13 DE SEPTIEMBRE DE 1907:
HUELGA DE INQUILINOS
“Hasta los muchachos toman participación activa en la guerra al alquiler. Ante los objetivos de nuestras máquinas, desfilaron cerca de 300 niños y niñas de todas las edades, que recorrieron las calles de La Boca en manifestación, levantando escobas, ‘para barrer a los caseros’. Cuando la manifestación llegaba a un conventillo recibía un nuevo contingente de muchachos, que se incorporaba a ella entre los aplausos del público…”
Caras y Caretas Nº 468, 21 / 09 / 1907
Como resultado de la masiva, indiscriminada y mal planificada inmigración de aquella “sociedad modelo del 80”, y de la imprevisión de los gobiernos de entonces, se produjo entonces un enorme déficit habitacional, fundamentalmente en la ciudad de Buenos Aires. Como consecuencia, nace el “conventillo”.
Sectores inescrupulosos y especuladores encontraron fácil lucro en el alquiler, a valores inflados, de minúsculos y enfermizos cubículos de 3 x 3, mal iluminados, en los cuales no vacilaron en “apilar carne humana” a fin de obtener suculentas rentas.
Bajo el peso de tales estrecheces sobrevino la reacción, el reclamo, la resistencia y la huelga de inquilinos, un insólito movimiento que en 1907 ganó rápidamente las barriadas populares contra el brutal atropello, y que se extendió además a Lomas de Zamora, Avellaneda, Rosario, Córdoba, Bahía Blanca y Mar del Plata.
UN POCO DE HISTORIA
Ya en 1774 existían en el Buenos Aires colonial algunas formas de viviendas con alta concentración de familias. Serían las precursoras del conventillo, edificios cuyos ilustres propietarios eran apellidos como Carricaburu y Merlo entre otros y, por su parte, nada menos que La Compañía de Jesús.
En los primeros años de nuestra independencia se construyeron casas de dos plantas, a los fines de extraerles renta. Tras la caída de Rosas en 1852 se inició un proceso de “reorganización y modernización”, que no fue otra cosa sino adaptar el país a las exigencias del desarrollo capitalista mundial.
El inmigrante europeo, que venía a cubrir los espacios dejados en la pampa por la expulsión y aniquilación del indio (campaña del desierto mediante), no se alejó de Buenos Aires ni de las grandes urbes. Entre 1869 y 1910 ingresaron al país más de dos millones y medio de extranjeros, que tampoco eran mano de obra calificada, como se aspiraba, sino que eran trabajadores expulsados de sus países por las guerras y las persecuciones políticas.
De los habitantes urbanos del año 1914, la mayoría eran extranjeros, con lo que la ciudad debió albergar a más de la mitad de los recién llegados, pasó de los 55.000 habitantes de 1810 a 1.576.000 en 1914. De éstos, 964.000 eran extranjeros, el 60% de la población.
Se inauguraba el período que establecía la secuencia: del barco al Hotel de Inmigrantes y de ahí al conventillo.
EL CONVENTILLO
El conventillo, como hábito de hacinamiento, no era un fenómeno exclusivamente argentino. Se estableció también en Londres, París, Dublin, Edimburgo y otras ciudades europeas, como resultado de la Revolución Industrial.
Con las considerables olas inmigratorias debió haberse duplicado o triplicado la capacidad habitacional, cosa que no fue prevista y por ende tampoco ocurrió. En cambio, al haber quedado vacantes numerosas casonas de familias pudientes en el Barrio Sur, cuando sus dueños se trasladaron al Barrio Norte para escapar de la fiebre amarilla de 1871, éstas se convirtieron -con un superficial acondicionamiento- en grandes conglomerados habitacionales. A su vez otros edificios de la época colonial, así como nuevas y precarias construcciones hechas con materiales de bajísima calidad y costo, se usaron también para hacinar allí a una demanda poco exigente.
