sábado, 24 de diciembre de 2022

ARBOLITO UNA HISTORIA DE NAVIDAD -- POR ANTOLIN MAGALLANES


 
Arbolito: Una historia de navidad.

 

 Por Antolín Magallanes. *



Dicen que la consideración es el mayor gesto de bondad humana. Tal vez cuando nos mudamos a Balvanera, entre todo el amor que le pusimos a hacer nuestra casa, creíamos que debía ser considerada con algún símbolo natural, algo que tuviera vida, savia y color. Algo que complementara la belleza arquitectónica del barrio con las puertas más bellas de la ciudad. De los edificios señoriales, los del racionalismo catalán con diamantes en sus cúpulas o lilas forjadas en hierros para emoción del observador transeúnte.



También quisimos restaurar y reparar algunas cosas que no nos agradaban. Nuestra puerta de hierro modernista y bella con unas rejas negras largas, tiene unos círculos en asimétricos lugares de la misma, bellísimos, donde queda el vidrio limpio, como el ojo de buey de un barco. En uno de ellos algún perverso, pudo tomarse el tiempo, diría que bastante, para realizar una talla cruel. Una esvástica. Perfecta y bien biselada que me era imposible obviar, al entrar y al salir. Además de avergonzarme ante las visitas. Porfiamos tanto los vecinos que logramos sacarla, llevo dos años de trabajo con la vieja administración y por suerte el nuevo administrador, entro como el Ejército Rojo y chau esvástica.

Por eso pensamos en plantar algo en el cantero vacante de la entrada de nuestro bello edificio, un arbolito. Fue un desafío evidente a la leyenda del vandalismo cruel y la desidia, queríamos apostar al nuevo barrio, construir allí morada, refugio y casa.



 

 

María Suarez, era en ese entonces un activo miembro de la Junta Comunal 3, que involucra a los barrios de Balvanera y San Cristóbal y también mi compañera en la vida. Ella se preocupó de conseguir un árbol para nuestra vereda. La Comunera, portaba antecedentes importantes para tan módico pedido, venia de hacer ese hermoso “Parque de la Estación”, lleno de flora nativa que tanto el barrio disfruta en Perón entre Anchorena y Gallo, un parque diseñado por los vecinos y vecinas después de larga lucha. Con ella urdimos el plan. Solicito, pudiendo conseguir que la cuadrilla de arbolado se ocupara de plantar un árbol bello, no solo para nuestra vereda sino para todas las de la cuadra, así que allí fueron más retoños de arbolitos.

Así llego el nuestro, decidido al desafío de sobrevivir, donde ya otros habían fracasado. Así llegamos nosotros, con María y dos hijas, a acomodarnos en lo que sería nuestra casa, fruto de nuestros sueños y esfuerzos.

El arbolito seria como un símbolo heroico, en un lugar donde se los maltrata, se los veja, se los rompe, mea y caga a toda hora. Queríamos un arbolito firme fuerte, algo que sea un indicador de que allí está la casa, el destino, la morada, el refugio, la llegada. Pienso en el arbolito y no puedo evitar recordar al Cacique, Nicasio Maciel, quien supo ser aliado de Don Juan Manuel de Rosas. Hombre alto, apuesto, flaco y fibroso de piel cobriza y pelo largo, por eso su figura al recortarse en el horizonte de la pampa semejaba un arbolito. De allí su apodo, Arbolito, tomado hoy como símbolo de resistencia por bandas de rock. Arbolito supo cargarse a degüello al General Friedrich Rauch, un militar prusiano traído por Rivadavia para acabar con la barbarie india y fue este quien en una tarde degolló a treinta ranqueles que se hallaban en paz, realizando el poco feliz comentario que quedo en el diario de campaña, “hoy nos ahorramos balas y pólvora, los degollamos”. Arbolito, sigiloso lo espero en un vado y lo degolló.





Un arbolito flaco solitario y fuerte, vence una partida de milicos.

