domingo, 27 de julio de 2014

1952 - EVITA - 2014


Argentina · Abanderada de los humildes


A 62 años de la muerte de Eva Perón: legado, obra y militancia


 

Diario Jornada | Sabado, 26 de Julio de 2014 : 15:57



Abatida por la enfermedad, muere a los 33 años Eva Perón, arquetipo de la mística militante del peronismo, activa impulsora y celosa guardiana de la revolución justicialista.





Esposa, amiga y compañera de Juan Domingo Perón, fundadora del Movimiento Peronista Femenino, activa impulsora del voto femenino y la igualdad de la mujer, creó la Fundación Eva Perón al frente de la cual llevó a cabo una trascendental e inusitada obra de reparación social y al servicio de la cual agotó hasta sus últimas energías.
Adorada y hasta idolatrada por los humildes y las clases trabajadoras, temida y odiada hasta la exasperación por los oportunistas y dueños de los privilegios, fue despedida por la expresión de dolor popular más multitudinaria y numerosa de la historia argentina.
Personalidad de relieve mundial y de permanente actualidad, fue autora de "La razón de mi vida", "Historia del peronismo" y diversos artículos periodísticos en los que reflejó su intenso compromiso en la lucha por la justicia social.
En su lecho de muerte alcanzó a dictar una suerte de testamento político que, publicado muy posteriormente gracias al historiador Fermín Chávez y luego por el editor y militante peronista Alberto Schprejer con el título de "Mi mensaje", fue sistemáticamente ignorado y silenciado debido a su manifiesto antagonismo con los poderes establecidos.
Los últimos días de Evita
Eva Perón supo despertar un fanatismo desenfrenado entre los humildes, que llegaba en ocasiones a la devoción más profunda. Quizá en la misma proporción, pero en sentido inverso, Evita fue el blanco de las peores reacciones de una buena parte de la sociedad argentina. Ella era intempestiva, pasional, luchadora, y los odios que generó fueron de igual intensidad. No sólo de las clases dominantes, de los vituperados “oligarcas”. También de amplios sectores medios e incluso de intelectuales de izquierda y progresistas. “Viva el cáncer”, llegó a leerse en algunos muros de la ciudad porteña. Milcíades Peña habló del “bonapartismo en faldas” y creyó a esta “artista de radioteatro y cine poco cotizada y muy de segundo plano” un producto de “las necesidades, ansiedades y fantasías de la gente pobre”.

Pero entonces, ¿por qué tanto odio? Nacida en Los Toldos, en el noroeste bonaerense, un 7 de mayo de 1919, Eva María Ibarguren, fue hija ilegítima del estanciero y conservador Juan Duarte y de la puestera Juana Ibarguren. Esa misma circunstancia le dio un primer motivo de lucha. Luego de la muerte de su padre, la familia se quedó sin sustento. Más tarde, se trasladaría a Junín, cuando Eva tenía ya 11 años, donde pronto descubriría su vocación de actriz.

Con 15 años, finalmente, llegó a la capital, para triunfar en la actuación. Era 1935, plena década infame y ola creciente de migrantes internos hacia Buenos Aires. Eva logró intervenir, aunque de forma secundaria, en importantes obras teatrales, siendo destacada por la prensa en algunas oportunidades. Películas, radioteatros, hasta tapas de revista, le permitieron crecer rápidamente en la dirección soñada. Por fin, también consiguió tener un buen pasar, lo que no le impidió iniciar su militancia social, participando de la creación del primer sindicato de trabajadores de radio.

Al poco tiempo, Eva conoció a Perón. Tenía 24 años y él, ya teniente general y hombre fundamental de la Revolución de 1943, casi 50. Vivían juntos cuando sucedió el 17 de octubre y de inmediato se casaron. Entonces sí, con Perón fortalecido en el poder estatal, Eva lo acompañó, logrando rápidamente un protagonismo central en la vida política argentina.

Los derechos políticos de las mujeres, la creación del Partido Peronista Femenino, la fundación de ayuda social, los estrechos vínculos con los sindicatos y una intransigente defensa de Perón frente a “oligarcas”, “cipayos” y el “imperialismo”, marcaron los más de seis años que la tuvieron en la primera escena nacional.

Evita falleció por un cáncer de cuello uterino, el 26 de julio de 1952. Con tan sólo 33 años, se había convertido en la mujer más influyente del país. Su cuerpo, llorado durante días por una multitud, también fue robado, ultrajado y ocultado, durante casi dos décadas.

¿Por qué esta joven mujer se había ganado el odio de un importante sector de la sociedad? Hace unos años, Eduardo Galeano ensayó una respuesta: “La odiaban los biencomidos: por pobre, por mujer, por insolente. Ella los desafiaba  hablando y los ofendía viviendo. Nacida para sirvienta (...) Evita se había salido de su lugar”.
En esta oportunidad, la recordamos con un fragmento del libro Evita. Jirones de su vida, de Felipe Pigna, donde el autor repasa los últimos momentos en la vida de Eva Perón.

Fuente: Felipe Pigna, Evita. Jirones de su vida, Buenos Aires, Planeta, 2012, págs. 318-325.

En el país, dividido entre peronistas y “contreras”, la idea de que el fin de Evita estaba cercano iba ganando terreno, aunque no se publicaran noticias inquietantes sobre su salud. Una expresión de esto era lo que Atilio Renzi, con disgusto, llamaba “una verdadera competencia entre altos funcionarios para congraciarse con la enferma”. Los artículos que publicaba el diario Democracia eran cada vez más laudatorios, al igual que los comentarios de la prensa peronista sobre La razón de mi vida. El 25 de junio, el gobierno bonaerense estableció que el libro fuese texto oficial de las escuelas, en la materia Educación Cívica. El 17 de julio, una ley del Congreso lo convirtió en texto obligatorio en todos los establecimientos de enseñanza dependientes del Estado nacional.

En esos meses, bustos de Evita comenzaron a adornar reparticiones públicas. Anticipándose a lo que ocurriría después con La Plata, la ciudad de Quilmes adoptó un nuevo nombre: Eva Perón. A mediados de junio, el diputado Héctor Cámpora presentó un proyecto de ley para condecorar a Evita con el collar de la Orden del Libertador General San Martín, que fue aprobado dos días después.

Pero entre sus descamisados, en lugar de homenajes, había un fervor religioso que rogaba por su restablecimiento. Altares y capillas improvisadas se levantaban en todo el país para rezar por su salud. Atilio Renzi, testigo de primera mano de esos días, recordaba:
Cuando la señora se empeoró, muchos viajaron al interior en busca de manosantas, brujas y hechiceros. Llegaba gente desde muy lejos para rezar en los jardines de la residencia. A la custodia le enviaban permanentemente para su archivo, amuletos, piedras milagrosas y estampitas con propiedades curativas… Era gente del pueblo. Algo de no creer. Se evitó siempre decir que Evita estaba muy mal, para no traer inquietud a la gente. Se trataba de evitar las aglomeraciones frente a las verjas de la residencia. Muchas personas tenían ataques de desesperación y de locura. Era algo impresionante. El día que fue el padre Benítez a darle la extremaunción, en plena lluvia, la gente se arrodillaba a rezar en la calle. Hasta las habitaciones llegaba el murmullo de las oraciones. Yo pensaba que muchos se iban a agarrar una pulmonía.


El 20 de julio, la CGT se hizo eco de lo que venía ocurriendo y organizó una misa en el Obelisco. La concurrencia, estimada en un millón de personas, se congregó bajo una llovizna fría en torno a un gran altar levantado para la ocasión, donde ofició el sacerdote y diputado peronista Virgilio Filippo. El confesor de Eva, el padre Benítez, tenía una difícil misión en el transcurso de esa misa. A Perón, que “tenía la obsesión de que Evita iba a morir en ese momento”, se le ocurrió poner un teléfono directo hasta la cabina donde yo estaba, que era un enredijo de cables y chispas. Habíamos quedado en que si él me llamaba, era porque había muerto, para que yo preparase a la gente y dijese claramente: “Ha muerto Eva Perón”. Yo temblaba de tener que decir eso. De repente, suena el teléfono. Se me escapó: “Murió”. Era el General y me dice: “Ella ha querido oír la misa. Está muy bien. Pero el que está mal soy yo, estoy llorando de emoción. Quisiera morirme antes que ella”.

Un ambiente de desolación y tristeza comenzaba a invadir los barrios populares, mientras manos anónimas pintaban sobre una pared “Viva el cáncer”. Eran manos que venían de otros barrios donde le deseaban larga vida al cáncer y corta vida a su odiada enemiga.

Fuente: El Historiador: Los últimos días de Evita, por Felipe Pigna





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