martes, 5 de julio de 2011

FERIAS FRANCAS

Feria de Cordoba y Callao

Feria del Pasaje hoy Discépolo


FERIAS FRANCAS ITINERANTES DE BALVANERA Y ALMAGRO

LOS ORÍGENES

¿Quién no recuerda –de entre aquellos que peinan canas o que ya no usan peine--> haber estado en su infancia en una bulliciosa feria franca?

El abastecimiento popular de artículos de primera necesidad en Buenos Aires tuvo, a través de los tiempos, sucesivas transformaciones. Desde los primeros grandes mercados, como el Spinetto de Pichincha y Alsina; el Rivadavia, de Rivadavia y Azcuénaga; el Abasto de Corrientes y Anchorena, hasta las pintorescas ferias francas a cielo abierto, luego las “ferias internadas”, para llegar por último a los supermercados.

Es natural en el hombre buscar siempre los canales más sencillos y directos para aprovisionarse, el ingenio mercantilista por su parte, procuró concentrar y brindar la más variada exposición de productos. De ahí, esta típica modalidad de ferias, que en Buenos Aires fue efectiva durante más de 60 años. Inclusive durante la Colonia se podía ver en la mismísima Plaza del Fuerte (hoy Plaza de Mayo) la venta popular de productos frescos al aire libre. Tal modalidad era complementada con la venta a caballo que cargaba dos alforjas repletas de productos, más tarde con carros tirados también por un caballo o empujados por los vendedores mismos. Otra forma de venta callejera era la domiciliaria, como el lechero, el verdulero, el pescador, que llevaba la mercancía en dos grandes canastos enfriados con hielo, colgando en los extremos de un gran palo que cruzaba sobre los hombros. Singular era el lechero, con las vacas arreadas por las calles y el ordeñe directo en el momento de la venta.

El origen de la feria se remonta a la baja Edad Media cuando en Europa, bajo una coyuntura expansiva del feudalismo y del comercio de larga distancia, ésta se establecía en las ciudades. Entonces se organizaban varios días continuos de venta, o en ocasión de las grandes festividades religiosas o eventos trascendentes típicos de la época.

LAS FERIAS FRANCAS ITINERANTES BARRIALES

Los barrios porteños se vestían de feria dos veces a la semana por las mañanas, a partir de la intendencia de Joaquín S. de Anchorena en 1910. Fue entonces cuando surgió esta pintoresca modalidad de feria a cielo abierto, en calles escasamente transitadas, por lo general en pasajes y cortadas. Era un escenario cuasi circense lleno de colorido, olor, sabor, ruidos, silbidos, canturreos y voces de diversos dialectos italianos, matizados con el chapurreo de un castellano elemental.

Todo comenzaba en la noche de la víspera cuando llegaban al lugar uno o varios carros, y más tarde viejos camiones. Descargaban armazones de hierro pintados de blanco, con los que se levantaban los puestos individuales, unos 30 por cuadra. Había ferias de una o dos cuadras, según la población del lugar.

El vecindario ya conocía el característico ruido: un disonante concierto de metales chocándose anunciaban la inminencia de la feria. Allí quedaban por la noche las figuras esqueléticas de los puestos pelados, alineados a lo largo de la calle y que se hacían más notorios a la luz de la luna y de la tenue bujía del alumbrado público.

A las cuatro o cinco de la mañana ya arribaban los primeros feriantes (nombre genérico de los comerciantes agrupados), que completaban la escenografía coronando los puestos con los techos de lonas, humilde protección contra el sol y la lluvia. Ya estaban listos para acomodar prolijamente la colorida y fragante mercancía.

Alrededor de las 7 de la mañana se los veía ataviados con sus prolijos delantales blancos provistos de un gran bolsillo central tipo canguro donde guardaban los billetes, y cubiertas sus cabezas con gorros impecables. Así recibían la llegada de las primeras amas de casa, con sus bolsas de feria, las doñas, al decir respetuoso de los don Antonio, Juan o Francisco, el verdulero o el carnicero.

