Encerrar al
abuelito. ¿Qué salió mal?
Por Antonio
Las Heras
Resultó
muy evidente que la intención inicial fue impedir la salida de sus hogares a
toda persona que hubiera cumplido 70 años. Los primeros comunicados del
Gobierno de la CABA no daban lugar a dudas: quien infringiera la disposición
sería llevado por la policía de regreso a su domicilio y si perseveraba en
dicha inconducta sería castigado con cierta cantidad de horas de trabajo
comunitario. Todo con el argumento de que se buscaba cuidar, proteger y evitar
perjuicios a los adultos mayores. A raíz de esto, las autoridades de la ciudad
tuvieron algo muy difícil de conseguir: lograron que las voces de todo el
espectro intelectual coincidieran en señalar lo equivocado de la medida. No
había apoyo para encerrar al abuelito. Ni siquiera el leve acompañamiento que
hizo el Presidente Alberto Fernández, pues sus declaraciones fueron en el
sentido de la necesidad de buscar todas las formas de ayudar y cuidar a los
mayores. En ningún momento señaló estar de acuerdo en buscar segregarlos o
encerrarlos en sus hogares.
Rápido
de reflejos – como debe ser todo político eficaz – Horacio Rodríguez Larreta
brindó todas las respuestas que le fueron posibles, insistiendo en que el único
fin perseguido era el de cuidar a las personas de esa edad. Volvió a confundir,
entonces, edad cronológica con edad biológica; es evidente que sus asesores no
le refirieron sobre esto. También buscó un golpe de efecto al repetir el dato
estadístico de que la mayor parte de quienes fallecieron por el CVID 19 en CABA
eran mayores de 70 años. Pues, entonces, me permito sugerir que vayan a los
datos estadísticos para informarse si ese porcentaje no es el habitual de
fallecidos aquí. Cualquier conocedor de estadísticas de mortalidad conoce que
entre el 70% y hasta el 90% de los fallecidos – según meses y épocas – son
personas de 70 años o más. Y el COVID 19 mantiene esa media. Al menos hasta el
momento.
Obvio
que le fue imposible explicar el alcance que daba al término “cuidar” cuando en
realidad la disposición exigía que la persona quedara a las ordenes de alguien
al que debía llamar por teléfono y que sería quien habría de resolver si estaba
autorizado o no a salir a la calle. Muy evidente, entonces, que ese
interlocutor desconocido se convertía en su tutor. Y aquí surge otro
interrogante más, ¿qué experticia tiene el que atiende del otro lado del 147
para determinar si una persona, que está normal mentalmente, en su sano juicio,
puede otorgársele o no la dispensa para la salida? ¿Quién es esa persona? ¿Cuál
es su preparación profesional y su experticia para tratar con personas mayores?
Otro
interrogante: ¿Cuáles son los nombres, apellidos y calificaciones profesionales
de quienes redactaron la disposición? Es evidente su desconocimiento en cuánto
hace a los aspectos biopsicosociales del adulto mayor. Por lo tanto deducimos
que no fueron ni médicos gerontólogos, ni psiquiatras especializados, ni
psicólogos de la tercera edad. ¿Quiénes fueron? Nos merecemos sus datos para
poder consultarles al respecto. Para que nos expliquen cosas como las
siguientes:
¿Tuvieron
en cuenta el estrés al que se somete a una persona obligándolo a llamar para
pedir autorización de salida cuál si fuera un delincuente? De nada vale decir,
que la propuesta gubernamental es otra. Aquí lo que cuenta es cómo ha de
percibirlo el afectado. Imagino a una persona que toda la vida se manejó según
su criterio, que de ahora en más tiene que irse a dormir pensando que – al otro
día – tendrá que llamar a un teléfono para que un desconocido le diga lo que
debe hacer. Un sometimiento. Una humillación. Una descalificación. Un maltrato.
Así es percibido.
¿Advirtieron
los redactores de esto el grado de nerviosismo y estrés que provocará – en la
persona de cualquier edad; pero mucho más en un adulto mayor – tener
consciencia de que en cualquier momento puede ser detenido en la vía pública,
delante de otras personas, por la policía para que exhiba su documento de
identidad y se compruebe si está autorizado a realizar esa salida? ¿Alguna idea
sobre cómo puede afectar emocionalmente eso? ¡Y, sin embargo, nos dicen que es
para cuidarlo!
Supongo
que el equipo interdisciplinario de profesionales que hizo tal norma también
pensó en que, interceptado en su paso y exigido que se identifique puede causar
en algunas personas un episodio cardíaco que termine – en el mejor de los casos
– con una internación, para no llegar a un infarto masivo que le cause la
muerte. Por que, además, dichos autores deben conocer que – a raíz de la
cuarentena – se han suspendido miles de consultas y estudios médicos, por lo
que no sólo los adultos mayores, sino la mayor parte de la población que lo
esté necesitando, no ha hecho ni las consultas ni los estudios necesarios. Lo
que agrava la situación.
Otra
de las cosas que salió mal fue la comunicación de la noticia por el gobierno de
CABA. También aquí parecen haber intervenido inexpertos. Al principio se hizo
más hincapié en la condición obligatoria y de exigencia con castigo punitivo
(las horas de trabajo comunitario) que en destacar los beneficios que el
gobierno planeaba darle al ciudadano; que en verdad los había. Lo que motivó la
inmediata reacción ya a media mañana del viernes, no sólo de quienes pertenecen
al grupo de los mayores de 70 años, sino de diversas personalidades rechazando
la norma. Cuando, finalmente, las autoridades comprendieron el error y buscaron
suavizar la situación, dieron a la información una forma comunicativa más adecuada.
Insistieron en señalar que sólo se trataba de ayudar a quien así lo requiriera.
Pero ya era tarde. No resultó creíble precisamente por que el rechazo ya estaba
instalado. En el nuevo discurso, se disolvió toda sanción. Con lo cual también
– en los hechos – se diluyó la normativa en sí misma.
Es
obvio que esta idea surgió entre gallos y medias noches, se desarrolló de
manera improvisada, no tuvo en cuenta ni las necesidades biopsicosociales de
los adultos mayores, ni los derechos constitucionales en general y jurídicos en
particular, ni la reacción que provocaría en un grupo humano que – al decir de
las encuestas – es votante de la alianza gobernante en CABA.
En
el capítulo “encerrar al abuelito” todo salió mal por que se hizo mal.
Si
sirvió como aprendizaje, tal vez haya sido un costo aceptable de pagar…
políticamente hablando.
Antonio
Las Heras es doctor en Psicología Social, magíster en Psicoanálisis, filósofo y
escritor. e mail: alasheras@hotmail.com
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