martes, 3 de julio de 2012

LA MASACRE DE LAS PALOMITAS


MERMORIA EN EL LUGAR
ESTACIÓN LAS PALOMITAS DEL FERROCARRIL

6 DE JULIO DE 1976
MASACRE DE “LAS PALOMITAS” (SALTA)

Un grupo de 11 detenidos políticos del ERP y de Montoneros (6 hombres y 5 mujeres), fueron sacados durante un apagón intencional del penal de Villa Las Rosas y trasladados en un camión hasta un paraje conocido como “Las Palomitas”, a 30 km de la capital salteña, y asesinados a mansalva a un costado de la ruta 34.
Tal vez el más monstruoso crimen de la Dictadura Cívico Militar, fue rigurosamente planificado por el Tercer Cuerpo de Ejército a cargo de Luciano Benjamín Menéndez y ejecutado por el Jefe de la guarnición Salta, Carlos Mulhall.
Recién 30 años después comenzó a hacerse justicia. Ambos, más otros implicados en el crimen están hoy condenados por esos actos aberrantes.


LOS ONCE FUSILADOS EN “LAS PALOMITAS”

- Roberto Simón Sabransky: médico, militante de Montoneros, detenido el 17 de febrero de 1975.
- María Amaru Luque de Usinger: detenida en el Hotel Provincial.
- Rodolfo Pedro Usinger: ingeniero electrónico, militante de Montoneros, detenido en mayo de en el año 1975.
- Evangelina Botta de Nicolay: psicóloga, enrolada en el ERP, detenida en junio de 1976.
- Georgina Graciela Droz: docente de la Universidad de Salta, militante de Montoneros, detenida en Tucumán.
- Roberto Luis Oglietti: integrante del Centro de Estudiantes de Ciencias Naturales.
- Pablo Eliseo Outes: era el último que había ingresado al penal tras su exilio en Venezuela. Se había entregado en noviembre de 1975, antes del golpe.
- Celia Raquel Leonard de Ávila: docente, enrolada en el ERP.
- Benjamín Leonardo Ávila: vendedor, enrolado en el ERP.
- María del Carmen Alonso de Fernández: arquitecta, militante del ERP., sobrina del médico y gobernador desaparecido de la Provincia de Salta, Miguel Ragone:  
- José Víctor Póvolo: ingeniero electrónico, militante montonero.


LOS HECHOS

Aquella mañana del 6 de julio de 1976, el Coronel Carlos Alberto Mulhall, jefe de la Guarnición Militar de Salta, cita a su despacho al director del Penal de Villa Las Rosas, Braulio Pérez, a fin de informarle que por la tarde de ese mismo día se efectuaría un procedimiento de traslado de presos.
A las 19.45 se presenta en el penal el capitán Hugo César Espeche, portando la orden escrita con el nombre de los once presos seleccionados para el traslado; debían salir solo con lo puesto, y el acto no debía asentarse en los libros de la penitenciaría.
Al propio tiempo se ordenó retirar al personal subalterno y oscurecer el sector del penal en que se encontraban los presos; solamente actuarían los guardias afectados al operativo, los que debieron hacerlo sin insignias, y esperaron la entrega de los presos fuera del penal en la más completa oscuridad, provistos de linternas.
El único documento escrito que se conservó fue la orden de Mulhall, que resultó determinante al momento de la investigación. Las demás órdenes verbales fueron corroboradas en la causa por la celadora del penal, Juana Emilia Martínez de Gómez y por el oficial del Servicio Penitenciario Provincial, Juan Carlos Alzugaray.
El siniestro operativo estuvo diseñado minuciosamente por el titular del Tercer Cuerpo de Ejército, general Luciano Benjamín Menéndez, el mismo que estuvo encargado de dirigir las acciones de las Fuerzas Armadas contra la guerrilla en diez provincias argentinas (décadas de 1960 y 1970). La acción fue ejecutada por el nombrado Carlos Alberto Mulhall, con la participación de los mayores Joaquín Cornejo Alemán, Héctor Ríos Ereñú y Juan Carlos Grande, y del capitán Hugo César Espeche, a cargo de la logística. Además contó con la necesaria participación de la policía provincial, que liberó la zona y robó los coches, que aparecerían luego baleados e incendiados en el lugar de los hechos.
Los once sentenciados fueron cargados en un camión que se dirigió hasta el paraje Las Palomitas. Allí se los obligó a descender para luego ser alineados a lo largo de un alambrado al costado de la ruta, y ejecutados a mansalva desde corta distancia.
El cadáver de Leonardo Ávila muestra un disparo en el mentón y tres en la nuca. A Outes lo ejecutaron con una Itaka a menos de un metro, lo que impidió que se esparcieran las municiones, que quedaron todas en su cuerpo.
La saña fue tal, que estando las víctimas ya en el suelo, los militares vaciaron sus armas sobre los cuerpos inertes. Uno del grupo que intentó en vano escapar fue rápidamente rematado. Los cadáveres de Droz y Botta sufrieron una crueldad adicional, ya que fueron dinamitados en el interior de uno de los coches del operativo.
Tras la matanza, los militares efectuaron un macabro reparto de cadáveres en las provincias de La Pampa, Tucumán y Jujuy, para luego dedicarse a borrar las evidencias en Las Palomitas, pergeñando a su vez una serie de maniobras que distorsionaban lo ocurrido.
Esta matanza se inscribió como parte del plan premeditado de aniquilamiento diseñado antes del golpe. En esta oportunidad no se blanquearían las detenciones, sino que se harían en procedimientos nocturnos a manos de los llamados grupos de tareas. Serían recluidos en mazmorras clandestinas, donde luego de severas torturas para arrancarles confesiones, serían muertos y quemados, o drogados y arrojados al mar desde aviones militares.

