sábado, 30 de mayo de 2020

EL RAMAL A CHACARITA DEL FCO


El ramal de Chacarita del FCO y la epidemia de fiebre amarilla de 1871

Episodio de la fiebre amarilla, 1871, obra de Juan Manuel Blanes

Hacia 1871, a pocos años de su fundación, el Ferrocarril Oeste –primer ferrocarril del país–, debió afrontar un triste papel durante la epidemia de fiebre amarilla (transmitida por mosquitos de los géneros Aedes y Haemagogus), que asoló Buenos Aires, y en especial a los barrios del sur, con epicentro en San Telmo.
Las clases más acomodadas, emigraron en forma urgente hacia los entonces partidos de Belgrano y Flores, permaneciendo en el sur los sectores menos favorecidos, que cargaron con “la culpa de ser pobres”.
Explicaba al respecto el historiador Felipe Pigna:
“Hubo un aviso, pero claro, los muertos eran pobres, de los barrios bajos, de las marismas, y la epidemia de cólera de 1867, con sus casi 600 fallecidos, fue tomada como una comprobación de las leyes maltusianas, que invitaban a los ricos a sentir cierto alivio cuando morían tantos pobres”. (Se da el nombre de ley maltusiana a la teoría demográfica, económica y sociopolítica, desarrollada por Malthus durante la revolución industrial, según la cual la capacidad de crecimiento de la población responde a una progresión geométrica, mientras que el ritmo de aumento de los recursos para su supervivencia sólo lo puede hacer en progresión aritmética. Según esta hipótesis, de no intervenir obstáculos represivos –guerras, pestes, etc.– el nacimiento de nuevos seres mantiene la población en el límite permitido por los medios de subsistencia, en el hambre y en la pobreza.)

Monumento a las víctimas de la fiebre amarilla en el Parque Ameghino (antes el Cementerio del Sur)


Más tarde aquellos caserones se convirtieron en conventillos que albergarían hacinados y precariamente a las inmigraciones de fines del siglo XIX y principios del XX.
El presidente Sarmiento y su vice Alsina, abandonaban precipitadamente la ciudad, dejando a sus habitantes a la buena de Dios, mientras La Prensa señalaba: “Hay ciertos rasgos de cobardía que dan la medida de lo que es un magistrado y de lo que podrá dar de sí en adelante, en el alto ejercicio que le confiaron los pueblos”.
Durante el siglo XIX, las malas condiciones higiénicas de la ciudad, la falta de agua corriente y de sistemas cloacales, facilitaban la propagación de epidemias. Las sufrieron Buenos Aires, Montevideo y Río de Janeiro, entre otras ciudades. Cada verano se esperaba la llegada del terrible mal que parecía venir de los trópicos en la bodega de cualquier navío. En 1857, Montevideo se vio diezmada por la fiebre amarilla que pasó a Buenos Aires y causó 300 muertos en dos meses. En los campamentos del Paraguay, el cólera causó miles de víctimas entre aliados y paraguayos y entre 1868 y 1869 provocó 7.000 muertos en Buenos Aires. Pero hasta esos días, Buenos Aires nunca había conocido tiempos más oscuros y tétricos como los que le tocó vivir aquellos primeros seis meses de 1871, la epidemia de fiebre amarilla, conocida también como la “peste del vómito negro”.
Todo comenzó el 27 de enero y fue la peor catástrofe padecida por la ciudad, una tragedia que se extendió al país entero. En la Capital, la mayor parte de las víctimas vivían en los barrios de San Telmo y Monserrat (pleno centro del Buenos Aires de entonces) y en los barrios situados en proximidades del Riachuelo, tierras bajas y húmedas, solo aptas para la proliferación de mosquitos. Las víctimas fatales fueron de 14.000, sobre una población de 184.035 (un equivalente a 50.000 por millón de habitantes) entre enero y junio, con picos de más de 150 diarios, a veces 200; un 75 % de los muertos fueron inmigrantes, especialmente italianos.


Terrenos del hoy Parque los Andes, antes el primer Cementerio de la Chacarita
- Foto de Santiago Vizzari  - año 1871 - Colección Daniel Sale


