lunes, 30 de marzo de 2020

AGUAFUERTES PORTEÑAS


 CUATRO RELATOS CORTOS DE ROBERTO ARLT




La calle Florida

He hablado tanto de las calles canallas, con sus mansardas asomadas al sol y sus tiestos de geranios que riega casi siempre una muchachita vestida de percal, que hoy, día decorado de nubes, con un crepúsculo que antorchan letreros luminosos, maravilla de lo pálido verde, de lo pálido azul y amarillo, siento necesidad de hablar de la calle Florida.
De la calle Florida y de sus petimetres; de la calle donde siempre hay «un día convalesciente» de claridad, con sus vidrieras que retuercen de deseos el alma de las mujeres, y con sus mujeres que se llevan los ojos de los hombres que pasan en busca del amor inesperado.
Multitud de gente bien vestida. Los desdichados evitan esta calle; los miserables que albergan un proyecto, la eluden; los soñadores que llevan un mundo adentro, la esquivan; todos aquellos que necesitan de la calle para desparramar su angustia o para recogerla en un ovillo nervioso, no entran en esta, que es el escaparate vivo del lujo, de las mujeres que cuestan mucho dinero y de la vida que pasa vertiginosamente.


Corrientes, por la noche

Caída entre los grandes edificios cúbicos, con panoramas de pollos a «lo spiedo» y salas doradas, y puestos de cocaína, y vestíbulos de teatros ¡qué maravillosamente atorranta es por la noche la calle Corrientes! ¡Qué linda y qué vaga! Más que calle parece una cosa viva, una creación que rezuma cordialidad por todos sus poros; calle nuestra, la sola calle que tiene alma en esta ciudad, la única que es acogedora, amablemente acogedora, como una mujer trivial, y más linda por eso.
¡Corrientes, por la noche! Mientras las otras calles honestas duermen para despertarse a las seis de la mañana, Corrientes, la calle vagabunda, enciende a las siete a la tarde todos sus letreros luminosos y, enguirnaldada de rectángulos verdes, rojos y azules, lanza a las murallas blancas sus reflejos de azul de metileno, sus amarillos de ácido pícrico, como el glorioso desafío de un pirotécnico.
Bajo estas luces fantasmagóricas, mujeres estilizadas como las que dibuja Sirio, pasan encendiendo un volcán de deseos en los vagos de cuellos duros que se oxidan en las mesas de los cafés saturados de jazz band.


Calle del paseo

Es la calle del paseo, pero ¿de qué paseo? Porque hay calles donde previamente, sabemos que recibiremos una impresión de bienestar burgués; otras de romanticismo barato, fácil y halagador; otras, donde la sucesión de murallas rojas y chimeneas negras, es tan continua que se cree estar en los alrededores de Detroit o Chicago; otras donde uno se siente anarquista, asaltante y todo lo demás; porque el espectáculo influye de tal modo, que uno es lo que lo rodea, al menos transitoriamente. Pero en la calle Florida ¿qué impresión de paseo se recibe?
Yo creo que es la calle más despersonalizada que tiene Buenos Aires. Esa es la verdad. La más conocida e insignificante.


Las que pasean

Hay mujeres que van todos los días a Florida. Digo todos los días, porque cada tres meses paso por allí y me encuentro a las mismas paseantes, con los mismos vestidos, la misma mirada, el mismo cansancio, igual paso, semejante rumbo. Grupos de tres, de cuatro, que al que va por primera vez le da la impresión de ser provincianas que están estudiando arquitectura y que, para el que las ve todos los días, le dejan en el entendimiento una pregunta flotante: ¿Qué diablos vienen a buscar todos los días estas mocitas a la calle? Porque se explica un día, dos ¿pero todos los días: invierno, verano, otoño? Se necesita paciencia y plata, sobre todo plata, para atender al desgaste de material rodante, quiero decir, de zapatos y medias.





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