martes, 19 de junio de 2018

MANUEL BELGRANO Y "EL DÍA DE LA BANDERA"

MANUEL BELGRANO Y LA BANDERA NACIONAL





QUE SE CONMEMORA EL 20 DE JUNIO


 Se memora el Día de la Bandera Nacional,  día del fallecimiento del prócer Manuel Belgrano, en 1820.



Decía Manuel Belgrano en su autobiografía: “Nada importa saber o no la vida de cierta clase de hombres que todos sus trabajos y afanes los han contraído a sí mismos, y ni un solo instante han concedido a los demás; pero la de los hombres públicos, sea cual fuere, debe siempre presentarse, o para que sirva de ejemplo que se imite, o de una lección que retraiga de incidir en sus defectos. Se ha dicho, y dicho muy bien, que el estudio de lo pasado enseña cómo debe manejarse el hombre en lo presente y porvenir; porque desengañémonos, la base de nuestras operaciones siempre es la misma, aunque las circunstancias alguna vez la desfiguren”.
Como ocurrió con San Martín, la historia oficial encontró en el homenaje formal de los monumentos, las calles y avenidas, la forma de ignorar a este hombre que no tiene su día en el calendario oficial. El día de su muerte fue instituido como el Día de la Bandera, símbolo no muy tenido en cuenta por los argentinos más allá de los festejos deportivos. Estamos a tiempo de corregir la cuestión. Podríamos, por ejemplo, modificar la fecha de celebración del día de la industria –que hasta hoy recuerda “la primera exportación argentina al exterior el 2 de septiembre de 1587” y que en realidad se trató de un hecho de contrabando concretado por el obispo Francisco de Vitoria–, por el 3 de junio, día del nacimiento del primer promotor de la industria nacional, Manuel Belgrano.
Este joven miembro de una de las familias “más acomodadas” de Buenos Aires, bien pudo haber utilizado su título de abogado obtenido en España para tener un buen pasar en Europa o para continuar con los negocios familiares en Buenos Aires, pero decidió ponerse a disposición del cambio de las injustas condiciones de vida, de la modernización de la economía, del impulso de las nuevas ideas en la industria en su tierra, que por entonces estaba muy lejos de constituirse en una nación. Lo hizo en medio de un régimen colonial que iba en exacto sentido inverso a sus intenciones. Pero ese enorme obstáculo, lejos de desanimarlo, pareció estimularlo a dejarnos un plan de gobierno en sus Memorias del Consulado. Allí se ocupó de los temas que deberían ocupar a un verdadero estadista: la agricultura, la ganadería, la situación de los campesinos, las vías de comunicación, las razas ovinas y bovinas más convenientes para nuestro campo, la introducción de nuevos cultivos, el fomento permanente de la industria y sobre todo de la educación, a la que entendía como necesariamente gratuita y obligatoria en igualdad de condiciones para niños y niñas, hombres y mujeres.
Belgrano fue el primero en preocuparse por la ecología en estas tierras criticando duramente el monocultivo, proponiendo la rotación de los cultivos y la obligación de plantar dos árboles por cada uno derribado. Fue pionero de nuestro periodismo. Comprendiendo claramente la función didáctica y transformadora de la prensa, participó activamente en el Telégrafo Mercantil, el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio y el Correo de Comercio.
Fue el único funcionario colonial que se negó a prestar juramento a “Su graciosa Majestad” durante las invasiones inglesas y partió a Montevideo a incorporarse a las tropas de Liniers que preparaban la reconquista. Tuvo un rol protagónico en las acciones político-militares que conducirán a la Revolución de Mayo, en las que tuvo el honor de presentarle al virrey el ultimátum que decidirá su renuncia.
Como vocal de la Primera Junta apoyará las ideas innovadoras de Moreno, pero deberá marchar hacia su primera “misión imposible” al Paraguay, en el transcurso de la cual dictará el “Reglamento para los pueblos de las Misiones”, uno de los documentos jurídicos más modernos y revolucionarios de nuestra historia, en el que por primera vez quedan claramente explicitados y garantizados los derechos de los pueblos originarios. Seguirán su instalación de las baterías Libertad e Independencia en las costas del Paraná, y sí, su creación de la escarapela y la bandera; su durísima campaña en el Norte, el glorioso éxodo del pueblo jujeño y las victorias de Tucumán y Salta. Los que exaltan la falta de conocimientos y pericia militar de Belgrano, siempre admitida por él, prefieren destacar sus derrotas en Vilcapugio y Ayohuma.
En su misión diplomática a Londres, Belgrano no dejará de señalar los manejos turbios de Manuel de Sarratea y de responsabilizar a Rivadavia por el rumbo dado a las tratativas. Planteó, contra la opinión de los “doctores de Buenos Aires”, el proyecto de una monarquía constitucional al frente de la cual se imaginaba a un inca. No alcanzaron los calificativos para denostarlo, pero mantuvo su posición, con el apoyo de Güemes y de San Martín, hasta las últimas circunstancias. Tuvo que volver a hacerse cargo del nuevamente destrozado Ejército Auxiliar del Perú, más conocido como Ejército del Norte, y participar en la guerra civil. Su salud completamente deteriorada lo obligó a retirarse en medio de enormes diferencias con el decadente Directorio. Por todo esto, pienso que Belgrano debería ser considerado el hombre del Bicentenario.
La historia que durante mucho tiempo tuvo el monopolio de la formación de nuestros niños y jóvenes, fue instalando la didáctica de la pobreza, haciendo gala del ejemplo para las futuras generaciones que implicaba la muerte de Belgrano en la más absoluta miseria. Según sus leyes de la obediencia y el ejemplo, no hay nada mejor para los demás que morir pobres. Aprender a morir como se nace, sin disputarles los ataúdes de roble, los herrajes de oro, las necrológicas de pago y las exclusivas parcelas en los cementerios privados, es para ellos una virtud a inculcar. Claro que omiten decir que Belgrano nació rico y que invirtió todo su capital económico y humano en la revolución; que Belgrano no se resignó a morir pobre y reclamó hasta los últimos días de su vida lo que le correspondía: los 13.000 pesos de sus sueldos atrasados, y que se aplicaran a los fines establecidos los 40.000 pesos oro que había donado para la construcción de escuelas. Tampoco nos recuerdan que Belgrano no se cansó de denunciarlos y no ahorró epítetos para con ellos. Ojalá las banderas de Belgrano, la honestidad, la coherencia, la humildad llena de dignidad flameen algún día como él lo hubiera soñado como lo expresó en sus últimas palabras: “Yo espero que los buenos ciudadanos de esta tierra trabajarán para remediar sus desgracias. Ay, Patria mía”.

fuente.  Felipe Pigna: 







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