Arbolitos que se nos aparecen en estos días, los de navidad, tan ingenuos, pero esperanzadores para las infancias están por todos lados con sus lucecitas en eterna intermitencia. Arbolitos aportantes de la ciencia, según dicen, como aquel que le arrojo en la cabeza la manzana a Newton y dio con la idea de la gravedad. Arbolitos del pecado, como fue ese otro manzano que puso el fruto prohibido entre Adán y Eva.

Arbolitos fuertes, como el que cuenta Sarmiento en su “Facundo, civilización o barbarie de las pampas argentinas”, cuando este caudillo montonero, solo sin caballo y derrotado se larga al llano riojano con sus calores y lo empieza a seguir un tigre. El hombre primero dispone de su montura para distraer al felino y ganar tiempo para llegar a un arbolito solitario que veía a distancia inalcanzable. Sediento y destrozado logra llegar a él y treparse. El arbolito era alto, lo suficiente para que el felino lo orillara con sus garras dejando marcas en la madera caliente. Pero su tronco fino, se bamboleaba de lado a lado ante el peso del gaucho, que permaneció aterrorizado varias horas hasta que una partida de los suyos lo salvo. Allí nació el Tigre de los Llanos, gracias al supuestamente frágil arbolito que se mantuvo firme.

Por eso decidimos romper el mito del arbolito vandalizado, e instalar el mito del arbolito vivo, para que algún día su sombra sea el hito donde conmemorar un rito y recordar un momento feliz, mientras ayudamos a florar la cuadra y el barrio.


Es notable el valor de las cosas, de los sentimientos que uno dispone para que algo como un amuleto de la suerte, lo ayude a vivir, con necesaria y eficaz ayuda.

Que la vida después de todo es un manojo de creencias, que cada vez más nos van forjando y llevando de la mano.

Pero aquí, en la tierra de Balvanera, viejo barrio porteño, el de Don Hipólito Yrigoyen, el de Leopoldo Marechal, de Hugo del Carril, el mentado por Borges cuando recordó que fue en Balvanera y en una noche cualquiera, a dos cuadras de una de las casas de Don Carlos Gardel y a quince de la otra.




Aquí elegimos vivir y en un cuadradito modesto de tierra estercolada por los cuzcos de la zona, poner el arbolito.

Mi amigo naturalista y paisajista Fabio Márquez, más conocido en las redes sociales como Paisajeante, una especie de Humbolt criollo. Con la diferencia que el destino no le deparo fortuna de cuna como a aquel, pero si talento interminable para adorar y pensar la ciudad, toda su flora, naturaleza y patrimonio.

Fabio me dijo instruyéndome, “tu arbolito es un Crespón”. Ya me empezó a gustar la cosa, había un nombre acriollado, fuerte y preciso.

Y más tarde amplio, el nombre científico, “Lagerstroemia indica”, derivado del botánico suizo Lagertoem del siglo XVll. Su origen, como gran arbusto, fue manipulado como árbol, siendo de origen asiático, India, China y Japón. Perdió un poco de criollismo, pero siguió Crespón. Hay de diferentes floraciones y son todas de la misma especie, blancas, rosadas, lilas o rojas. Su madera es muy dura y se usa en carpintería en sus lugares de origen. “No le conozco relatos culturales, pero en Asia debe tener”, asevero con precisión nuestro insigne y querido naturalista.

Florar, floración, que bella palabra. Siempre reparo que, en la interpretación del tango Sur, del gran Homero Manzi y el otro monstruo de Troilo, se utilizan dos. Los/las que lo interpretan bien y los/las que lo interpretan mal. Bien es “y tu nombre florando en el adiós”, mal es “y tú nombre flotando en el adiós”, vaya diferencia para un recuerdo de la amada en flor y otro de levitación acuosa símil muerte.

Es notable como se da la floración en Buenos Aires, gracias a algunos ilustres paisajistas que nos trajeron de Europa. Por eso los arbolitos nuestros cumplen con un escalonamiento del color, en un cronograma policromático tan preciso como florido.

En septiembre el Lapacho infaltablemente florece y recuerdo a mi querido Falucho**, dando la novedad año a año en una carta de lectores, informando que la primavera acaba de florecer en el lapacho de Ezcurra, cito en Av. Libertador y Mariscal Ramon Castilla. Alguna vez zumbón y cómico anuncio ¿Necesito avisar al público y al clero que ha florecido el lapacho de Ezcurra?

