viernes, 29 de julio de 2022

DOS ANÉCDOTAS DEL ABASTO


                                LECHE A DOMICILIO: AL PIE DE LA VACA



Anécdotas del Abasto

 

“Miguelito del Tambo”, por Enrique G. Santirso

 

Miguel Azaro, “Miguelito del Tambo”, como lo llamábamos nosotros, por el simple hecho de que habitaba el viejo tambo de la calle Zelaya, entre Jean Jaurés y Anchorena, que había sido de sus padres. Tenía dos hermanos; del mayor se sabía poco, apenas lo veíamos y eso solo por las noches, de día no salía a la calle.

El siguiente, Juancito, era un personaje por demás interesante, una curiosísima simbiosis de niño-hombre; como chico, alegre, juguetón, ingenioso. Bromista incansable. Como hombre era un taura (guapo, valentón, bravucón), temible con el cuchillo, susceptible, siempre dispuesto a jugarse la vida por una pavada.

Miguelito en cambio, era muy distinto a sus hermanos: afable, contemporizador. Jamás lo vi trenzarse en una de esas riñas callejeras en las que todos, quien más, quien menos, entrábamos.

Dotado de una fina sensibilidad, amaba la vida y la amistad. Podría decirse que soñaba con evadirse del sórdido lugar donde había nacido y alcanzar el Edén prohibido. Dios, la casualidad o el destino, vaya uno a saber quién, lo había hecho nacer en la más absoluta pobreza, pero al mismo tiempo lo había dotado de uno de los dones más envidiables: el amar, sentir hondamente y poder expresar esas emociones a través de un órgano vocal incomparable.

Podía hacer gozar, sufrir, reír o llorar a su apasionado auditorio, porque él mismo gozaba, sufría, reía o lloraba, cuando nos extasiaba con su canto inolvidable.

La muerte de su ídolo, Carlos Gardel en 1935 lo derrumbó. De ahí en adelante fue una nave al garete, sin timón ni chance de llegar a puerto.

Una mujer que lo amaba le brindó techo, ternura y comprensión. Pero ya no era el mismo. El tabaco y el alcohol habían destruido esa maravilla vocal.

Cuando murió Miguel Azaro, “Miguelito el cantor”, había desaparecido mucho antes.

 


 

La Garúa que nació en el Abasto, por Ricardo Perrone

 

La pluma de Enrique Cadícamo y la música de Aníbal Troilo se congregaron para dar vida a ese hermoso tango que, como el propio Pichuco, nació en el Abasto.

Entre las tantas amistades de aquel “gordo” que hizo hablar al bandoneón, se destacaban en el rioba las de Tito Matarazzo, el Negro Acosta, el Gallito César y un enfermero del Hospital Fernández, conocido con el apodo de “Campana” o “Campanita”.

En la década del 30, Campanita se había ganado en la barra meritorios lauros por su filantrópica dedicación de asistir a la gente humilde de la barriada –que era numerosa– con muestras gratis de medicamentos, al punto que se hizo acreedor al alias de “Médico de los pobres”.

Campanita, vaya a saber de buena tinta por qué razón, se entregó al alcohol y cayó en una situación de no retorno. Sufrió en carne propia el hielo de una fría garúa en pleno invierno, y rodó “como un descarte, siempre solo, siempre aparte” en una de aquellas salas del Hospital Fernández, en el mismo hospital en el que trabajó ayudando a salvar tantas vidas como auxiliar de enfermería.

Olvidado hasta por su propia esposa, la hermosa mujer que le dio dos hijas, por entonces adolescentes. Solitario y abandonado, “perdido como un duende”, “pensando siempre en lo mismo”, tal vez en su mujer que lo abandonó… “porque aquella con su olvido / hoy le ha abierto una gotera”…, en sus hijas, en su vida de enfermero de otras épocas…

Llega así al final de sus días sin que nadie lo vea… “cruzar por la esquina / sobre la calle, la hilera de focos / lustra el asfalto la luz mortecina”… Una de las tantas esquinas que tantas veces cruzó para ayudar a los necesitados del barrio, sin encontrar quien pudiera ayudarlo en su caída.

El barrio se conmovió con la noticia de su muerte allá por el año 1942.

Así, por iniciativa de Pichuco, Enrique Cadícamo le pone letra al drama del amigo que no olvidó. Él compondrá la música y el tano Fiorentino conmocionará con su voz la noche del estreno el 4 de agosto de 1943, en el Tibidabo.

Había nacido el tango Garúa:

 

“…Solo y triste por la acera

va este corazón transido

con tristeza de tapera.

Sintiendo tu hielo,

porque aquella, con su olvido,

hoy le ha abierto una gotera…”




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