domingo, 5 de noviembre de 2023

JUAN JOSÉ CASTELLI - LA REVOLUCIÓN ETERNA Y LOS PUEBLOS ORIGINARIOS



EL ORADOR DE LA REVOLUCIÓN SE QUEDA SIN VOZ 



El 19 de julio de 1764 nació en Buenos Aires Juan José Castelli. Formado en  el tradicional Colegio Montserrat de Córdoba, donde conoció a muchos futuros revolucionarios, estudió filosofía y estaba pronto a ordenarse sacerdote, cuando dio un golpe de timón al destino que su familia le había dispuesto y partió hacia Charcas para estudiar leyes.

Regresó a Buenos Aires, donde ejerció con éxito su profesión de abogado y comenzó una activa participación en la política colonial, tanto en el Consulado, adonde fue convocado por su primo Manuel  Belgrano, como en el Cabildo, granjeándose la enemistad de los comerciantes y regidores españoles.

Participó activamente del rechazo a la invasión inglesa y, tras la invasión napoleónica a España, compartió con Belgrano el proyecto de lograr la emancipación con una monarquía constitucional encabezada por la Infanta Carlota.

Tras la caída de Sevilla en poder de los franceses, Castelli fue, junto a Cornelio Saavedra, uno de los líderes más notorios de las jornadas que desencadenaron la Revolución de Mayo de 1810. En aquellos días, fue comisionado para intimar al virrey Cisneros a que cesara en su cargo y, durante la decisiva jornada del 22 de mayo, fue el encargado de defender la posición patriota en las sesiones del Cabildo, promoviendo la deposición del virrey, aduciendo que, al no haber más autoridades legítimas en España, la soberanía retrovertía al pueblo. Su destacada actuación, le valió ser conocido como «el orador de la revolución”.

Ya instalada la primera Junta de Gobierno, aquel histórico 25 de Mayo de 1810, Castelli integró el ala más radical, impulsando como vocal de la junta muchas de las primeras medidas de gobierno. Pero como muchos protagonistas de su tiempo, pese a su formación como hombre de leyes y de palabras, los acontecimientos lo convirtieron en un hombre de acción. Fue el encargado de ejecutar la orden de fusilamiento de Santiago de Liniers -héroe de la Reconquista-, y tuvo a su cargo la dirección política del ejército que triunfó en la batalla de Suipacha, primera victoria patriota, que abrió el camino al Alto Perú. En Potosí, firmó la sentencia de muerte de los enemigos de la revolución: Francisco de Paula Sanz, Vicente Nieto y José de Córdova.

Sin embargo, sus desavenencias con la facción más conservadora de la Junta -que se había impuesto en el gobierno tras el alejamiento y la muerte de Moreno y las jornadas del 5 y 6 de abril de 1811- se profundizaron con la derrota de Huaqui (o Guaqui), que provocó la pérdida del Alto Perú y contribuyó a la caída en desgracia de Castelli; éste no tardó en ser llamado a Buenos Aires para ser juzgado por su desempeño. Pero en Castelli otro proceso más terrible que el judicial se había desatado hacía algunos meses. Una quemadura mal curada provocada por un cigarro, había dado inicio a un letal cáncer en la lengua. El 11 de junio de 1812 la Revolución comenzaba a quedarse sin voz. Un cirujano le amputaba la lengua a un Castelli que desde entonces sólo podía defenderse por escrito. No sería necesario, el 12 de octubre de aquel año murió antes de que el juicio pudiera sustanciarse.

Lo recordamos en esta ocasión con un fragmento de Juan José Castelli. De súbdito de la corona a líder revolucionario, una biografía de Fabio Wasserman. El autor se refiere aquí a un momento culminante de su desempeño como representante de la Junta de Buenos Aires y uno de los más emblemáticos por cuanto implicaba un “reordenamiento radical en las relaciones sociales”. Se trata de la política indígena plasmada durante su campaña en el Alto Perú a través de bandos, medidas como la abolición del tributo indígena, y en la ceremonia realizada en las ruinas de Tiahuanaco el 25 de mayo de 1811 para conmemorar el aniversario de la revolución. En esa ocasión, el representante de la Junta afirmaba que “el objetivo del gobierno era que todos los grupos pudieran gozar de los mismos derechos… (…) Castelli declaraba su igualdad a la hora de acceder a cargos, honores y empleos, sin otra distinción que el mérito y la aptitud”.  Poco tiempo antes había informado a los naturales que “no sólo se procuraba restituir sus derechos sino que también se había resuelto darles un influjo activo en el congreso para que participaran de la Constitución que los regiría y pudieran palpar por sí mismos las ventajas de su nueva situación”.