Octubre es el mes del Ceibo y del Jacaranda, rojos criollos potentes y lilas tirando a celestes, juegan al este y al oeste como diría la canción. Noviembre es mes de Tipas, que nos llenan las calles de amarillas flores y también del florado de los palos borrachos. Debemos conocer ese degrade que cada vez vemos menos y que nos merecemos más.

Mientras uno piensa todo eso, tiene tiempo en las mañanas y en las vueltas laborales de observar a nuestro arbolito de ver que crece, de sacarle unas fotos ya con su copa florecida y rosada, de verlo bello y erguido en su flacura. Compartir su fina estampa por wasap en el grupo de vecinos, que también sienten que se jerarquiza su vereda, que la casa de Perón al 2900, tiene un arbolito esbelto y bello.

Y de repente, lo inesperado, lo que no podía pasar después de la noche buena, cuando se supone que todos adquirimos o fingimos cierto recogimiento y bondad para con el mundo, tengamos o no tengamos fe, aprendimos que es un día de esos donde queremos paz duradera, dicha y armonía.

La mañana del 25 de diciembre la muerte se atrevió a pasar por nuestra florida vereda, apareció fiera, como en el poema de Miguel Hernández, “un manotazo duro un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un manotazo cruel te ha derribado”, nunca recordé tanto su Elegía, como esa mañana de diciembre. Cuando me levanté y abrí las ventanas de par en par, para ver la calle como suelo hacer en las mañanas de temperaturas cálidas, mate en mano. Observo que un vecino sentado en el zaguán de la vereda de enfrente me señala hacia el suelo de mi vereda, me señala al arbolito.

Estaba tumbado, partido en su base, quebrado, sostenido por unos delgados pliegues húmedos de su madera doblada, un hilo desgarrado lo conectaba a la fortaleza de su tronco despedazado.

 


El arbolito estaba roto, tirado y muriente. Solo y junto al solidario vecino, de la “casa tomada “que esta junto al COTO, quien se acercó primero demostrando una gran habilidad curativa, nos hicimos cargo. También lo hizo el portero del edificio del otro lado del COTO, el de la derecha mirado de frente. Claro, la calle estaba vacía, eran las 9 horas, de un 25 de diciembre, que se adorar en situaciones normales, por la frescura, la paz y el sosiego que tiene. De inmediato cada uno asumió roles, yo fui a mi casa a buscar lo que pudiera ayudar, bajé con una pala chiquita de jardinería, unos hilos de plástico, y bolsas de tierra negra. María desde el balcón, me bajaba con una piola, tijeras y envases de plástico. El viejo, con su gorra, sus bermudas y su “chuequera”, pinta de ex jugador de futbol, fue y consiguió unos palos de una obra vial, el portero unos alambres muy enredados que entre todos pudimos recuperar.

 

Levantamos con sumo cuidado al arbolito, porque su fragilidad era extrema, lo enderezamos, yo me dedique a juntarle su base a ligarla nuevamente, primero la rodee y uní fuertemente con alambre, luego con un envase de plástico que corte a modo de envolvente brazalete, pensé que el plástico podía generar calor y una especie de efecto invernadero que lo podía favorecer, nada científico, acción pura, lo erguimos y todos nos miramos. Lo religamos. Para los antropólogos el origen de la palabra religión, deriva de re-ligar, volver a juntar las partes, unirlas. El viejo, recibió una llamada inoportuna de una hija desde Gijón, España, me dijo tapando el micrófono del celu y la suspendió, explicándole terminante que estaba colaborando con la recuperación de un arbolito junto a unos vecinos, que jamás había visto o tratado en su vida, agrego yo.

 

Con toda esa ortopedia de emergencia marginal, lo mantuvimos lo más vertical posible, le pusimos un cordel en la copa y lo atamos a la puerta de casa también. Le colocamos un cartel, para que todos sepan de su convalecencia, algo que advierta el peligro vital que corría.

