FRENTE DE LA CASONA DE RIOBAMBA 144 |
Buenos Aires guarda en su rico pasado, miles de historias y leyendas,
comprobables unas, rondando la fantástico otras, que integran su identidad,
como es el caso de esta casona del barrio de Balvanera, aprisionada hoy entre dos edificios, en la calle
Riobamba 144, a escasos metros del Congreso Nacional.
Este chalet de fines del siglo XIX, casi inadvertido a los ojos del
transeúnte desprevenido, conserva una de aquellas historias irrepetibles de
capítulos escalofriantes, donde su frente resiste casi oculto por una frondosa palmera
centenaria, que fue expandiéndose hasta cubrir casi por completo el pequeño
jardín delantero, tapando la visibilidad del lugar. Es una de las tantas
rarezas del barrio, del que vale la pena conocer sus secretos.
La mansión cuenta con ocho ambientes, que incluyen dos amplios salones con
hogares de ladrillos refractarios, de notable belleza, a los que se agregan
tres baños, patios interiores, terraza, una buhardilla y un sótano, todos dispuestos en una laberíntica conformación,
compuesta por varias escaleras.
Se inserta en el estilo ecléctico francés, rápidamente
exportado a toda Europa, Rusia y los Estados Unidos.
Este estilo se manifestó entre los años 1860 y finales de los
años 1920, con un remate de buhardilla en el que lucen unos llamativos
mascarones, cuyas pétreas cabezas masculinas de bocas y ojos bien abiertos,
emplazadas en el frontispicio, le aportan un clima de secreto adicional a las
leyendas que se tejen del lugar, que no están exentas de ruidos misteriosos, magnificados por las murmuraciones
que se fueron propalando con el correr de los tiempos.
El palacete encierra curiosas historias –sin confirmación–, algunos lo comparan con los escenarios
principales de la misteriosa mansión barcelonesa del bestseller “La sombra y el viento” de Ruiz Zafón, y otros la consideran fuente
de inspiración del célebre cuento de Cortazar “Casa tomada”.
Perteneció originalmente a la aristocrática familia Ortiz Basualdo, quienes
edificaban sus suntuosos palacetes al estilo y los gustos de la vida de la belle époque porteña, donde se
realizaban tertulias rutilantes en sus salones y patios, documentadas en viejas
fotos publicadas en sociales de los diarios de la época.
UNO DE LOS VARIOS PASILLOS INTERIORES |
Posteriormente la propiedad pasó a Marcelina Irigoyen de Rodríguez y más
tarde hacia los años 1930 a Catalina
Aurelia Espinosa, viuda de Galcerán,
un médico catalán de destacada actuación durante la epidemia de fiebre amarilla
de 1871. La viuda, que contaba con una
considerable fortuna heredada de sus padres y de su difunto esposo –quien le dejó una importante
pensión por sus heroicos actos durante la fiebre amarilla–, compró la casa, atraída por su estilo de
petit hotel francés. Su interés principal era de tener una casa grande porque
tenía seis hijos, cinco varones y una mujer: Elisa, muy religiosa, a tal punto, que iba a misa todos los días y siempre
visitaba un taller de biblia que se daba en la parroquia de Nuestra Señora de
Balvanera, a escasas cuadras de su casa, y hasta contaba en su habitación con
un mueble oratorio propio.
Los hijos varones no tuvieron necesidades, por lo que pudieron dedicarse a
sus estudios sin necesidad de trabajar. Todos terminaron una carrera, cada uno
cultivó una profesión diferente: arquitecto, médico, escribano, ingeniero y
abogado, aunque ninguno conformó una familia ni se apartó de la casona,
manteniendo vidas deportivas, plenas de éxitos y romances, criticados como
licenciosos a la vista de su devota hermana Elisa, que además trabajaba como
taquígrafa en el Congreso Nacional.
Ya anciana, la muerte le llegó a la madre, ninguno de los varones tenía
intención de dejar la vivienda, no querían tener que hacerse cargo solos de una casa. Fue Elisa, como única mujer,
que se encargó de las tareas domésticas y administrativas del hogar, ayudada por
la infaltable ama de llaves.
La habitación de la madre fue clausurada, sin tocar nada de lo que había
adentro. A partir de entonces lo que más irritaba a la única mujer Galcerán,
era La vida libertina de sus hermanos que iba en contra de sus propias
creencias y de lo que su madre siempre trató de inculcar. Además de no ir a
misa como pregonaba la progenitora, algunos se consideraban ateos. Elisa no
podía tolerarlo.
