De nada sirve que el parte
meteorológico pronostique sol o escasas nubes para los últimos días de agosto;
tampoco que seamos fervientes católicos o abracemos con pasión el agnosticismo.
Para estas fechas, todos cumpliremos a rajatabla con la tradicional ceremonia
de mirar de reojo al cielo a la espera de que, de un momento a otro, el
fenómeno suceda. Sólo bastará un relámpago, una línea delgada de luz que
quiebre el horizonte, para que repitamos como autómatas que "se viene
Santa Rosa”.
Incorporado
definitivamente al calendario climático nacional, a fines del mes de agosto,
los porteños aguardan con atención el hecho místico-natural de la tormenta de
Santa Rosa, que con cierta regularidad se repite año a año, previa a la llegada de la primavera. El origen de la
leyenda se remonta al siglo XVII, pero,
curiosamente, no aconteció a orillas del río color chocolate que filetea la
silueta de Buenos Aires, sino en las playas del Océano Pacífico, muy cerca de
la ciudad peruana de Lima.
Dice
la tradición que en 1615 un
grupo de piratas holandeses pretendió desembarcar en las costas de El Callao,
con el objetivo de apoderarse de la actual capital del Perú. Sin embargo, una
furiosa tormenta impidió que sus barcos tocaran tierra y los obligó a
retirarse, por lo cual la salvación de Lima quedó asegurada. Todo este
encadenamiento de buenos sucesos fue atribuido a los rezos de una jovencita
llamada Isabel Flores de Oliva, más conocida en aquel entonces como Rosa,
nombre que recibió a los pocos meses de nacida, cuando en una noche de desvelos
vieron su rostro convertido en esa bella flor. Sus milagros y la devoción de la
gente bastaron para que, luego de su muerte, fuera proclamada como la primera
santa de América y la patrona del Perú, adoptando la denominación de “Rosa de
Lima”.
Si
bien hay voces que aseguran que la famosa tormenta nada tiene que ver con lo
religioso, lo cierto es que ya no sucede con la violencia de aquellos tiempos y
hoy es sólo un conjunto de factores meteorológicos –fuertes vientos y lloviznas leves– que anuncian la proximidad del equinoccio de
primavera en el Hemisferio Sur. No obstante, cada 30 de agosto, en coincidencia
con la festividad de Santa Rosa de Lima, el mito revive en la ciudad de Buenos
Aires, más precisamente en el barrio de Balvanera, donde las distintas
comunidades latinoamericanas se congregan ante la preciosa basílica situada en
la avenida Belgrano al 2200 para venerar, en colorida procesión callejera, a la
joven limeña de los milagros. Entre agradecimientos y plegarias, cientos de
gargantas emocionadas acompañan la liturgia proclamando a viva voz su nombre,
mientras un sinfín de manos perdidas entre pétalos de rosas se elevan hacia el
firmamento como implorando una última señal, incluso aquella capaz de desatar
la más feroz de las tempestades.
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