Esa noche, con mi familia arremetimos con un ritual, que pensamos positivo, nos pusimos en ronda nos dimos las manos y le pedimos que se cure, también echamos sobre la tierra, una botellita que tenemos para tomar en la conmemoración de la Pachamama, grapa con ruda macho, se la vertimos completa, lo besamos y acariciamos. Manuela entre carcajadas, filmo la escena que hoy no podemos encontrar, la de esa secta reunida tratando de hacer algo incomprensible para los automovilistas que pasaban y miraban.

Un árbol, representa muchas cosas, empezando por la vida, la vida del cosmos, su densidad, crecimiento, proliferación y regeneración. Una vida inagotable que puede ser inmortal.

Un árbol nos da lo que hoy llamamos utilitariamente servicios ecosistémicos, absorbe los gases que producen el efecto invernadero, que calienta la tierra y causa lo que conocemos como cambio climático.

La fotosíntesis del arbolito es su capacidad de alimentarse de la luz y absorbe el dióxido de carbono del aire y lo almacena en su madera.

Nosotros conectamos con él y los que no lo hacen deberían pensarlo porque es un ser vivo, sensible, inteligente, animado, que dispone de humildad. También debe ser reconocido su poder subyacente, su grandeza y su aporte al bien común.

Este año en casa después de la pandemia, sufrimos otras quebraduras que dolieron, primero fue Morena, en el sur, en una ruta, donde sufrió un accidente que le dejo fracturas en el esternón y espalda, al borde de un precipicio que no visito afortunadamente. Esto la tuvo a maltraer después del julepe y largo tratamiento. Ella también con su fronda de rulos y su cuerpo largo y flaco parecía un arbolito, se esforzó, padeció y se curó. Hace poco me tocó a mí, que salí a volar con mi bicicleta por la calle Corrientes y cuando aterrice fui condecorado con ocho tornillos de titanio en el radio, no tan grave como lo de Morena, pero el Dr. Tafuri, vecino, me recomendó un kinesiólogo que me está recuperando.

Y la última fractura fue la de Alan el novio de Manuela, novel librero, escritor y gran lector, que, despuntando su vicio por el básquet, sufrió la fractura de un huesito no muy popular como el cuboides. Este accidente, lo dejo fuera de las canchas y hoy por suerte se recupera bien, entendemos que la navidad lo encontrara en brindis pleno y nosotros esperando que se dedique a la literatura.

Ahora podemos decir que estamos bien, también nuestro arbolito se ha recuperado mucho, el 11 de diciembre dio sus primeros brotes en flor. Espero que la navidad lo tenga florido y bello nuevamente.

 

Nuestro Crespón, está allí, firme y digno como los soldados de la Legión Romana de Maximus, un gladiador, que la peleo y la va ganando.

Arbolitos, flacos, fuertes, perdidos en la jungla de cemento, bancan la parada, son guapos como los del nombre que dejo caer alguien por este barrio. Todos tienen como diría el poeta la fuerza de la espiga, son alto en el camino y sombra para el caminante.

Aprendí de un cuñado culto sanjuanino, que primero está el mito: en nuestro caso el arbolito dado por muerto, que vuelve a la vida por el apoyo y el amor de sus vecinos, que lo resucitan. El que vuelve de la muerte.

Después está el hito, el arbolito repuesto como lugar a cuidar y recuperar, el sitio donde todos diremos que fue importante en nuestra historia cotidiana. Y por último está el rito, que tal vez humildemente es lo que esté haciendo hoy donde cuento esta historia para ritualizarla cada año y hacerle su ofrenda para que siga con nosotros.

Para finalizar, con este cuento o crónica de navidad, espero que ese rumbo haya tenido, es importante plantar un árbol. Tal vez sea uno de los gestos más solidarios que realicemos las personas, pues nunca veremos su culminación y eso será para otros, para el futuro que no veremos. Es para los demás y sin importar por qué. Es el bien por el bien nomas….

*Vecino de Balvanera.

** Félix Luna, historiador y abuelo de Morena.

Ilustración, Morena Magallanes.




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