La magia de un oficio que se
dedica a recuperar afectos
JULIO ROLDAN EN SU TALLER DE VENEZUELA 3774 |
No le gusta que lo llamen artesano, se considera un orfebre, aunque,
en realidad, la definición que le calza como anillo al dedo y que él mismo se
asigna es el de “doctor de muñecas”. Nos referimos a Julio Roldán, uno de los últimos reparadores de muñecas que queda
en la ciudad, cuyo taller se encuentra en el barrio de Almagro, en Venezuela 3774.
Ingresar a su lugar de trabajo es sumergirse en un mundo mágico habitado por
centenares de muñecas y muñecos de todo tipo de material y estilo, y cuantiosos
repuestos de ojos, melenas y extremidades. El taller está abarrotado de estos
queridos personajes por los cuatro costados, a
tal punto que hay que caminar con cuidado para no tropezarse. Sólo queda un
“huequito” para una pequeña mesa y una silla, donde trabaja el “doctor”.
Roldán nació hace 71 años en un pueblo ubicado sobre las sierras de
Córdoba, Villa Tulumba. Durante su infancia, fabricaba muñecos de adobe junto a
su padre y sus once hermanos en la humilde casa de barro y paja en la que
vivía. A los trece años se trasladó a Buenos Aires junto a su tío Rogelio y se establecieron en Chile 2214. “A los quince una vecina me
preguntó si podía arreglarle una muñeca. Era una Rayito de Sol, había que
reparar el mecanismo, que era a pila. Se la arreglé y a los veinte días tenía
sobre la mesa diez muñecos para arreglar, se ve que se fue corriendo la bolilla
en el barrio”, así relata la primera vez que ejerció lo que luego se
convertiría en su oficio. Dos años después conoció a un maestro llamado
Betancourt, que lo invitó a su taller de la calle Larrazabal, en Villa Lugano,
para enseñarle todos los secretos que Roldán sigue aplicando hasta el día de
hoy. “A
ese maestro no me lo olvido nunca. Gracias a él soy lo que soy, gracias a él me
profesionalicé”, recuerda emocionado.
Apenas nos encontramos con Roldán advertimos la profunda vocación que experimenta
por su oficio. “Siento pasión por lo que hago. Si yo no sintiera pasión o no amara lo
que hago, no lo podría hacer nunca. Esto es muy complicado, tenés una terapia
todos los días porque te toca arreglar diferentes muñecas, no hay dos iguales.
Lo que yo hago con mi trabajo es recuperar afectos. Mi trabajo es único. Soy un
privilegiado de la vida porque trabajo de lo que amo”.
Mientras repara los muñecos se crea un vínculo de cariño con ellos de
tal envergadura que Roldán los pone casi en un pie de igualdad con sus hijos y
nietos. “Los muñecos son mis hijos, es una familia enorme. Yo hablo con ellos
mientras los arreglo. A veces me hacen renegar, a veces los reto, es una
relación especial. Cuando la gente viene a buscar su muñeco, yo lo abrazo, le
doy un beso y le digo ‘gracias por acompañarme este tiempo’”.
Su taller se denomina Clínica
de Muñecas, así figura en su tarjeta de presentación y se lo puede
encontrar en Internet. Allí descubrimos un dato curioso: su nombre completo es
Sofanor Julio Roldán. “Sofanor” proviene del griego y significa “el hombre
sabio”, ningún apelativo más apropiado para este virtuoso reparador de muñecas.
La entrevista la realizamos en el patio mientras Don Julio arregla un
muñeco de unos noventa años de antigüedad. La mayoría de sus clientes son gente mayor, ya que
su trabajo se focaliza en las muñecas antiguas, no arregla muñecas modernas. “Detesto
las muñecas importadas, sobre todo las chinas, son de baja calidad. Detesto las
Barbies porque parecen una baguette de pan, no sé cómo los chicos pueden jugar
con eso, encima lo que valen. Nada que ver con una Rayito de Sol, Piel Rose o
Yoly Bell. Vos le tenés que dar a los chicos una muñeca que incentive su
imaginación”, afirma convencido.
Entre el sinfín de anécdotas que fue recolectando en estos más de
cincuenta años de trabajo, rescata una en especial que muestra cómo las muñecas
pasan de generación en generación. Una señora le lleva varias muñecas para que
les haga la ropa y las reacondicione. Esas muñecas pertenecieron a su hija y
fueron arregladas por Roldán en su momento. La cuestión es que ahora le va a
llevar esas mismas muñecas a su hija, que vive en España, para que se las
entregue a su nena. “Estas historias de las muñecas son únicas. A vos te pueden regalar un
anillo de oro, un Rolls Royce, pero lo que
sirven son las muñecas porque te las regaló un ser querido que ya no está,
viajaste con ellas, te fuiste de vacaciones con ellas, las llevaste al jardín,
te peleaste por ellas”.
Roldán estuvo toda la vida por Almagro. Por eso instaló su taller en
el barrio. En la calle Venezuela está desde hace 25 años. Antes estuvo en
Agrelo al 3300, Agrelo al 3600 y Av. Belgrano al 3700. “Amo Almagro, amo los locales
viejos, no me gustan las cosas nuevas. Del barrio me gusta todo, sobre todo la
gente, parecemos una familia. Muchos clientes se emocionan cuando les menciono
que estoy en el barrio de Almagro porque les trae muchos recuerdos”.
Don Julio admite que su oficio está en vías de extinción; es difícil
que perdure porque no se aprende en un colegio o una universidad sino que se
hereda o se mama de chico. “Mientras yo tenga vida, salud, voy a seguir
con esto. Voy a seguir todos los años que Dios me dé. ¿Para qué me voy a
retirar? Yo no me canso de trabajar, al
contrario: lo amo. Extraño
si no vengo al taller, incluso vengo los feriados. Para mí la vida mía es esto.
Tengo dos hijos y cuando no pueda trabajar más, seguramente alguno seguirá con el oficio”.
Laura Brosio
Hola mí nombre es Úrsula y hace años busco quien arregle mí muñeca que me la regalaron cuando te iba tres años es de la marca rayito de sol ,se llama Julieta y es mí tesoro. La muñeca es de los años 70 por favor si puede arreglarme la. Muchas gracias
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