La mitad de la población era argentina, 44.435 eran menores de diez años, y de los inmigrantes, 49.900 eran italianos, 15.300 españoles y 3.230 ingleses. La mortandad fue del 7,6% del total de la población.
La situación hizo colapsar al Cementerio del sur, en el actual Parque Ameghino (Parque Patricios). Antiguamente en ese lugar estaba la quinta de los Escalada, donde falleció Remedios, la esposa de San Martín. En 1867, cuando los terrenos fueron comprados por el Estado, se abrió un cementerio. Hacia 1871, cuando se enterraron a 10.044 personas por la fiebre amarilla, éste colapsó.
Donde estaba el cementerio del Sud, existe hoy un monumento que recuerda a las víctimas de aquella epidemia.
Fue entonces cuando se resuelve con urgencia montar un nuevo cementerio en los terrenos que hoy ocupa el Parque Los Andes, en la afueras de la ciudad, Partido de Belgrano, dentro de un sector mucho más amplio, originalmente perteneciente a los jesuitas, el Colegio jesuita de San Ignacio –luego de la expulsión de éstos, pasan a propiedad del Estado–, y es utilizado con el mismo fin por el Colegio Nacional. Terrenos que formaban parte de la chacra o chacrita (en su diminutivo chacarita) conocido como “La chacarita de los colegiales” –lugar de veraneo de los alumnos y que proveía a su vez de vegetales y carne para su alimentación. Miguel Cané que estudió en el Colegio Nacional, evoca aquellos años de mocedad en Juvenilia (1882), el mejor de sus trabajos, subtitulado Memorias de un estudiante.
De ese sector ocuparán solo 7 hectáreas, entre las hoy calles Guzmán, Corrientes, Dorrego y Federico Lacroze.
La gran dificultad era el traslado de los cadáveres hasta el lugar. En aquel entonces la calle Corrientes hacia aquel sector se encontraba en una situación de dificultosa transitividad, por lo que fue más sencillo establecer una línea férrea directa, que originó este ramal del FCO que se llamó “Ramal de Chacarita”, conocido popularmente como “El Ramal de la Muerte”, que se construyó en menos de 30 días bajo la dirección del ingeniero Augusto Ringuelet y se inauguró discretamente el 14 de abril.
 El convoy que corría en horas de la noche con sus vagones cargados de ataúdes de las víctimas de la fiebre amarilla, arrancaba en la esquina de Corrientes y Centroamérica (hoy Pueyrredón), al encuentro del nuevo cementerio. Aquel lugar, ya urbanizado para 1896, conformaría la Plaza Rancagua, luego el Parque Los Andes, en Corrientes y Dorrego.
Se establecieron tres depósitos de cadáveres, denominados en la emergencia estaciones fúnebres. El primero de ellos se situaba en la esquina sud-oeste de Corrientes y Bermejo, hoy Jean Jaurés (parte de aquel terreno se encuentra hoy baldío); el segundo en Corrientes y Medrano esquina sud oeste, lugar que ocupara dos décadas más tarde la estación Lacroze de tranvías; el tercero a la altura de Corrientes y Canning, entonces denominado Camino del Ministro Inglés (hoy Scalabrini Ortiz).
El punto donde funcionó aquella "estación fúnebre" de Corrientes y Medrano, en 1871, la ocupó dos décadas más tarde la "Estación de tranvías Lacroze”, para el servicio tranviario, y debido entonces a los zanjones y pantanos de la calle Corrientes, continuó llenando las necesidades de transporte funerario al cementerio de muchas de las personas fallecidas en Almagro, disponiendo de coches destinados a los deudos y personas de acompañamiento, servicio que se efectuaba diariamente, mediante dos viajes en horas de la mañana y dos en las de la tarde.
Se distinguían tres categorías de servicios: el de primera, con toda la pompa y en horario a convenir; el de segunda, más modesto, en determinados horarios y el de tercera, gratuito, para cadáveres provenientes de hospitales, asilos y de la policía, así como también para los pobres que no podían costearlo. Este servicio funcionó hasta más allá de 1890. La formación del ramal ferroviario a Chacarita estaba conformada por la locomotora “La Porteña”, vagones chata con los ataúdes estibados tapados con una lona negra y cerraba la formación un coche de pasajeros donde iban los familiares y deudos de los fallecidos para darles su último adiós en el cementerio.
Aquel cortejo era conducido en horas de la noche por el maquinista John Allam –el mismo que condujo “La Porteña” en el viaje inaugural del ferrocarril 14 años antes, el 30 de agosto de 1857–, quien al tercer día de ejecutar tan valeroso y arriesgado servicio se vio contagiado por la peste que transportaba y falleció a la temprana edad de 36 años de esta terrible y mortal enfermedad, siendo él mismo uno de los tristes pasajeros de este funesto convoy.
Vale pensar en cuántos verdaderos patriotas han dado su vida silenciosamente, sin pedir nada a cambio y sin una clara visión de reconocimiento de parte de las autoridades –que abandonaron rápidamente la ciudad–, sin mostrar un poco de humanidad y sensibilidad a un asunto de tanta gravedad como es la muerte de un operario que realizando un trabajo de tan alto riesgo dejó a sus hijos y viuda en la más absoluta indefensión.
Por entonces no existían leyes laborales ni sociales que amparasen a la familia, lo más que el Estado de la provincia llegó a hacer, a pedido del directorio del ferrocarril, es prorrogarle unos meses de sueldo a la viuda, la que pasado ese tiempo debió arreglárselas con sus hijos a la buena de Dios, y nunca más se supo que ha sido de esta sacrificada familia.
En el decreto fechado el 8 de junio de 1871, el gobernador de la Provincia indicaba: “Habiendo fallecido de la fiebre amarilla el Ingeniero maquinista del ferro-carril del Oeste, D. Juan Allam, cumplidamente los deberes de su empleo, aun en las circunstancias más difíciles por las que ha pasado esta Provincia; y considerando además, que la familia de dicho finado ha quedado en la pobreza, no teniendo por consecuencia medios propios para vivir, y siendo justo premiar en los inmediatos deudos del Ingeniero mencionado los buenos servicios que ha prestado, el Gobierno resuelve acordar a la esposa de D. Juan Allam seis meses de sueldo como socorro, cuya suma se imputará a la cuenta de los gastos causados por la epidemia”.
Sin desmerecer las virtudes del Ingeniero Ringuelet, que no pasa inadvertida para el Gobernador, quien premia con la suma de $ 12.000 al jefe del Ferrocarril por realizar la labor del ramal en tiempo récord, no se puede dejar de comparar éste con la compensación dada a los deudos del maquinista que diera su vida, a quienes solo asistieron con seis meses de sueldo, que significaban en total un monto de menos de la mitad que el premio otorgado al Ingeniero. 