Se completaba de esta forma el hechizo que animaba dos días a la semana la tranquila cuadra en la que se instalaba la feria. Montañas de frutas y verduras, carnes y pollos, gigantescas sandías y zapallos, quesos, fiambres, artículos de limpieza, junto a ropa femenina, se ofrecía a precios acomodados gracias a las rebajas en los impuestos que recibía esta informal venta callejera. Se podía escuchar el regateo de la vecina y la acostumbrada “yapa” con que el comerciante conformaba a la clientela más exigente, en la vibrante relación comprador - vendedor. Tampoco faltaba la presencia del “puntilloso” Inspector de Feria, para quien los puesteros hacían la consabida “vaquita” de mercaderías, a fin de hacer “la vista gorda” para con algunas contravenciones menores, llevándose distraídamente la canasta al retirarse. Así transcurrían las cinco o seis horas que duraba cada jornada.

Después de cada día, de nuevo aparecían los carros y camiones para cargar la mercadería sobrante y retirar la basura. Seguía entonces el desarmado de los puestos, y luego el lavado de las veredas y aceras, con una manguera de fuerte presión conectada a la boca de incendios… ¡y todo quedaba limpio como al comenzar la jornada!

Así se marchaba la feria, que como el circo continuaría al día siguiente en otro sector del barrio. Cada feria tenía asignados dos lugares más o menos equidistantes, martes y viernes en un lugar; miércoles y sábados en otro, los lunes eran feriados.

EL DESPUÉS

Con el tiempo, hacia 1976 y con la dictadura militar, unas fueron internadas y otras desaparecieron, desplazadas por el incipiente supermercadismo que se expandía en detrimento de aquéllas.

Había llegado la época de las tarjetas de plástico y las ventas telefónicas; ya nada sería igual, se había perdido el colorido de las ferias como una forma de comercialización y de convivencia.

El habitante de la ciudad ha pasado a ser, cada vez más, un engranaje del moderno sistema globalizado que todo lo digita desde los grandes centros de poder; una brizna de paja al viento, una frágil moneda de cambio inmersa en la urbe que todo lo traga. Las calles se llenan de gente apurada que se atropella y se empuja, que lucha en colectivos y subtes para llegar primero quién sabe a dónde.

Sin embargo una réplica moderna de las clásicas ferias renacería a partir del año 2002 bajo una modalidad parecida: una especie de tren de abastecimiento con acoplados provistos de estanterías y heladeras, como carromatos circenses, que se instalan frente a las escasas plazas del barrio.

Ahora funcionan sólo una vez a la semana frente a la única plaza del barrio, Plaza Almagro, de Sarmiento entre Salguero y Bulnes, y dos veces a la semana –los martes y domingos– frente al Parque Centenario. Aunque ya nada será igual –acaso parecido– podrá haber allí algunos matices de aquellas ferias que arrancaron por 1910, y que hoy los más jóvenes solamente podrán conocerlas mediante fotografías.

Miguel Eugenio Germino

FUENTES

-Makarus, Sameer, Buenos Aires, mi ciudad, Eudeba, 1963.

-http://www.ensaltelmo.com.ar/cultura/lugares/feriasitinerantes.htm

-http://conurbanos.blogspot.com/2010_01_01archive.html

--http://eneldesvandelamemoria.blogspot.com/2010/06/mercado-spinet…

--http://claramente.com.ar/59/feria.htm

--http://es.wikipedia.org/wiki/feria

--Periódico Primera Página, nº 25 de octubre de 1995.

NOMINA INCOMPLETA DE ANTIGUAS FERIAS DE BALVANERA Y ALMAGRO

--Bustamante entre Díaz Vélez y Cangallo (posteriormente internada en Valentín Gómez

y Salguero).

--Matheu entre Chile y México.

--Potosí entre Salguero y Bulnes.

--Valentín Gómez entre Castelli y Paso (posteriormente internada en Pueyrredón y

Sarmiento).

--Avenida Córdoba, entre Callao y Rodríguez Peña

--Pasaje Rauch (hoy Enrique Santos Discépolo) entre Callao y Corrientes.

--Rocamora entre Medrano y Francisco Acuña de Figueroa.

No hay comentarios: