Hasta ahora no se había encarado nunca un film sobre el romance de Juan Perón y María Eva Duarte, cuando aun “no había comenzado la tristeza”, como diría nuestro máximo director Leonardo Favio. Y se ha hecho con acierto, de la mano de la directora Paula de Luque.
Este romance nace cercano al terremoto de San Juan ―en enero de 1944― cuando el entonces coronel Perón no era aún un político avezado y tuvo que enfrentar situaciones peliagudas, como los entredichos permanentes con el Embajador de Estados Unidos, Spruille Braden.
Se dice que en el contexto de la recolección de fondos para auxiliar a las víctimas del terremoto, nació un idilio que coincidió con el inicio de uno de los movimientos más populares del siglo XX. El romance como tal parecía carecer de interés para el cine. Perón y Evita podrán haber sido solamente un poco más que socios en una empresa, porque fue en una de las reuniones para recolectar donaciones cuando se conocieron. Esto nació casualmente, con un movimiento telúrico.
En el film, en cambio, se intenta humanizar la relación de estos interesantes personajes históricos, mostrándolos desde un costado mucho más sentimental. Son dos seres que se cruzan apasionadamente, aunque sin presentir que les espera la muerte a uno y el destierro al otro, a un plazo demasiado breve.
La realizadora de esta película tiene el tino de rehuir los estereotipos, e intenta nadar contra la corriente. No cae en lugares comunes. Además maneja los movimientos de masas con una habilidad cercana a la perfección.
Hay también intrigas palaciegas que nunca han sido tan explicitadas, ni tan bien interpretadas como lo hacen Fernán Mirás (Ávalos) y Pompeyo Audivert (presidente Edelmiro J. Farrel), por no extendernos más. Excelente está Alberto Ajaka protagonizando al hermano de Evita, Juan Duarte.
Una versión de los hechos sumamente cuidadosa y entretenida.
MARTHA SILVA
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