encuentran el sitio ideal a menos de dos kilómetros, en el barrio campero de Almagro, perteneciente por entonces al Partido de Flores. Se instalan allí, en una fracción de la extensa quinta de las familias Lasala y Riglos, apellidos vinculados al Cabildo de Buenos Aires, y que en ese momento pertenecía a los hermanos Pedro y Luis María López.
La fracción tenía 121,24 metros de frente sur sobre el Camino de Gauna (actual Díaz Vélez), con idéntica medida a los fondos sobre Segunda Cangallo (hoy Potosí). Limitaba al Este con la calle Tramway (hoy Medrano) y al Oeste con Almagro (actual Francisco Acuña de Figueroa); lindaba con la quinta de Vélez Sarsfield.
La ubicación era privilegiada, ya que se encontraba a menos de 100 metros de la desaparecida Estación Almagro del primer Ferrocarril al Oeste, que se levantaba en la confluencia de la actual calle Lezica con el Pasaje Peluffo.
El precio de la operación se convino en 140.000 pesos moneda corriente, y fue escriturada en 1865 a nombre de Diego Barbé, no de la congregación, ya que era de éste el principal aporte. No obstante, Barbé hizo testamento a favor de los presbíteros Chirou, Harbustán, Sardoy y Sampay, con la condición de que ninguno individualmente pudiera ejercer acto de dominio, sino todos en común, de manera que el último sobreviviente quedara como dueño exclusivo. El complejo mecanismo testamentario se puso en práctica a partir del 13 de agosto de 1869, al fallecer Barbé a consecuencia de una neumonía.
La quinta fue bautizada como “Santa María”. Sobre el frente paralelo al Camino de Gauna se construyó un edificio de dos plantas, con un modesto mirador (clásico en todas las construcciones de esa época) y un sencillo oratorio, todo gracias al aporte del padre Sampay (a quien llamaban “viejito” pese a sus 41 jóvenes años) único heredero desde 1881 por los sucesivos fallecimientos de los otros tres legatarios.
En aquellos tiempos -según el recuerdo de un ex alumno y el relato del Padre Sarthou- “la zona era agreste y sólo existían unos ranchos de adobe, entre yuyos y abrojos donde un hombre a caballo apenas descollaba. Había allí unos mansos caballos de faena que montábamos de a tres; mientras unos visitaban los corderos, vacas y terneros añorando la estancia familiar, otros ayudaban al quintero a plantar y regar las verduras, cosechando como premio alguna fruta.”
“Al regresar de un paseo tropezamos con un pantano, en el cual el carro de un paisano se hallaba hundido hasta el cubo de las ruedas. Los caballos, embarrados hasta el pecho, se negaban a arrancar pese a los rebencazos. El padre Pommés calculó la suerte, se ofreció al dueño, saltó al pescante, blandió el látigo y arrancó tan presto que todos quedamos sumidos en sorprendida admiración.”
A la imagen pueden agregarse los infaltables montes de frutales, especialmente durazneros, de las quintas cercanas en las que aún perduraban los cercos de cina-cinas y pitas.
Se acostumbraba premiar con una estadía en el lugar a los alumnos mayores, los que montaban a caballo y ayudaban al quintero a cosechar sabrosas frutas y verduras, aprendiendo así los secretos de la vida rural. Los domingos y los jueves por la tarde acudían a la quinta también religiosos y profesores del colegio, y muchos de ellos pasaban sus vacaciones allí. La quinta era atendida por un casero permanente, junto a los hermanos coadjutores Jean Marie y Jeatin Quilhahauquy.
Con el tiempo las quintas vecinas se fueron dividiendo, y el avance de la edificación invadió poco a poco la zona, amenazando así las posibilidades de que aquello siguiera siendo un lugar de placidez campestre. Por ello, las autoridades del Colegio decidieron comprar un terreno más alejado, en la provincia, aunque no demasiado apartado de la Capital. Estaba ubicado en el camino de San Isidro a Morón, y nació entonces la quinta de Caseros, más tarde Martín Coronado.
Entonces, en la quinta de Almagro se instala en 1897 el noviciado y el estudiantado de la congregación, y pasan a residir allí los padres Magendie y los entonces sexagenarios padres Pommés, Sampay y Permasse.
Después de una larga serie de traspasos hereditarios, hacia 1899 se constituye finalmente la “Sociedad del Colegio San José”, a la que transfieren la propiedad de la quinta y otros bienes hasta entonces personales de sus adherentes. Finalmente en 1908, como se explicará enseguida, la “Sociedad” decide la venta de la quinta, para financiar distintas obras en el interior de país y en la hermana República del Uruguay.
Desde la Quinta del San José y la Congregación Bayonesa de origen francés, se tendió un puente para atender espiritualmente a la naciente parroquia de San Carlos de la Congregación Salesiana de origen italiano, seguidores de Francisco de Sales (1567-1622) y Juan Bosco (1815-1888). Éstos habían llegado al barrio en 1878, al instalarse en la calle Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen) y Estevarena (hoy Quintino Bocayuva), donde levantaron el primer templo consagrado a San Carlos Borromeo.
Volviendo a la “Quinta del San José”, digamos que en marzo de 1908 —año del cincuentenario del Colegio— fue vendida en 48 lotes, y los fondos se destinaron a costear gastos de varias fundaciones de Rosario, La Plata y Asunción. Era el momento en que por la calle Díaz Vélez rugía y centelleaba el tranvía eléctrico, cuando el barrio de Almagro abandonaba su tradición campera.
Miguel Eugenio Germino
FUENTES:
-Cutolo, Vicente, Historia de las calles y sus nombres, Tomo I, Elche, 1994. -Periódico Primera Página, nº 91 de noviembre de 2001 y 117 de abril de 2004.
-Llanes, Ricardo M., El Barrio de Almagro, Cuadernos de Buenos Aires, 1968.
-Rezzónico, Carlos Alberto, La Quinta del Colegio San José, Historias de la Ciudad, n°146 de junio de 2008.
Agradezco la colaboración de Mabel S. de Coni Molina.




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