EDITORIAL JUNIO 2020
Entrando ya en el tercer mes en que se
instaló en nuestro país la pandemia del Covid-19, surgen algunas dudas y preocupaciones además
de la saturación del encierro, son las de cómo continuar con los tratamientos habituales y
regulares que por distintas enfermedades –cardiovasculares,
renales, diabetes, pulmonares, cáncer y otras– vienen
realizando especialmente los afiliados al PAMI, extensivo además a las
distintas obras sociales, dado que la situación de quienes se encontraban en distintos
seguimientos y controles se ven completamente trastocados.
Existe en
debate un doble problema y una doble preocupación, por un lado el temor y el
peligro de asistir a un consultorio u hospital, y por el otro la cancelación de
todos los turnos asignados desde hace dos meses (que es el tiempo mínimo en que
se otorgan los turnos a los pacientes afiliados no urgentes), quedando éstos
expuestos en una zona gris, e interrumpido de hecho el control periódico
habitual del paciente y el contacto directo médico-paciente.
Las consultas telefónicas, remotas o vía email, se hallan colapsadas o son de
dificultoso acceso para personas adultas mayores, quedando el paciente en un limbo médico de complicada solución,
buscándose en este momento el difícil formato de terapias de manera virtual. La
única recomendación es la de recurrir a la guardia o a los teléfonos de emergencia ante una urgencia.
En muchos
casos –ante esta epidemia imprevista–, gran parte de
los aludidos se encuentran sin saber cómo actuar y sometidos, además, al temor de
movilizarse en el transporte público, a su vez riesgoso, o al taxi de privativo
costo para jubilados.
La
experiencia que dejó la historia de las epidemias y pandemias muestra siempre que los más perjudicados son los pacientes de
menores recursos, como lo demostraron las epidemias de cólera, peste bubónica y
fiebre amarilla, que recayeron principalmente
sobre los sectores más vulnerables económicamente.
Históricamente
siempre hubo hijos y entenados, y hoy lo
demuestra la incidencia del Covid-19 en las
villas, barrios populosos y de habitantes más
carenciados, una deuda pendiente de muchísimos años en el país y en el mundo.
La Ciudad de
Buenos Aires es un ejemplo clásico con el mayor número de infectados del país.
El tema es de
difícil solución en plena pandemia. Momento en
que sale a la luz toda la desidia de los
distintos gobiernos pasados, unos en menor
medida y otros grandes responsables de la continuidad de esta situación. La falta de agua corriente y el
hacinamiento habitacional son los peores enemigos, y la higiene es casi una utopía.
Cuando se otorgaron
millones de nuevas jubilaciones –hecho destacable– no se previó ampliar la estructura
del PAMI, que hoy no alcanza a cubrir con
eficiencia los tantos nuevos usuarios, ya que fueron escasos los nuevos establecimientos
necesarios y adecuados para una óptima atención, hecho
que hoy surge a la superficie.
En la medida
en que se mantenga o agrave la pandemia, más
complicada será la solución de estos problemas, que pasan a ser de carácter social.
Al no haber una vacuna ni claridad de las medicaciones apropiadas para aplicar
en la emergencia, la única arma es el aislamiento.
Se debe a su
vez luchar en otros terrenos, la vulnerable situación económica del país por un
lado, los irresponsables de siempre que buscan sacar un rédito político, la
desinformación de la prensa maniatada por intereses económicos bastardos y “los
tontos” que se encaprichan en desobedecer las recomendaciones oficiales de “cuidar para cuidarse”.
Así las cosas
en esta entrada del mes de junio y la aproximación
del invierno que traerá complicaciones adicionales que se suman al problema del
incontrolado aumento de la carestía de vida, sin ninguna justificación y solo
con fines especulativos, que se da patadas con
la nueva lógica del mercado con políticas más abarcativas, alejadas del clásico
neoliberalismo hegemonizado desde hace más de cuatro décadas. La crisis
económica no la desató la cuarentena que hoy se pretende descontrolar; ¡ojo con la Ciudad de Buenos Aires Sr. Larreta!, no
bajar la guardia ni ceder a los sectores que pregonan la apertura sin
controles, que no son pocos, están concentrados y tienen “la gran prensa” de su
lado y a periodistas irresponsables que los secundan. Lo esencial
es comprender las gravísimas consecuencias éticas y políticas que se derivan de
aquélla, porque
tras el paso de la peste ni el país ni el mundo pueden ser igual que antes.
Hay que
cambiar de raíz el sistema tributario hoy obsoleto e implementar un
impuesto a las grandes riquezas, de carácter permanente, que incluya a su vez
al mundo bancario, la bolsa y los grandes hipermercados, todos ellos sectores
dominantes, mientras que los aportes del Estado a las grandes empresas en los pagos de salarios deben
ser correspondidos por una participación accionaria en las mismas.
Hasta la próxima
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