Anécdotas del Abasto
“Miguelito del Tambo”, por Enrique G.
Santirso
Miguel Azaro,
“Miguelito del Tambo”, como lo llamábamos nosotros, por el simple hecho de que
habitaba el viejo tambo de la calle Zelaya, entre Jean Jaurés y Anchorena, que
había sido de sus padres. Tenía dos hermanos; del mayor se sabía poco, apenas
lo veíamos y eso solo por las noches, de día no salía a la calle.
El siguiente,
Juancito, era un personaje por demás interesante, una curiosísima simbiosis de
niño-hombre; como chico, alegre, juguetón,
ingenioso. Bromista incansable. Como hombre era un taura (guapo, valentón,
bravucón), temible con el cuchillo, susceptible, siempre dispuesto a jugarse la
vida por una pavada.
Miguelito en
cambio, era muy distinto a sus hermanos: afable, contemporizador. Jamás lo vi
trenzarse en una de esas riñas callejeras en las que todos, quien más, quien
menos, entrábamos.
Dotado de una
fina sensibilidad, amaba la vida y la amistad. Podría decirse que soñaba con
evadirse del sórdido lugar donde había nacido y alcanzar el Edén prohibido.
Dios, la casualidad o el destino, vaya uno a saber quién, lo había hecho nacer
en la más absoluta pobreza, pero al mismo tiempo lo había dotado de uno de los
dones más envidiables: el amar, sentir hondamente y poder expresar esas
emociones a través de un órgano vocal incomparable.
Podía hacer
gozar, sufrir, reír o llorar a su apasionado auditorio, porque él mismo gozaba,
sufría, reía o lloraba, cuando nos extasiaba con su canto inolvidable.
La muerte de
su ídolo, Carlos Gardel en 1935 lo derrumbó. De ahí en adelante fue una nave al
garete, sin timón ni chance de llegar a puerto.
Una mujer que
lo amaba le brindó techo, ternura y comprensión. Pero ya no era el mismo. El
tabaco y el alcohol habían destruido esa maravilla vocal.
Cuando murió
Miguel Azaro, “Miguelito el cantor”, había desaparecido mucho antes.
La Garúa que nació en el Abasto, por
Ricardo Perrone
La pluma de
Enrique Cadícamo y la música de Aníbal Troilo se congregaron para dar vida a
ese hermoso tango que, como el propio Pichuco, nació en el Abasto.
Entre las
tantas amistades de aquel “gordo” que hizo hablar al bandoneón, se destacaban
en el rioba las de Tito Matarazzo, el Negro Acosta, el Gallito César y un
enfermero del Hospital Fernández, conocido con el apodo de “Campana” o
“Campanita”.
En la década
del 30, Campanita se había ganado en la barra meritorios lauros por su
filantrópica dedicación de asistir a la gente humilde de la barriada –que era
numerosa– con muestras gratis de medicamentos, al punto que se hizo acreedor al
alias de “Médico de los pobres”.
Campanita,
vaya a saber de buena tinta por qué razón, se entregó al alcohol y cayó en una
situación de no retorno. Sufrió en carne propia el hielo de una fría garúa en
pleno invierno, y rodó “como un descarte, siempre solo, siempre aparte” en una
de aquellas salas del Hospital Fernández, en el mismo hospital en el que
trabajó ayudando a salvar tantas vidas como auxiliar de enfermería.
Olvidado
hasta por su propia esposa, la hermosa mujer que le dio dos hijas, por entonces
adolescentes. Solitario y abandonado, “perdido como un duende”, “pensando
siempre en lo mismo”, tal vez en su mujer que lo abandonó… “porque aquella con
su olvido / hoy le ha abierto una gotera”…, en sus hijas, en su vida de
enfermero de otras épocas…
Llega así al
final de sus días sin que nadie lo vea… “cruzar por la esquina / sobre la
calle, la hilera de focos / lustra el asfalto la luz mortecina”… Una de las
tantas esquinas que tantas veces cruzó para ayudar a los necesitados del
barrio, sin encontrar quien pudiera ayudarlo en su caída.
El barrio se
conmovió con la noticia de su muerte allá por el año 1942.
Así, por
iniciativa de Pichuco, Enrique Cadícamo le pone letra al drama del amigo que no
olvidó. Él compondrá la música y el tano Fiorentino conmocionará con su voz la
noche del estreno el 4 de agosto de 1943, en el Tibidabo.
Había nacido
el tango Garúa:
“…Solo y
triste por la acera
va este
corazón transido
con tristeza
de tapera.
Sintiendo tu hielo,
porque
aquella, con su olvido,
hoy le ha abierto
una gotera…”
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