Por Ricardo Horvath
A comienzos del nuevo siglo –hasta ahora vanamente– desde la Argentina se reclamó a la UNESCO que se declarara al tango patrimonio de la humanidad. No es un secreto para nadie que el tango es una neta creación popular argentina, fundamentalmente de la ciudad de Buenos Aires, sin dejar de reconocer que, como producto portuario, Montevideo y en menor medida Rosario, habrían jugado también su rol. En el caso uruguayo, como señalan algunos autores, básicamente por su componente afro. Pero para hacerse conocer, los tangueros montevideanos debieron recurrir a Buenos Aires, ciudad donde existía ya a comienzos del siglo XX una incipiente "industria cultural" que permitía hacerse conocer, difundir las obras, editar, grabar, hacerse de algunos dinerillos.
Más allá de la famosa definición de Enrique Santos Discépolo de que el tango "es un pensamiento triste que se baila", lo cual podría indicarnos que es triste y que también –como agregado– se baila, para nosotros, el tango es la musa del desencanto argentino. Es en ese sentido o con esa tesis que intentaremos probar en trabajos que amplíen esta pequeña nota introductoria, los motivos que nos llevan a esa definición.
Crónica de la amargura y el desencanto que nos legaron poetas
trascendentales como por ejemplo el gran Enrique Santos Discépolo, que hizo sus
obras fundamentales hacia finales de la década del 20 y durante la
"infame" del 30, cuando aparece el paradigmático Cambalache. Década en la que se
conocieron tangos sociales como Pan, Acquaforte, Al pie de la santa cruz ,
Las cuarenta o Al mundo le
falta un tornillo, un anticipo casi profético de la segunda guerra
mundial, por citar los más conocidos y difundidos. Y también Cátulo Castillo,
Homero Expósito y más cerca Eladia Blázquez, quien con su Argentina Primer
Mundo nos dejó un testimonio feroz de la nueva década infame del menemato y
sus consecuencias.
El tango como reflejo de lo social siempre dejó su testimonio.
Bastará citar las obras de los años veinte, a los que
algunos "historiadores" definen como el "plácido gobierno de
Alvear", cuando la oligarquía se
pavoneó de sus riquezas mientras el pueblo se hundía en la miseria. Fue Carlos
Gardel –aunque de eso no se habla– el intérprete que más tangos sociales incorporó
a su extenso repertorio. Y ese es otro de los temas pendientes de investigación
por parte de algunos "estudiosos" que suelen mirar hacia un costado
para no ver lo que está ante los ojos. Que además minimizan la constante
censura a que se vio sometido el tango e ignoran la existencia de tangos
anarquistas o socialistas que fueron quedando en el anonimato porque circulaban
de boca en boca sin ser editados, o los que oportunamente fueron a parar al
fuego purificador que las organizaciones fascistas y los militares golpistas
–brazo armado de la oligarquía y el imperio– aplicaban al mejor estilo
Torquemada. Aunque en los últimos años se ha rescatado de la historia la
existencia de tangos dedicados al radicalismo o sus caudillos (Alem, Yrigoyen),
y se han encontrado algunos de los ofrendados a Perón y Evita que estaban desaparecidos
desde el golpe militar de 1955.
Pero en nuestro caso a lo que
queremos apuntar es a otro aspecto que hace al desaliento o la desesperanza,
pintura de un país fracasado como producto del desastre clarísimo que significó
el proyecto de los prohombres del liberalismo que, con la denominada generación
del 80, "inventaron un país a su medida", crearon una historia
oficial, hicieron la guerra al indio, al gaucho y expulsaron a los negros que
quedaban (que mayoritariamente apoyaron a
Rosas, fueron perseguidos y saltaron al Uruguay para hacer con sus candombes en
los "tambos" una de las vertientes que junto a la habanera y al pasacalle dieron lugar al primer tango de características
humorísticas, picarescas y hasta pornográficas). Esa generación que intentó
europeizar al país al estilo norteamericano con una colonización sajona, pero
se encontró con una tremenda inmigración italiana, lo que Juan Sebastián Tallon
llamó "el turbión", que terminó por
ser lo que dio forma definitiva al tango, al
agregarle la melancolía, la tristeza, la nostalgia -en eso jugó su papel el
bandoneón alemán– y también la frustración por haberse dejado tentar por los
cantos de sirena de la propaganda oficial, que los invitaba a un paraíso en el
cual "se harían la
América". Frustración que ya entrado el siglo XX, los
hijos y nietos de esos inmigrantes le aportarían al tango, con la poesía donde
aparecen metáforas claras como "la araña que salvaste te picó", o
"no sabés que trole hay que tomar para seguir", o "que te hagan
la puñeta los demás" o "decime Dios dónde estás" y tantísimas
otras que intentaremos reflejar más ampliamente en nuestro próximo libro Esos malditos tangos, pero que hoy
dejamos con una ya definitiva, paradigmática, imposible de igualar como fracaso
total: ni el tiro del final te va a salir. ¿Puede haber un fracaso mayor?
Fuente: www.centrocultural.coop, 2006
Fuente: www.centrocultural.coop, 2006
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