El ramal de Chacarita
del FCO y la epidemia de fiebre amarilla de 1871
Episodio de la fiebre amarilla, 1871, obra de Juan Manuel Blanes |
Hacia 1871, a pocos años de su fundación, el Ferrocarril Oeste –primer
ferrocarril del país–, debió afrontar un triste papel durante la epidemia de fiebre
amarilla (transmitida por mosquitos de los géneros Aedes y Haemagogus), que asoló Buenos
Aires, y en especial a los barrios del sur, con epicentro en San Telmo.
Las clases más acomodadas, emigraron en forma urgente hacia los
entonces partidos de Belgrano y Flores, permaneciendo en el sur los sectores
menos favorecidos, que cargaron con “la culpa de ser pobres”.
Explicaba al respecto el historiador Felipe Pigna:
“Hubo un aviso,
pero claro, los muertos eran pobres, de los barrios bajos, de las marismas, y
la epidemia de cólera de 1867, con sus casi 600 fallecidos, fue tomada como una
comprobación de las leyes maltusianas, que invitaban a los ricos a sentir
cierto alivio cuando morían tantos pobres”. (Se
da el nombre de ley maltusiana a la teoría demográfica, económica y
sociopolítica, desarrollada por Malthus durante la revolución industrial, según
la cual la capacidad de crecimiento de la población responde a una progresión
geométrica, mientras que el ritmo de aumento de los recursos para su supervivencia
sólo lo puede hacer en progresión aritmética. Según esta hipótesis, de no
intervenir obstáculos represivos –guerras, pestes, etc.– el nacimiento de
nuevos seres mantiene la población en el límite permitido por los medios de
subsistencia, en el hambre y en la pobreza.)
Monumento a las víctimas de la fiebre amarilla en el Parque Ameghino (antes el Cementerio del Sur)
Más tarde aquellos caserones se convirtieron en conventillos que
albergarían hacinados y precariamente a las inmigraciones de fines del siglo
XIX y principios del XX.
El presidente Sarmiento y su vice Alsina,
abandonaban precipitadamente la ciudad, dejando a sus habitantes a la buena de
Dios, mientras La Prensa señalaba: “Hay ciertos rasgos de cobardía que
dan la medida de lo que es un magistrado y de lo que podrá dar de sí en
adelante, en el alto ejercicio que le confiaron los pueblos”.
Durante el siglo XIX, las malas condiciones higiénicas de la
ciudad, la falta de agua corriente y de sistemas cloacales, facilitaban la
propagación de epidemias. Las sufrieron Buenos Aires, Montevideo y Río de
Janeiro, entre otras ciudades. Cada verano se esperaba la llegada del terrible
mal que parecía venir de los trópicos en la bodega de cualquier navío. En 1857,
Montevideo se vio diezmada por la fiebre amarilla que pasó a Buenos Aires y
causó 300 muertos en dos meses. En los campamentos del Paraguay, el cólera
causó miles de víctimas entre aliados y paraguayos y entre 1868 y 1869 provocó
7.000 muertos en Buenos Aires. Pero hasta esos días, Buenos Aires nunca había
conocido tiempos más oscuros y tétricos como los que le tocó vivir aquellos
primeros seis meses de 1871, la epidemia de fiebre amarilla, conocida también
como la “peste del vómito negro”.
Todo comenzó el 27 de enero y fue la peor catástrofe padecida por
la ciudad, una tragedia que se extendió al país entero. En la Capital, la mayor
parte de las víctimas vivían en los barrios de San Telmo y Monserrat (pleno
centro del Buenos Aires de entonces) y en los barrios situados en proximidades del
Riachuelo, tierras bajas y húmedas, solo aptas para la proliferación de
mosquitos. Las víctimas fatales fueron de 14.000, sobre una población de
184.035 (un equivalente a 50.000 por millón de habitantes) entre enero y junio,
con picos de más de 150 diarios, a veces 200; un 75 % de los muertos fueron
inmigrantes, especialmente italianos.
Terrenos del hoy Parque los Andes, antes el primer Cementerio de la Chacarita - Foto de Santiago Vizzari - año 1871 - Colección Daniel Sale |
La mitad de la población era
argentina, 44.435 eran menores de diez años, y de los inmigrantes, 49.900 eran italianos,
15.300 españoles y 3.230 ingleses. La mortandad fue del 7,6% del total de la
población.
La situación hizo colapsar al Cementerio del sur, en el actual
Parque Ameghino (Parque Patricios). Antiguamente en ese lugar estaba la quinta
de los Escalada, donde falleció Remedios, la esposa de San Martín. En 1867,
cuando los terrenos fueron comprados por el Estado, se abrió un cementerio. Hacia
1871, cuando se enterraron a 10.044 personas por la fiebre amarilla, éste colapsó.
Donde estaba el cementerio del Sud, existe hoy un monumento que
recuerda a las víctimas de aquella epidemia.
