martes, 2 de noviembre de 2010

PERIÓDICO PRIMERA PAGINA


EDITORIAL nº 190 (Noviembre de 2010)


El recurso económico tierra, es irreproducible, no se puede fabricar suelo cultivable, además la madre tierra es parte del planeta, por lo que no se puede ni debe ser susceptible de especulación financiera alguna.

El conjunto global de suelo en el planeta y por supuesto en nuestro país, es irregular. Hay pampa húmeda, montañas y desiertos. Sin embargo, toda la Tierra conforma un solo sistema, sobre el que estamos parados los habitantes.

La apropiación original de nuestra tierra, desde Juan de Garay en Buenos Aires, y desde la Campaña del Desierto en el resto del país, fue motivo de una especulación pavorosa, que aprovecharon unos pocos terratenientes oligárquicos para obtener fabulosas utilidades.

La tenencia de la tierra pasa así a ser una variante de división social entre los que la tienen, mal habida, o comprada a precios elevados, y los desposeídos de tierra alguna. Además los hoy dueños de latifundios en la pampa húmeda se ven privilegiados respecto a los que poseen haciendas menos fértiles en el norte o en el sur del país.

Así se produce un valor y una renta diferenciados --renta extraordinaria--, que es subvencionada por la sociedad toda, y también, en parte, por éstos últimos que poseen tierras menos fértiles.

La renta, en una sociedad capitalista, es un derecho que tiene el propietario de algo, y en el caso de la renta agraria, lo tiene por el solo hecho de poseer mejores tierras. ¿Qué ocurriría si fueran propiedad privada el aire, los rayos del sol, el viento, la lluvia o el agua de los ríos y mares? Ni pensarlo. En esos casos los que no los poseyeran, morirían asfixiados por la carencia de aire o deshidratados por falta de agua.

A diferencia de la renta obtenida en la industria, que debe procurar una inversión en infraestructura, para sacar renta de la tierra rural sus propietarios cuentan con los ciclos naturales que por el momento son gratuitos, y les brindan el crecimiento de sus cultivos y plantaciones.

Los grandes terratenientes de la pampa húmeda reciben así un doble beneficio, por menores inversiones y por el goce privilegiado de tierras más fértiles. Este beneficio extraordinario pesa sobre la sociedad en su conjunto.

Así, la renta de la tierra es considerada sólo en tanto a su valor de uso y no como apropiación del trabajo humano por parte del terrateniente, ésta renta aparece como un “don de la naturaleza”, como un verdadero regalo de ésta y no como producto del trabajo y la relación entre el hombre y la naturaleza.

Tales contradicciones fueron inherentes en el paso del feudalismo al capitalismo, y hoy vuelven a cobrar vigencia en el afán especulador de los favorecidos por la renta de la tierra, que sin el trabajo humano sería impensable, por más que se desarrollen los mayores recursos tecnológicos, también obra del avance de la inteligencia humana.

A esto se agrega la coyuntura internacional de altos precios agrícolas, que viene a producir otra transferencia de riqueza de una nación a otra, o de señores privilegiados de una nación a otra. Vale llegar entonces a la conclusión de lo justo o lo injusto de las retenciones a esta renta extraordinaria, que debería beneficiar a la sociedad en su conjunto y no a unos pocos favorecidos.

La solución final no radicaría en el mayor o menor monto de dichas retenciones, sino en que el estado como regulador, sea el comprador intermediario de las ventas al exterior, a los valores del mercado interno para así distribuir el excedente que pueda obtenerse, igualitariamente entre todos los habitantes.

Más claro echarle agua, que por el momento no es gratis pero al menos es barata una vez saldada la factura de Aguas Argentinas.

Hasta la próxima

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