Habitaciones en hilera, de escasa o nula ventilación, alojaban a familias de seis o más miembros y servían de cocina, comedor y en algunos casos hasta de taller. Asimismo solían agruparse hasta seis hombres solos, para aliviar el alto costo del alquiler, impagable con los escasos salarios de entonces. Hasta se llegó al colmo de alquilar en las noches de verano parcelas de 2 x 1 en los patios, e instalar la llamada “cama caliente”, utilizada de día por aquellos que trabajaban de noche.
El moblaje de estos lugares era más que humilde, apenas unas desvencijadas sillas y perniquebradas mesas, entre paredes húmedas, descascaradas y hasta cubiertas de verdín, parásitos y otras inmundicias.
Mientras un sector pequeño de la sociedad daba rienda suelta a sus vicios en París, aquí en Buenos Aires la cuarta parte de la población debía conformarse con vivir en estas afligentes condiciones.
La “época de oro” del conventillo se da hacia 1880, cuando Buenos Aires registraba 1.770 de estas viviendas, con 24.000 habitaciones y más de 52.000 moradores. Bajo esta modalidad en constante crecimiento, hacia 1887 se contaban 2.880 conventillos con 37.000 habitaciones y 95.000 inquilinos, que se distribuían en los barrios de San Telmo, Concepción, Piedad, Socorro, San Nicolás y Balvanera.
Los precios que se exigían por estos miserables cuartuchos fueron creciendo en forma meteórica, desde $5,80 mensuales la pieza en el año 1883, hasta más de $15 en 1904, llegando a superar en 1912 los $30 por mes. Eran cifras inalcanzables para los salarios obreros de la época.
Guillermo Rawson, conmovido por la degradación ambiental, publica en 1885 un revelador estudio sobre los conventillos y advierte sobre la proliferación de niños débiles o enfermizos criados en aquellas fétidas pocilgas. Denunció que semejantes condiciones de vida propiciaban todo tipo de gérmenes y enfermedades, con altas tasas de mortalidad y morbilidad como consecuencia.
La revista Caras y Caretas caricaturizaba aquellas circunstancias de habitación en satíricas escenas que, detrás de su grotesco, escondían una inocultable tragedia. Y la imaginación popular encontró pronto denominaciones acordes para aquellos tugurios: Las 14 provincias, Los dos mundos, El palomar, Babilonia, El gallinero, El conventillo de la Paloma, etcétera.
PERO ¿QUIÉNES ERAN LOS DUEÑOS DE LOS CONVENTILLOS?
Aquel especulativo e inmoral negocio era fuente de enriquecimiento adicional para los omnipotentes propietarios, que embolsaron millones a expensas de los sufridos inmigrantes, por cierto sin otro camino que aceptar esta posibilidad humillante. Entre los dueños se contaban latifundistas enriquecidos, jugadores de bolsa, industriales, rentistas y hasta la crema social del conservadorismo político dominante.
No faltó tampoco en el negocio un joven y acaudalado “prócer” como Pablo Esnaola, conocido banquero de la época, autor de los arreglos del Himno Nacional Argentino. Claro, no eran éstos quienes ponían la cara, sino que se servían de un personaje antipático llevado a escena para que recibiera la cachetada, era el “Encargado”, una presencia más que irritante, pero necesaria en el momento de percibir la renta mensual.
LA HUELGA DEL AÑO 1907
El conventillo nació chato, chismoso, profundo y huraño, y la huelga heroica constituyó un hito histórico en la larga lucha de clases del proletariado en la Argentina.
En el mes de agosto se reactiva la llamada “Liga contra los alquileres”, que había sido formada años atrás. La huelga se inició en el conventillo “Los Cuatro Diques”, ubicado en la calle Ituzaingo 274 en San Telmo, y se extendió rápidamente a los barrios vecinos y a las ciudades de Avellaneda, Rosario, Córdoba y Bahía Blanca.
El reclamo exigía una rebaja del 30% en los alquileres, mejores condiciones sanitarias y la eliminación de los tres meses iniciales de depósito. La consigna principal era “no pague el alquiler. Los propietarios ante la sorpresa inicial opusieron la suya “o pagan o a la calle”, y recurrieron a la policía y a la justicia.