Fue entonces cuando se resuelve con urgencia montar un nuevo
cementerio en los terrenos que hoy ocupa el Parque Los Andes, en la afueras de
la ciudad, Partido de Belgrano, dentro de un sector mucho más amplio,
originalmente perteneciente a los jesuitas, el Colegio jesuita de San Ignacio –luego
de la expulsión de éstos, pasan a propiedad del Estado–, y es utilizado con el
mismo fin por el Colegio Nacional. Terrenos que formaban parte de la chacra o
chacrita (en su diminutivo chacarita) conocido como “La chacarita de los colegiales”
–lugar de veraneo de los alumnos y que proveía a
su vez de vegetales y carne para su alimentación–. Miguel Cané que estudió en el Colegio Nacional, evoca aquellos años de
mocedad en Juvenilia (1882), el mejor de sus trabajos, subtitulado Memorias de
un estudiante.
De ese sector ocuparán solo 7 hectáreas, entre las hoy calles Guzmán,
Corrientes, Dorrego y Federico Lacroze.
La gran dificultad era el traslado de los cadáveres hasta el
lugar. En aquel entonces la calle Corrientes hacia aquel sector se encontraba
en una situación de dificultosa transitividad, por lo que fue más sencillo
establecer una línea férrea directa, que originó este ramal del FCO que se
llamó “Ramal de Chacarita”, conocido popularmente como “El Ramal de la Muerte”,
que se construyó en menos de 30 días bajo la dirección del ingeniero Augusto
Ringuelet y se inauguró discretamente el 14 de abril.
El convoy que corría en
horas de la noche con sus vagones cargados de ataúdes de las víctimas de la fiebre
amarilla, arrancaba en la esquina de Corrientes y Centroamérica (hoy Pueyrredón),
al encuentro del nuevo cementerio. Aquel lugar, ya urbanizado para 1896,
conformaría la Plaza Rancagua, luego el Parque Los Andes, en Corrientes y
Dorrego.
Se establecieron tres depósitos de cadáveres, denominados en la
emergencia estaciones fúnebres. El primero de ellos se situaba en la esquina
sud-oeste de Corrientes y Bermejo, hoy Jean Jaurés (parte de aquel terreno se
encuentra hoy baldío); el segundo en Corrientes y Medrano esquina sud oeste,
lugar que ocupara dos décadas más tarde la estación Lacroze de tranvías; el
tercero a la altura de Corrientes y Canning, entonces denominado Camino del
Ministro Inglés (hoy Scalabrini Ortiz).
El punto donde funcionó aquella
"estación fúnebre" de Corrientes y Medrano, en 1871, la ocupó dos
décadas más tarde la "Estación de tranvías Lacroze”, para el servicio
tranviario, y debido entonces a los zanjones y pantanos de la calle Corrientes,
continuó llenando las necesidades de transporte funerario al cementerio de
muchas de las personas fallecidas en Almagro, disponiendo de coches destinados
a los deudos y personas de acompañamiento, servicio que se efectuaba
diariamente, mediante dos viajes en horas de la mañana y dos en las de la tarde.
Se distinguían tres categorías de
servicios: el de primera, con toda la pompa y en horario a convenir; el de segunda,
más modesto, en determinados horarios y el de tercera, gratuito, para cadáveres
provenientes de hospitales, asilos y de la policía, así como también para los
pobres que no podían costearlo. Este servicio funcionó hasta más allá de 1890. La
formación del ramal ferroviario a Chacarita estaba conformada por la locomotora
“La Porteña”, vagones chata con los ataúdes estibados tapados con una lona
negra y cerraba la formación un coche de pasajeros donde iban los familiares y
deudos de los fallecidos para darles su último adiós en el cementerio.
Aquel cortejo era conducido en horas de la noche por el
maquinista John Allam –el mismo que condujo “La Porteña” en el viaje inaugural
del ferrocarril 14 años antes, el 30 de agosto de 1857–, quien al tercer día de
ejecutar tan valeroso y arriesgado servicio se vio contagiado por la peste que
transportaba y falleció a la temprana edad de 36 años de esta terrible y mortal
enfermedad, siendo él mismo uno de los tristes pasajeros de este funesto
convoy.
Vale pensar en cuántos verdaderos patriotas han dado su vida
silenciosamente, sin pedir nada a cambio y sin una clara visión de reconocimiento
de parte de las autoridades –que abandonaron rápidamente la ciudad–, sin
mostrar un poco de humanidad y sensibilidad a un asunto de tanta gravedad como
es la muerte de un operario que realizando un trabajo de tan alto riesgo dejó a
sus hijos y viuda en la más absoluta indefensión.
Por entonces no existían leyes laborales ni sociales que amparasen
a la familia, lo más que el Estado de la provincia llegó a hacer, a pedido del
directorio del ferrocarril, es prorrogarle unos meses de sueldo a la viuda, la
que pasado ese tiempo debió arreglárselas con sus hijos a la buena de Dios, y
nunca más se supo que ha sido de esta sacrificada familia.
