CUATRO RELATOS CORTOS DE ROBERTO ARLT
La
calle Florida
He hablado tanto de las calles canallas,
con sus mansardas asomadas al sol y sus tiestos de geranios que riega casi
siempre una muchachita vestida de percal, que hoy, día decorado de nubes, con
un crepúsculo que antorchan letreros luminosos, maravilla de lo pálido verde,
de lo pálido azul y amarillo, siento necesidad de hablar de la calle Florida.
De la calle Florida y de sus petimetres;
de la calle donde siempre hay «un día convalesciente» de claridad, con sus
vidrieras que retuercen de deseos el alma de las mujeres, y con sus mujeres que
se llevan los ojos de los hombres que pasan en busca del amor inesperado.
Multitud de gente bien vestida. Los
desdichados evitan esta calle; los miserables que albergan un proyecto, la
eluden; los soñadores que llevan un mundo adentro, la esquivan; todos aquellos
que necesitan de la calle para desparramar su angustia o para recogerla en un
ovillo nervioso, no entran en esta, que es el escaparate vivo del lujo, de las
mujeres que cuestan mucho dinero y de la vida que pasa vertiginosamente.
Caída
entre los grandes edificios cúbicos, con panoramas de pollos a «lo spiedo» y
salas doradas, y puestos de cocaína, y vestíbulos de teatros ¡qué
maravillosamente atorranta es por la noche la calle Corrientes! ¡Qué linda y
qué vaga! Más que calle parece una cosa viva, una creación que rezuma
cordialidad por todos sus poros; calle nuestra, la sola calle que tiene alma en
esta ciudad, la única que es acogedora, amablemente acogedora, como una mujer
trivial, y más linda por eso.
¡Corrientes,
por la noche! Mientras las otras calles honestas duermen para despertarse a las
seis de la mañana, Corrientes, la calle vagabunda, enciende a las siete a la
tarde todos sus letreros luminosos y, enguirnaldada de rectángulos verdes,
rojos y azules, lanza a las murallas blancas sus reflejos de azul de metileno,
sus amarillos de ácido pícrico, como el glorioso desafío de un pirotécnico.
Bajo estas
luces fantasmagóricas, mujeres estilizadas como las que dibuja Sirio, pasan
encendiendo un volcán de deseos en los vagos de cuellos duros que se oxidan en las mesas de los cafés saturados de jazz band.
Calle
del paseo
Es la calle del paseo, pero ¿de qué paseo? Porque hay calles donde
previamente, sabemos que recibiremos una impresión de bienestar burgués; otras
de romanticismo barato, fácil y halagador; otras, donde la sucesión de murallas
rojas y chimeneas negras, es tan continua que se cree estar en los alrededores
de Detroit o Chicago; otras donde uno se siente anarquista, asaltante y todo lo
demás; porque el espectáculo influye de tal modo, que uno es lo que lo rodea,
al menos transitoriamente. Pero en la calle Florida ¿qué impresión de paseo se
recibe?
Yo creo que es la calle más
despersonalizada que tiene Buenos Aires. Esa es la verdad. La más conocida e
insignificante.
Las
que pasean
Hay mujeres que van todos los días a
Florida. Digo todos los días, porque cada tres meses paso por allí y me
encuentro a las mismas paseantes, con los mismos vestidos, la misma mirada, el
mismo cansancio, igual paso, semejante rumbo. Grupos de tres, de cuatro, que al
que va por primera vez le da la impresión de ser provincianas que están
estudiando arquitectura y que, para el que las ve todos los días, le dejan en
el entendimiento una pregunta flotante: ¿Qué diablos vienen a buscar todos los
días estas mocitas a la calle? Porque se explica un día, dos ¿pero todos los
días: invierno, verano, otoño? Se necesita paciencia y plata, sobre todo plata,
para atender al desgaste de material rodante, quiero decir, de zapatos y
medias.
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