El pico de enfrentamientos más intenso se produjo entre los días 1 y 2 de octubre, cuando se sumaron al desacato 250 conventillos y se produjeron serios enfrentamientos con la policía.
En el conventillo “Las 14 provincias”, de San Telmo, la policía, bajo el mando directo de su jefe Ramón Falcón, intentó un feroz desalojo por la fuerza, que fracasó ante la tenaz resistencia de mujeres y niños. Fue un verdadero escándalo que conmovió a la ciudad toda. La mujer se convirtió en memorable protagonista de aquella gesta.
El 28 de octubre de aquel 1907, un acto de los huelguistas en Plaza San Martín y una manifestación por la Avenida de Mayo, fueron reprimidos por la policía, se produjo un tiroteo, y hubo cuatro vigilantes heridos.
En otro episodio, durante el desalojo del inquilinato de San Juan 677, tras un tiroteo con la policía, murió un joven inquilino llamado Miguel Pepe, de 17 años, mientras otros tres resultaron heridos.
Al día siguiente un impresionante funeral con más de 15.000 personas acompañó los restos del muchacho. El acto se transformó en una gran marcha de protesta, y allí mismo se desataron nuevos enfrentamientos con la policía, cargados de mucha violencia.
La huelga fue apoyada por la ciudadanía, los partidos políticos populares y hasta por los medios gráficos de entonces, La Prensa y La Nación. Anarquistas y socialistas acompañaron la lucha prestando apoyo logístico y facilitando sus locales para las reuniones de los múltiples comités de huelga que se formaron.
Gobernaba entonces el país José Figueroa Alcorta, y era intendente de la ciudad Carlos Torcuato de Alvear, que poco hicieron para apaciguar los ánimos. En cambio, la policía y los bomberos armados, dirigidos por el Coronel Ramón Falcón se volcaron decididamente a la violenta represión contra los inquilinos en defensa de los propietarios.
El golpe final a la huelga ocurrió el 14 de noviembre cuando 250 policías, máuser y bayoneta en mano, invadieron a sangre y fuego el conventillo de Ituzaingo 274. Luego de una sanguinaria represión y desalojo aquello quedó transformado en una barraca militar.
Desde entonces el movimiento fue perdiendo fuerza; después de más de dos meses de lucha y resistencia, algunos conventillos aceptaron las demandas de los inquilinos, otros permanecieron impasibles y antes de finalizar aquel crucial año 1907, los alquileres comenzaron a subir nuevamente al nivel que tenían antes del conflicto.
Se produjeron detenciones y deportaciones indiscriminadas de trabajadores extranjeros, a quienes se les aplicó la Ley de Residencia 4144 sancionada en 1902. Decenas de familias debieron reubicarse en piezas compartidas con otros vecinos; algunos se instalaron en plazas y huecos y otros hasta en la misma Plaza de Mayo.
Declinaron los conventillos, pero continuó el inquilinato y los graves problemas de vivienda en un país agroexportador con una incipiente industria primaria, de bajos salarios y alquileres altos, pero con la casi imposibilidad de acceder a la vivienda propia.
Años más tarde, el legislador Caferatta impulsó la construcción de viviendas para obreros, a pesar de ello los valores seguían siendo inaccesibles para los supuestos destinatarios. Sin embargo, las casas fueron aprovechadas por funcionarios y empleados de cierta jerarquía; algo similar ocurrió con los planes que impulsó más tarde la cooperativa “El Hogar Obrero”.
Nacerá así otro fenómeno, también mundial, aquello que con diferentes nombres en la Argentina se conoce como Villas Miseria.
Miguel Eugenio Germino
FUENTES:
-Cano Nicolás, artículo en línea, www.pts.org.ar/download_file.php
-http://www.educ.ar/educar/pretaci%/F3n%20de%...
-http:/www.taringa.net/posts/info/1144799/a-cien-a%...
-Páez, Jorge, El Conventillo, Historia Popular, CEAL 1970.
-Pigna, Felipe, “Los inquilinos en pie de guerra”, Clarín, 29 de julio de 2007.