Biden asume en un país convulsionado
Ya no hay propaganda que lo
disfrace. El principal país del mundo vive una crisis institucional de carácter
inédito y ni siquiera un período presidencial exitoso alcanzará para
restablecer la confianza en las instituciones norteamericanas.
No faltará mucho para que la
maquinaria cultural norteamericana aproveche para hacer un circo de la toma
fallida del Capitolio, pero ni Netflix ni ninguna otra plataforma on line,
lograrán ocultar un paisaje que muestra a la confianza en la calidad
democrática estadounidense en el peor de los subsuelos.
Es que no serán gratis todos los
gestos del presidente saliente para denostar a un sistema electoral con severas
fallas de origen. Si bien esto no es nuevo, todo descansaba en el respeto de
los dos partidos mayoritarios al resultado de las elecciones. Es así que la
propia Hillary Clinton se perdió de ser presidenta
pese a que sacó más votos que su contrincante.
Pero cuando un sistema depende
sólo de la palabra empeñada, cualquier deslealtad puede derrumbarlo. Es lo que
hizo Trump cuando nunca dejó de machacar sobre lo fraudulento de una elección
aún meses antes de llevarse adelante los comicios. Es que el presidente
saliente veía licuarse su popularidad junto al crecimiento y al descontrol del
coronavirus, que arrasó con su alta fama en poco
tiempo. Los democrátas, que parecían en proceso de descomposición, se alinearon
tras la figura de Biden apenas olieron la posibilidad del triunfo. Lo demás es
historia conocida.
No será fácil la tarea de Biden. Asume con un país sumergido en la segunda ola de la pandemia, con grupos violentos activos y con un horizonte de salida de la crisis económica, todavía nublado. Se enfrentará ante un mundo que, si bien nunca dejará de respetar el poder militar de la principal potencia, ya percibe un progresivo debilitamiento. Biden será observado con lupa por propios y ajenos, en un futuro inmediato que se avizora marcado por la incertidumbre.
Pablo Salcito
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