En el decreto fechado el 8 de junio de 1871, el gobernador de la
Provincia indicaba: “Habiendo fallecido
de la fiebre amarilla el Ingeniero maquinista del ferro-carril del Oeste, D.
Juan Allam, cumplidamente los deberes de su empleo, aun en las circunstancias
más difíciles por las que ha pasado esta Provincia; y considerando además, que
la familia de dicho finado ha quedado en la pobreza, no teniendo por
consecuencia medios propios para vivir, y siendo justo premiar en los
inmediatos deudos del Ingeniero mencionado los buenos servicios que ha
prestado, el Gobierno resuelve acordar a la esposa de D. Juan Allam seis meses
de sueldo como socorro, cuya suma se imputará a la cuenta de los gastos
causados por la epidemia”.
Sin desmerecer las virtudes del Ingeniero Ringuelet, que no pasa
inadvertida para el Gobernador, quien premia con la suma de $ 12.000 al jefe
del Ferrocarril por realizar la labor del ramal en tiempo récord, no se puede
dejar de comparar éste con la compensación dada a los deudos del maquinista que
diera su vida, a quienes solo asistieron con seis meses de sueldo, que
significaban en total un monto de menos de la mitad que el premio otorgado al
Ingeniero.
Tranvía fúnebre que salía de Corrientes
y Medrano hasta Chacarita
Éste fue un capítulo penoso,
aunque necesario de recordar, que no puede quedar fuera del historial barrial.
En aquel primer cementerio
de la Chacarita se llegaron a cremar 564 cadáveres en un día, bajo condiciones
de higiene mínimas, que a su vez costaron la vida de 14 empleados. Finalmente,
los olores y la falta de salubridad –que molestaban a los vecinos del barrio–
llevaron a la clausura del lugar en 1875.
Por otro lado, también aquel 14 de abril, sin pompas ni actos
oficiales, solo atendiendo a la extrema necesidad de una epidemia como ninguna
en toda la historia de la Nación, se inauguran tres obras fundamentales: el aludido
Cementerio de la Chacarita, el ramal del ferrocarril que debería llevar los
cadáveres hasta su descanso final, y otro ramal del FCO, a lo largo de la
avenida Centroamérica (hoy Pueyrredón), el del Muelle de Las Catalinas,
fundamental para vincular al ferrocarril con los pasajeros inmigrantes que
llegaban para poblar nuestro amplio territorio, a quienes por razones de salud
fue necesario derivar con urgencia a los pueblos de la campaña, evitando así
las muertes que por este terrible flagelo sufría la ciudad.
A partir de 1887 las inhumaciones comenzaron a realizarse en el
cementerio “Chacarita la Nueva”, por lo que los cadáveres fueron exhumados del
viejo cementerio y llevados al osario del nuevo. El 30 de diciembre de 1896 se
denominó a este cementerio como “Cementerio del Oeste”, aunque siguió
conociéndose popularmente como “de la Chacarita”, por lo que una ordenanza del
5 de marzo de 1949 lo renombrará definitivamente de esta forma.
El cementerio antiguo fue clausurado en 1875, pero siguió funcionando hasta
el 9 de diciembre de 1886 cuando el Arq. Ing. Juan Antonio Buschiazzo concluyó
los trabajos de diseño del nuevo Cementerio General. La distribución adoptada
en éste, su aislamiento por medio del gran boulevard de circunvalación externo
e interno, la amplitud de las calles y su dirección en todos los sentidos del
cuadrante, sus numerosas plazas y la profusión de árboles distribuidos en todas
ellas, posibilitan la ventilación, ayudan en higiene y propician la comodidad
del tránsito.
Concluye aquí una parte de la historia del barrio –tal vez la más trágica y lamentable–, también los orígenes del tranvía
fúnebre y los antecedentes iniciales del actual cementerio de La Chacarita, que
por una paradoja lleva el nombre de una antigua quinta de veraneo que
utilizaban los estudiantes del colegio jesuita de San Ignacio.
Miguel Eugenio Germino
Fuentes:
--Casella de
Calderón, Elisa, Calle Corrientes, su historia en cinco barrios (2ª parte), Revista Buenos Aires nos cuenta n° 8, abril de 1988.
--https://www.elhistoriador.com.ar/la-fiebre-amarilla-en-buenos-aires/
--Llanes,
Ricardo M. El Barrio de Almagro – Cuadernos de Bs.As. 1968
--https://www.lanacion.com.ar/sociedad/cementerio-chacarita-nid2341758
--https://www.facebook.com/notes/403229869872013/Martin
Delprato
--https://www.biografiasyvidas.com/biografia/c/cane.htm
--https://www.infobae.com/def/desarrollo/2020/03/28/la-fiebre-amarilla-una-epidemia-que-revelo-lo-peor-de-buenos-aires/
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