lunes, 29 de enero de 2024

LOS FRENTES Y LAS MÁSCARAS

 

                    LA CASA DE LOS PAVOS REALES  RIVADAVIA 3216


Cuando camines por el rioba, te recomendamos: mirar hacia arriba

 

No las vemos, pero nos ven. Nos observan en silencio desde las alturas. Impávidas, sufrientes, jubilosas, bucólicas, dulces o sarcásticas, un exhaustivo abanico de emociones queda rotundamente ilustrado por las máscaras que adornan los edificios de la ciudad de Buenos Aires. Son rostros atravesados por cables de alumbrado, por caca de paloma, por hollín, ramas y musgo. Enmarcados por hojas de acanto, laureles, flores, velos, racimos de uva y peinados variopintos hasta el disparate morfológico, los retratos son el detalle figurativo por donde el edificio se asoma a la vida pública y, al mismo tiempo, resguardan una intimidad casi infranqueable. Es que la máscara inmoviliza la expresión de tal manera que nos hace sospechar que debajo hay gato encerrado. Todo gesto sostenido estática y largamente se vuelve máscara, fachada. Querubines, leones, faunos, cerdos, muchachas, calaveras, diablillos y todo tipo de especímenes mitológicos o terrenales es lo que Sergio Kiernan se ha dedicado a inventariar fotográficamente en su extenso deambular por la ciudad. Y el resultado quedó compilado en Las máscaras de Buenos Aires, un libro maravilloso y subyugante, publicado este año por la Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico Cultural de la Ciudad de Buenos Aires. Allí, un millar de rostros esperan ser mirados para auscultar nuestros secretos mejor guardados.

Solemos transitar la urbe de manera programática. Los viajes que emprendemos son de un punto a otro, un camino segmentado por estaciones de subtes y paradas señaladas de antemano, en donde nuestra voluntad no tiene mayor cabida que la de decidir dónde bajarse. Lo que sucede en el medio es lisa y llana rutina, conformada por guiños de semáforos, esquive de peatones y autos, sorteo de baldosas levantadas y rodeos de obras en construcción, que convierte el desplazamiento en una especie de carrera de obstáculos, una coreografía vertiginosa a la que nos acostumbramos tanto que ninguna cosa nos sorprende, pues lo excepcional ya se ha vuelto regla. El tránsito que propone la ciudad, excepto que seamos turistas a salvo de paquetes turísticos, es un tránsito pautado y casi siempre anodino. La mirada se dirige a las cosas que vamos dejando atrás con el alivio que implica acercarnos a la meta. No miramos los rostros que viajan con nosotros en el transporte público. No miramos la cara del colectivero, ocupados como estamos en embocar la tarjeta SUBE en la pantallita del artefacto-lector.

Sergio Kiernan rompió esta rutina para generar otro tipo de rutina, no menos utilitaria, pero donde la poesía y una suerte de anacronismo militante tienen cobijo: durante años se dedicó a caminar la ciudad bajo la guía de la mirada distraída y elevada. El objetivo: descubrir y documentar las máscaras en los edificios de Buenos Aires, tan expuestas como ignoradas. Así confabuló una colección de máscaras insólita y riquísima que incluye un amplio arco social: desde los ornamentados palacetes del centro y norte de la Ciudad, firmados por famosos arquitectos, hasta las casas modestas en las que los capataces o maestros mayores de obra replicaban las ricas mansiones adaptándolas a sus posibilidades materiales y sumándoles nuevos ingredientes.

 

Verónica Gómez




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