UNA VISTA NOCTURNA DEL PALACETE |
Elisa tenía que preocuparse de
supervisar las tareas de la casa: comida, limpieza y lavandería, si por algún
motivo la empleada doméstica se equivocaba al ordenar la ropa, quien recibía la reprimenda era Elisa, lo mismo
sucedía con la comida, si no estaba bien preparada o no era lo que los hermanos
querían.
Todos recibieron su parte de la herencia del padre, que era una
considerable fortuna que les permitía continuar su vida holgada, sin trabajar.
A Elisa, le molestaba que ellos no trabajaran, no por el dinero sino por la
dignidad de la familia.
Con el paso de los años, los hermanos varones se fueron muriendo, en
diferentes accidentes y tras cada deceso Elisa cumplía con un rito inexorable,
cerraba para siempre la puerta de la habitación del hermano fallecido, dejando
adentro, al igual que la habitación de la madre, todos los objetos personales.
Su autoridad era indiscutible y el resto de los hermanos no se atrevían a
contradecir su voluntad. Mientras ella viviera nadie volvería a cruzar el
umbral de la habitación clausurada, sin importar el polvo ni las telarañas,
convertida en una verdadera tumba urbana en pleno corazón de Buenos Aires, así
se fue cumpliendo el rito hermano tras hermano.
De
esta forma, la mansión iba reduciendo sus espacios,
acotada por la memoria de los muertos. De todas la habitaciones existía una en
el subsuelo, que era la más pecaminosa y la que más le inquietaba a Elisa, se la conocía por “la pieza en la que no se
puede entrar”, allí era el lugar que su hermano médico mantenía sus encuentros
amorosos con Mercedes White, la mucama de origen inglés.
Cuando éste, el último de los hermanos falleció, tras el velatorio fueron
dos las habitaciones que debió clausurar Elisa, la del médico y “la del
pecado”, en el subsuelo. De riguroso luto, miró por última vez aquella
habitación decorada con carpetas de macramé y dibujos eróticos, lujosamente
enmarcados.
SU ACTUAL EMPLAZAMIENTO RODEADO DE EDIFICIOS |
A sus espaldas, también aquella puerta se cerró para siempre, clausurada
con un pesado candado de bronce, cual tumba faraónica, puso el brazo sobre el
hombro de la mucama Mercedes –acongojada amante– y silenciosamente ambas se alejaron de aquel sector de la casa. Miss White continuó viviendo en la casona hasta
su muerte, ya en plena ancianidad, amparada por el carisma de la autoritaria
dueña.
Finalmente también a doña Elisa le alcanzó el destino inexorable, aunque
ella no se entregó fácilmente, enseñó taquigrafía y además de sus obras
piadosas, rezaba a la memoria de sus cinco hermanos y de la pecadora mucama, fue
perdiendo la vista y se vio obligada a depender de quien le leyera los diarios,
a la par que realizaba ejercicios nemotécnicos a fin de no perder su poderosa
memoria.
Finalmente el 22 de julio de 1992, a los 93 años, Elisa se apagó para
siempre y con ello también el último eslabón de esta apasionante historia, de amor, lujuria, recelos y religiosidad, entre
las vidas opuestas de los habitantes de la casona, que entra en una nueva etapa
judicial, esta vez para dirimir la herencia de la misma.
Esta extraña mansión de Balvanera pasó a ser propiedad del traumatólogo Carlos Rossi, que la heredó de su madre y la
puso nuevamente en venta.
En
1997 funcionó una escuela primaria que se llamaba, paradójicamente, “Puertas abiertas”.
El sereno jura haber visto fantasmas y dice que las puertas siempre se cerraban
solas, violentamente. En 2005, el Partido de Trabajadores por el Socialismo
(PTS) logró alquilarla –se dice que muy por debajo de su valor–
para poner el Instituto de Pensamiento Socialista Karl Marx.
Sin embargo, quienes habiten esta casona no podrán ignorar la larga
historia de la familia Galcerán, y más precisamente a la devota Elisa, que fue
enterrando uno a uno a sus cinco hermanos clausurando definitivamente cada una
de las puertas de sus dormitorios.
Hay quienes afirman que en la casa, especialmente durante las noches, se
escuchan ruidos raros y existen también los que afirman la existencia de los
fantasmas de los hermanos de Elisa, muertos. Algunos sostienen que fueron
envenenados, uno a uno por su devota hermana, en reproche de sus vidas
libertinas, sin embargo nadie conoce la profunda verdad de aquella familia que
se fue extinguiendo en el tiempo.
Miguel Eugenio Germino
Fuentes:
-Bouillon, Willy G., Los fantasmas de la casa tomada, La Nación, julio de 2004.
-En
este artículo colaboró con
jugosa información la señora María
Isabel S. de Coni Molina, de la Junta de Estudios Históricos de
Balvanera, a quién agradecemos su aporte.
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