LA CALLE LARGA DE BARRACAS
La pulpera de Santa Lucía
Historia del personaje de Héctor
Pedro Blomberg
Cuando el año cuarenta moría, Buenos Aires se
desangraba acosada por el bloqueo naval francés y los movimientos que
intentaban deponer al caudillo federal Juan Manuel de Rosas. Éste, con manos
férreas y la suma del poder político, conducía los destinos de las Provincias
Unidas del Río de La Plata imponiendo a sangre y a fuego sus ideas. “Los
salvajes” unitarios, sus enemigos, y aún algunos de sus propios adeptos,
conocieron el filo del cuchillo de La Mazorca, sobrenombre de la Sociedad
Rosista Restauradora, que impuso el terror como argumento político en la
sociedad porteña con sus partidas formadas por gauchos alzados, desertores
militares y hasta por malvivientes.
Entre ellos trascendieron nombres como los de Ciriaco
Cutiño, Silverio Badia, Leandro Alen (padre de Leandro N. Alem), Manuel Leiva y
otros que mancharon sus manos con la sangre de sus adversarios políticos,
transformándose en ejecutores de verdaderas matanzas, tristemente célebres,
como las degollinas y fusilamientos, de los años 1840 y 1842. El general Lavalle
fue la cabeza de algunas conspiraciones contra Rosas organizadas desde
Montevideo, con la ayuda de hacendados, militares e intelectuales de la sociedad
porteña.
Eran tiempos difíciles para el amor, pero no
imposibles. ¡Cuán grande habrá sido la desazón del enamorado mazorquero, al
comprobar que otro galán, “un payador de Lavalle” –para
colmo del bando enemigo–, le había birlado su prenda!
A mediados del siglo XVIII, al sur de la ciudad nacía
el actual barrio de Barracas a partir de la instalación de las barracas negras,
que fueron trasladadas en 1731 desde Montevideo al Riachuelo. Con la
construcción del puente de Gálvez en 1791 (antiguo Puente Pueyrredón), la calle
larga de Barracas –hoy avenida Montes de Oca– comenzó a cobrar importancia como
vía de tránsito hacia los campos del sur. A su vera se instalaron tradicionales
familias, alternando con quintas, modestos ranchos y hornos de ladrillos. La
cercanía del puerto fue demandando la construcción de depósitos y barracas,
donde se acumulaban los frutos del país; esto llevó a radicarse a muchos
trabajadores en las zonas aledañas.
En 1783 doña Josefa de Alquizolete, sobre esa calle y
en el mismo lugar en que hoy se encuentra –avenida Montes de Oca 550–, hizo
levantar un oratorio en su quinta en homenaje a Santa Lucía, que congrega todos
los años a los habitantes de la zona a la romería en honor a la santa. En ese
barrio de extramuros, no exento de romanticismo y coraje, ubicó el autor Héctor
Pedro Blomberg a la inolvidable pulpera de los ojos celestes. Medio siglo más
tarde iba a levantarse el templo actual y la parroquia a erigirse con el nombre
que hoy lleva.
Blomberg dijo que los versos de La pulpera de Santa
Lucía –aparecidos originariamente en la serie de poemas “Las guitarras
rojas” de su libro “Pastor de Estrellas”– están inspirados en una historia real
del barrio, la de Dionisia Valderrama que frecuentaba la capilla de la quinta
en los días santos, y consideró apropiado llamarla en su evocación "La
pulpera de Santa Lucía". “Se llamaba la Rubia del Saladero o Dionisia
Miranda o Ramona Bustos o Dionisia Valderrama”. La describe así: “Dionisia era
rubia, de ojos celestes. Su padre, el sargento Juan de Dios Miranda, murió en
las guerras de Oribe, y ella quedó con la madre al frente de la pulpería de la
calle larga de Barracas, cerca de la quinta de Amalia”.
“La pulpera de los ojos celestes” con su encanto
impactó a los soldados de Rosas, el Restaurador, y entre ellos al payador mazorquero;
aunque surgen algunas dudas acerca de estos personajes de Blomberg, que pueden
ser una hermosa anécdota que quedó grabada en la memoria de un barrio allá
cuando el “año cuarenta moría”.
http://argentinatango.es/Argentina-Tango.-Historia-de-La-Pulpera-de-Santa-Lucia-de-Hector-Pedro-Blomberg/715
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