LA CARTA DE GRACIELA LÓPEZ

Sobreviviente de aquel penal y exiliada en México, escribió:

“Quiero compartir con ustedes el volver a sentir el vacío que la tragedia ha dejado en nuestras vidas: la masacre de Palomitas con nuestras ex compañeras de prisión en Salta.
Treinta años, sí 30, ese es el tiempo que ha transcurrido desde aquella noche de invierno en que sacaron a nuestras compañeras del pabellón donde yo estaba con ellas.
Esa imagen recortada que conservo, donde primero escuchamos el pisar fuerte de abotinados, luego el ruido metálico de cadenas o esposas y las voces duras que gritaron uno a uno el nombre de nuestras compañeras, y ellas, en medio del silencio que anticipaba la tragedia, salieron preguntando adónde iban.
Así, con lo que llevaban puesto dentro del pabellón, sin más abrigo para protegerse del frío exterior, desaparecieron ante nuestras miradas impotentes y nuestras preguntas, que quedaron sin respuesta ¿A dónde las llevan? ¿Por qué se las llevan? ¿Cuándo regresan?
Traslado… traslado… traslado fue lo que escuchamos al día siguiente.
Todas, absolutamente todas, sabíamos lo que eso quería decir: MUERTE.
Había dentro del penal algunos empleados sensibles, gente que aún no se había deshumanizado y que no querían avalar el crimen. Ellos rompieron el silencio. Conocimos detalles, de cómo los sacaron, de cómo los obligaron a salir del vehículo para simular un intento de fuga, de cómo fueron cayendo uno a uno entre ráfagas de ametralladoras que rompían el silencio de la noche.
Hasta me describieron cómo mi querida amiga y compañera Georgina cayó sobre un alambrado… allí quedó hasta que desaparecieron su cuerpo para nunca entregarlo a su familia. ¿Dónde quedaron tus huesos Georgi? Porque tu corazón sigue latiendo con el nuestro. Y así latirán por siempre esos 12 corazones en nosotros que tuvimos el privilegio de compartir los últimos meses y días de sus vidas. Y también latirán en sus hijos y en los hijos de los hijos. No latirán para atizar la hoguera de la venganza sino para buscar justicia y para perpetuar los ideales que ellos encarnaban.”

LOS CERTIFICADOS DE DEFUNCIÓN

Los escasos certificados de defunción solicitados por los familiares de los muertos fueron firmados por Quintín Orué, un supuesto profesional médico; luego se comprobó que no existía nadie con ese nombre en los registros de medicina. Por ejemplo, en el extendido a nombre de Celia Leonard de Ávila, figuraba por error Nora. Cuando los familiares entrevistaron al mencionado Orué para señalar el error, éste actuó con presteza, rompió el que tenían los deudos e inmediatamente extendió otro, sin constatación alguna.
Como aún persistían lugares en blanco y la familia no pudo hallar más a Orué, recurrió al Registro Civil, y cuando el Director requirió informes a la guarnición militar, recibió como respuesta: “se trata de un secreto militar”.

LAS CONDENAS A LOS GENOCIDAS

Finalmente y gracias a la derogación de las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida, aquellos crímenes, calificados como de “lesa humanidad”, comenzaron a juzgarse. El fuero salteño a cargo del Dr. Carlos Olivera Pastor, condenó al ex coronel Carlos Alberto Mulhall a la pena de reclusión perpetua e inhabilitación absoluta por el término de la condena, al encontrarlo penalmente responsable del delito de homicidio de las 11 víctimas doblemente calificado por alevosía y con el concurso premeditado de dos o más personas, y en calidad de autor mediato.
Al teniente Miguel Raúl Gentil jefe de Policía de Salta y al ex capitán Hugo César Espeche se los condenó a la pena de reclusión perpetua e inhabilitación absoluta, con su inmediata detención.

OTROS CASOS DE MASACRES HISTÓRICAS DURANTE LA ÚLTIMA DICTADURA CÍVICO MILITAR, PARA NO OLVIDAR:
4 de julio de 1976: La Masacre de San Patricio.
27 de julio de 1976: La noche del Apagón de Ledesma.
28 de agosto de 1976: La Masacre de Fátima.
16 de septiembre de 1976: La Noche de los Lápices.
17 de octubre de 1976: La Masacre de los Surgentes.
13 de diciembre de 1976: La Masacre de Margarita Belén.
6 al 8 de julio de 1977: La noche de las Corbatas.

Miguel Eugenio Germino

Fuentes:
-http://hijossalta.blogspot.com.ar/2010/01/masacre-de-palomitas_25.html
- http://colectivoepprosario.blogspot.com.ar/2010/12/salta-masacre-de-
 palomitas-condena.html

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