miércoles, 26 de julio de 2023

26 DE JULIO DE 1952 MUERE EVITA



EL 26 DE JUNIO DE 1952, A LOS 33 AÑOS  MUERE EVA PERÓN, MAS RECONICIDA POR SU PUEBLO COMO EVITA


ESCRIBÍA EDUARDO GALEANO:


¡Viva el cáncer!, escribió alguna mano enemiga
en un muro de Buenos Aires.

La odiaban, la odian los biencomidos: por pobre, por mujer, por insolente.
Ella los desafía hablando y los ofendía viviendo.
Nacida para sirvienta, o a lo sumo para actriz de melodramas baratos. Evita se había salido de su lugar.
La querían, la quieren los malqueridos;
por su boca ellos decían y maldecían.
Además Evita era el hada rubia que abrazaba al leproso y al haraposo y daba paz al desesperado, el incesante manantial que prodigaba empleos y colchones, zapatos y máquinas de coser, dentaduras postizas,
ajuares de novia.
Los míseros recibían estas caridades desde al lado, no desde arriba, aunque Evita luciera joyas despampanantes y en pleno verano ostentara abrigos de visón. No es que le perdonaran el lujo: se lo celebraban. No se sentía el pueblo humillado sino vengado por sus atavíos de reina.
Ante el cuerpo de Evita, rodeado de claveles blancos desfila el pueblo llorando. Día tras día, noche tras noche, la hilera de antorchas: una caravana de dos semanas de largo. Suspiran aliviados los usureros, los mercaderes, los señores de la tierra.
Muerta Evita, el presidente Perón es un cuchillo sin filo.


TRAS EL SECUESTRO DE SU CADAVER QUE DESCANSABA EN LA CGT EN NOVIEMBRE DE 1955, SE DESATÓ EL ODIO CONTRA LA LIDER POPULAR 


Producido el golpe de 1955,  los militares propusieron “arrojar el cadáver de Evita al mar desde un avión de la Marina o incinerarlo, pero finalmente se decidió que, ante todo, debía sacársela de la CGT para evitar que el edificio de la calle Azopardo se transformara en un lugar de culto y por lo tanto de reunión de sus fervientes partidarios. Como se le escuchó decir al subsecretario de Trabajo del gobierno golpista: “Mi problema no son los obreros. Mi problema es ‘eso’ que está en el segundo piso de la CGT”.

Ese componente enloquecedor del cuerpo de Eva Perón del que ese funcionario hace mención, y al que el escritor hace referencia en la novela, partió también de fatales situaciones de la realidad.

El secuestro del cadáver se realizó el 22 de noviembre de 1955, pero lejos de ser sepultado en forma clandestina como ordenaban los jefes de la Libertadora, Moori Koenig, que sentía “un particular odio por Evita”, desobedeció las órdenes del presidente Aramburu y sometió el cuerpo a insólitos paseos por la ciudad de Buenos Aires en una furgoneta de florería, recuerda Pigna. “Intentó depositarlo en una unidad de la Marina y finalmente lo dejó en el altillo de la casa de su compañero y confidente, el mayor Arandía. A pesar del hermetismo de la operación, la resistencia peronista parecía seguir la pista del cadáver y por donde pasaba, a las pocas horas aparecían velas y flores. La paranoia no dejaba dormir al mayor Arandía. Una noche, escuchó ruidos en su casa de la avenida General Paz al 500 y, creyendo que se trataba de un comando peronista que venía a rescatar a su abanderada, tomó su 9 milímetros y vació el cargador sobre un bulto que se movía en la oscuridad: era su mujer embarazada, quien cayó muerta en el acto”.

Luego de este hecho, Moori Koenig fue relevado de su cargo y Aramburu decidió el llamado “Operativo Traslado” en el que intervino el teniente coronel Alejandro Lanusse, y que consistió en el traslado del cuerpo a Italia para enterrarlo en un cementerio de Milán con el nombre falso de María Maggi de Magistris.

En 1970 Aramburu, secuestrado por Montoneros, se declaró responsable de la profanación del cuerpo de Evita y un año después, durante la presidencia de Lanusse y en plena formación del Gran Acuerdo Nacional, como gesto de reconocimiento, devolvió el cuerpo a Perón en su residencia española de Puerta de Hierro.

El cuerpo de Evita regresó finalmente al país el 17 de noviembre de 1974 y fue depositado junto al de Perón en una cripta diseñada especialmente en la Quinta de Olivos para que el público pudiera visitarla. Tras el golpe de marzo de 1976, los jerarcas de la dictadura accedieron al pedido de las hermanas de Eva y trasladaron los restos a la bóveda de la familia Duarte en la Recoleta.

Fuente: Felipe Pigna


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