Ayer protagonista hoy calles
–¿Cómo han cambiado las calles, no? –exclamó Esteban.
–Perdón señor, no tengo idea de
que está hablando –respondió un joven.
Sucede que Esteban Agustín
Gascón se dirige hacia la avenida Rivadavia,
pero no está muy seguro de donde está, ni siquiera de lo que sus ojos están
viendo.
Al llegar a una avenida, no logra
distinguir nada de lo que hay en las esquinas. No conoce negocios ni vecinos, y su vista le impide leer bien los
carteles con los nombres de las calles.
–¡Señor! ¿Me puede ayudar? ¿Es
esta la avenida Rivadavia? –preguntó Gascón.
–Me ofende, gobernador.
–Disculpe, ¿es usted Eustoquio
Díaz Vélez? ¿Qué hace acá?
–Es mi calle, mi lugar. Estoy muy
a gusto aquí, aunque ahora que mi predecesor en la Intendencia de Salta del
Tucumán no me reconoció, la alegría ha cesado un poco –exclamó DV, y luego
concluyó –¿Hacia dónde se dirige?
–La idea era caminar por la calle
que me han asignado como homenaje. Yo sabía que caminando por acá iba a llegar
hasta Rivadavia, pero me olvidé que unas cuadras antes, estaba usted, a quien
admiro, ya que no cualquiera lucha ante las Invasiones inglesas, participa de
la Revolución de Mayo y pelea en la Guerra de la Independencia.
–Le agradezco Gascón, pero usted no
se haga el humilde, que su firma ayudó con el acta de Independencia. Ahora sí,
vaya tranquilo.
Sorprendido por encontrarse a un
viejo conocido, Gascón siguió su camino, y en cuanto vio la próxima avenida, no
dudó. –¡Llegué! –Exclamó con un grito que molestó al que tenía al lado.
–¡Más despacio, hombre! Por
favor, estas nuevas generaciones hablan muy alto y no respetan a los mayores.
Esto en 1800 no pasaba.
–No mienta
Bernardino, ¡sí que pasaba! ¿O ya se olvida lo que tuvimos que gritar y luchar para
que nuestro país sea independiente?
–¡Esteban Gascón! Que sorpresa
verlo por acá, ¡pensar que fuimos al mismo colegio! Aunque en años diferentes.
Usted egresó del Nacional Buenos Aires en 1781, y yo 17 años después –recordó Bernardino
Rivadavia, primer presidente de nuestro territorio.
–Es cierto. Gratos momentos de
nuestras vidas. Éramos más jóvenes. No nos cansábamos tanto –argumentó Gascón.
A lo que agregó –¿no me lo presta un rato?
–¿Qué cosa, abogado? –respondió
Rivadavia descolocado.
–¡El sillón! Es que no me dan más
las piernas, vengo caminando hace muchas cuadras.
–Allí tiene un banquito, lo
siento, pero el sillón no se presta.
–¿Cómo es eso? ¿Acaso no se
sentaron allí todos los presidentes que tuvo nuestro país desde que usted dejó
el cargo?
Las carcajadas de Rivadavia no
tardaron en llegar, Gascón, sorprendido, no entendía a que se debían.
–Escuche, Gascón. Tengo una de
las avenidas más largas del mundo a mi nombre, y recorrerla a menudo es un
ejercicio que me desgasta mucho, así que cuando el cuerpo me lo pide, yo ya sé dónde
sentarme.
Lucas Giannotti
Periodista
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