martes, 2 de julio de 2013

LA MUSA DEL DESENCANTO





Por Ricardo Horvath

A comienzos del nuevo siglo –hasta ahora vanamente– desde la Argentina se reclamó a la UNESCO que se declarara al tango patrimonio de la humanidad. No es un secreto para nadie que el tango es una neta creación popular argentina, fundamentalmente de la ciudad de Buenos Aires, sin dejar de reconocer que, como producto portuario, Montevideo y en menor medida Rosario, habrían jugado también su rol. En el caso uruguayo, como señalan algunos autores, básicamente por su componente afro. Pero para hacerse conocer, los tangueros montevideanos debieron recurrir a Buenos Aires, ciudad donde existía ya a comienzos del siglo XX una incipiente "industria cultural" que permitía hacerse conocer, difundir las obras, editar, grabar, hacerse de algunos dinerillos.
Más allá de la famosa definición de Enrique Santos Discépolo de que el tango "es un pensamiento triste que se baila", lo cual podría indicarnos que es triste y que también –como agregado– se baila, para nosotros, el tango es la musa del desencanto argentino. Es en ese sentido o con esa tesis que intentaremos probar en trabajos que amplíen esta pequeña nota introductoria, los motivos que nos llevan a esa definición.
Crónica de la amargura y el desencanto que nos legaron poetas trascendentales como por ejemplo el gran Enrique Santos Discépolo, que hizo sus obras fundamentales hacia finales de la década del 20 y durante la "infame" del 30, cuando aparece el paradigmático Cambalache. Década en la que se conocieron tangos sociales como Pan, Acquaforte, Al pie de la santa cruz , Las cuarenta o Al mundo le falta un tornillo, un anticipo casi profético de la segunda guerra mundial, por citar los más conocidos y difundidos. Y también Cátulo Castillo, Homero Expósito y más cerca Eladia Blázquez, quien con su Argentina Primer Mundo nos dejó un testimonio feroz de la nueva década infame del menemato y sus consecuencias.
El tango como reflejo de lo social siempre dejó su testimonio. Bastará citar las obras de los años veinte,  a los que algunos "historiadores" definen como el "plácido gobierno de Alvear", cuando la oligarquía se pavoneó de sus riquezas mientras el pueblo se hundía en la miseria. Fue Carlos Gardel –aunque de eso no se habla– el intérprete que más tangos sociales incorporó a su extenso repertorio. Y ese es otro de los temas pendientes de investigación por parte de algunos "estudiosos" que suelen mirar hacia un costado para no ver lo que está ante los ojos. Que además minimizan la constante censura a que se vio sometido el tango e ignoran la existencia de tangos anarquistas o socialistas que fueron quedando en el anonimato porque circulaban de boca en boca sin ser editados, o los que oportunamente fueron a parar al fuego purificador que las organizaciones fascistas y los militares golpistas –brazo armado de la oligarquía y el imperio– aplicaban al mejor estilo Torquemada. Aunque en los últimos años se ha rescatado de la historia la existencia de tangos dedicados al radicalismo o sus caudillos (Alem, Yrigoyen), y se han encontrado algunos de los ofrendados a Perón y Evita que estaban desaparecidos desde el golpe militar de 1955.
Pero en nuestro caso a lo que queremos apuntar es a otro aspecto que hace al desaliento o la desesperanza, pintura de un país fracasado como producto del desastre clarísimo que significó el proyecto de los prohombres del liberalismo que, con la denominada generación del 80, "inventaron un país a su medida", crearon una historia oficial, hicieron la guerra al indio, al gaucho y expulsaron a los negros que quedaban (que mayoritariamente apoyaron a Rosas, fueron perseguidos y saltaron al Uruguay para hacer con sus candombes en los "tambos" una de las vertientes que junto a la habanera y al pasacalle dieron lugar al primer tango de características humorísticas, picarescas y hasta pornográficas). Esa generación que intentó europeizar al país al estilo norteamericano con una colonización sajona, pero se encontró con una tremenda inmigración italiana, lo que Juan Sebastián Tallon llamó "el turbión", que terminó por ser lo que dio forma definitiva al tango, al agregarle la melancolía, la tristeza, la nostalgia -en eso jugó su papel el bandoneón alemán– y también la frustración por haberse dejado tentar por los cantos de sirena de la propaganda oficial, que los invitaba a un paraíso en el cual "se harían la América". Frustración que ya entrado el siglo XX, los hijos y nietos de esos inmigrantes le aportarían al tango, con la poesía donde aparecen metáforas claras como "la araña que salvaste te picó", o "no sabés que trole hay que tomar para seguir", o "que te hagan la puñeta los demás" o "decime Dios dónde estás" y tantísimas otras que intentaremos reflejar más ampliamente en nuestro próximo libro Esos malditos tangos, pero que hoy dejamos con una ya definitiva, paradigmática, imposible de igualar como fracaso total: ni el tiro del final te va a salir. ¿Puede haber un fracaso mayor?

Fuente: www.centrocultural.coop, 2006





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