El historiador recorre en esta biografía la vida de este notable patriota, mostrando su transformación de súbdito de la corona perteneciente a una familia acomodada a uno de los más destacados líderes revolucionarios, capaz de imaginar no sólo un cambio de gobierno y de su concepción, basado ahora en la soberanía del pueblo, sino también una transformación de las relaciones sociales que lo sustentaban. Sin embargo, sostiene el autor, este cambio no fue individual. El cambio de Castelli es representativo de la transformación que experimentó un vasto sector de la elite criolla, que al tiempo que sufría las tensiones propiciadas por las reformas borbónicas vio cómo, durante las invasiones inglesas, las autoridades coloniales eran incapaces de asegurar su dominio transatlántico. En este sentido, el libro es además un relato de un período clave de nuestra historia, la etapa de crisis y desintegración del orden colonial y la primera parte de la revolución fundadora.

En su análisis de la figura de Castelli, Wasserman procura no perder de vista el marco de ideas y valores dominantes de la época y señala aspectos menos conocidos de su vida, como la defensa que como abogado hizo de la pureza de sangre  o su férrea oposición al casamiento de su hija esgrimiendo el derecho a la patria potestad, que dan cuenta de su pertenencia a una sociedad estamental y patriarcal. Aun así, dentro de aquel contexto, Castelli se distinguió por ser uno de los líderes más comprometidos y radicales, al proponer, como veremos a continuación, la abolición del tributo indígena y luchar por la emancipación de los naturales, medidas que pusieron en entredicho el orden social y político vigente y le valieron el repudio de los sectores dominantes.

Sobre él escribía: Andrés Rivera:

"... ¿Qué juramos, el 25 de mayo de 1810, arrodillados en el piso de ladrillos del Cabildo? ¿Qué juramos, arrodillados en el piso de ladrillos de la sala capitular del Cabildo, las cabezas gachas, la mano de uno sobre el hombro de otro? ¿Qué juré yo, de rodillas en la sala capitular del Cabildo, la mano en el hombro de Saavedra, y la mano de Saavedra sobre los Evangelios, y los Evangelios sobre un sitial cubierto por un mantel blanco y espeso? ¿Qué juré yo en ese día oscuro y ventoso, de rodillas en la sala capitular del Cabildo, la chaqueta abrochada y la cabeza gacha, y bajo la chaqueta abrochada, dos pistolas cargadas? ¿Qué juré yo, de rodillas sobre los ladrillos del piso de la sala capitular del Cabildo, a la luz de velones y candiles, la mano sobre el hombro de Saavedra, la chaqueta abrochada, las pistolas cargadas bajo la chaqueta abrochada, la mano de Belgrano sobre mi hombro? ¿Qué juramos Saavedra, Belgrano, yo, Paso y Moreno, Moreno, allá, el último de la fila viboreante de hombres arrodillados en el piso de ladrillos de la sala capitular del Cabildo, la mano de Moreno, pequeña, pálida, de niño, sobre el hombro de Paso, la cara lunar, blanca, fosforescente, caída sobre el pecho, las pistolas cargadas en los bolsillos de su chaqueta, inmóvil como un ídolo, lejos de la luz de velones y candiles, lejos del crucifijo y los Santos Evangelios que reposaban sobre el sitial guarnecido por un mantel blanco y espeso? ¿Qué juró Moreno, allí, el último en la fila viboreante de hombres arrodillados, Moreno, que estuvo, frío e indomable, detrás de French y Beruti, y los llevó, insomnes, con su voz suave, apenas un silbido filoso y continuo, a un mundo de sueño, y French y Beruti, que ya no descenderían de ese mundo de sueño, armaron a los que, apostados frente al Cabildo, esperaron, como nosotros, los arrodillados, el contragolpe monárquico para aplastarlo o morir en el entrevero? ¿Qué juramos allí, en el Cabildo, de rodillas, ese día oscuro y otoñal de mayo? ¿Qué juró Saavedra? ¿Qué Belgrano, mi primo? ¿Y qué el doctor Moreno, que me dijo rezo a Dios para que, a usted, Castelli, y a mí, la muerte nos sorprenda jóvenes? ¿Juré, yo, morir joven? ¿Y a quién juré morir joven? ¿Y por qué?"


Fuente: 
--Wasserman, Fabio, Juan José Castelli.De súbdito de la corona a líder revolucionario, Buenos Aires, Edhasa, 2011, págs. 187-203.
--Rivera, Andres: La revolución es un sueño eterno
--Pigna, Felipe- El Historiador





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