      Tranvía fúnebre que salía de Corrientes 
               y Medrano hasta Chacarita


Éste fue un capítulo penoso, aunque necesario de recordar, que no puede quedar fuera del historial barrial.
 En aquel primer cementerio de la Chacarita se llegaron a cremar 564 cadáveres en un día, bajo condiciones de higiene mínimas, que a su vez costaron la vida de 14 empleados. Finalmente, los olores y la falta de salubridad –que molestaban a los vecinos del barrio– llevaron a la clausura del lugar en 1875.
Por otro lado, también aquel 14 de abril, sin pompas ni actos oficiales, solo atendiendo a la extrema necesidad de una epidemia como ninguna en toda la historia de la Nación, se inauguran tres obras fundamentales: el aludido Cementerio de la Chacarita, el ramal del ferrocarril que debería llevar los cadáveres hasta su descanso final, y otro ramal del FCO, a lo largo de la avenida Centroamérica (hoy Pueyrredón), el del Muelle de Las Catalinas, fundamental para vincular al ferrocarril con los pasajeros inmigrantes que llegaban para poblar nuestro amplio territorio, a quienes por razones de salud fue necesario derivar con urgencia a los pueblos de la campaña, evitando así las muertes que por este terrible flagelo sufría la ciudad.
A partir de 1887 las inhumaciones comenzaron a realizarse en el cementerio “Chacarita la Nueva”, por lo que los cadáveres fueron exhumados del viejo cementerio y llevados al osario del nuevo. El 30 de diciembre de 1896 se denominó a este cementerio como “Cementerio del Oeste”, aunque siguió conociéndose popularmente como “de la Chacarita”, por lo que una ordenanza del 5 de marzo de 1949 lo renombrará definitivamente de esta forma.
El cementerio antiguo fue clausurado en 1875, pero siguió funcionando hasta el 9 de diciembre de 1886 cuando el Arq. Ing. Juan Antonio Buschiazzo concluyó los trabajos de diseño del nuevo Cementerio General. La distribución adoptada en éste, su aislamiento por medio del gran boulevard de circunvalación externo e interno, la amplitud de las calles y su dirección en todos los sentidos del cuadrante, sus numerosas plazas y la profusión de árboles distribuidos en todas ellas, posibilitan la ventilación, ayudan en higiene y propician la comodidad del tránsito.
Concluye aquí una parte de la historia del barrio tal vez la más trágica y lamentable, también los orígenes del tranvía fúnebre y los antecedentes iniciales del actual cementerio de La Chacarita, que por una paradoja lleva el nombre de una antigua quinta de veraneo que utilizaban los estudiantes del colegio jesuita de San Ignacio.

 Miguel Eugenio Germino

Fuentes:
--Casella de Calderón, Elisa, Calle Corrientes, su historia en cinco barrios (2ª parte), Revista Buenos Aires nos cuenta n° 8, abril de 1988.
--https://www.elhistoriador.com.ar/la-fiebre-amarilla-en-buenos-aires/
--Llanes, Ricardo M. El Barrio de Almagro – Cuadernos de Bs.As. 1968
--https://www.lanacion.com.ar/sociedad/cementerio-chacarita-nid2341758
--https://www.facebook.com/notes/403229869872013/Martin Delprato
--https://www.biografiasyvidas.com/biografia/c/cane.htm





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