domingo, 2 de mayo de 2010

ANGEL CONTÓPULOS

La música nacional y popular en primer plano


En la adolescencia y ya recibido de Profesor de Danzas Folklóricas, Angel Contópulos asumió que su derrotero iba a ser la música. El destino lo fue llevando por ese camino: las coordenadas de tiempo y lugar se confabularon para que así fuera. Era la década del 60, pleno auge del folklore, cuando proliferaban los grupos del género, y este concertista de guitarra de Balvanera ingresó al Nacional de Morón, donde conoció a un compañero que se convertiría en un ícono de nuestra canción: Víctor Heredia. Juntos conformaron el trío Los Copleneros. “Fue mi primer trabajo musical. Yo cantaba y tocaba el bombo, y él, la guitarra. Duró un tiempo hasta que Víctor se retiró porque empezó su carrera solista”, señala. Contópulos inició su romance con la guitarra imitando a Heredia pero luego su formación fue muy amplia. Tuvo el privilegio de estudiar con un gran pedagogo como Tomás Pomilio y con discípulos de él, obteniendo el título de Profesor Superior de Guitarra en el Conservatorio, a lo cual deben sumarse cursos de canto, armonía y composición. El paso siguiente fue la creación del Cuarteto Zenta, que en 1967 se consagró como mejor grupo nacional en un certamen de canal 7. De este modo, llegó la hora de volcarse definitivamente a la música, ya que el premio consistía en contratos para grabar y actuar en radio y televisión.

La carrera del guitarrista alcanzó mayor repercusión cuando integró un conjunto vocal muy renombrado en los 70 y los 80, el Quinteto Clave (1971-1983). Todos sus miembros eran cantantes y músicos profesionales que habían estado en otros grupos. Su repertorio se focalizaba en el folklore latinoamericano, toda una innovación para la época. “En ese momento había un apogeo de los grupos vocales en el país. Fue una linda etapa porque hicimos buena música y viajamos bastante por Europa. A nuestra línea la llamábamos canción testimonial porque implicaba dar testimonio de lo que sucedía. Grabamos dos discos y participamos en uno de César Isella dedicado al poeta Pedroni”, recuerda emocionado. Contópulos se refiere a las razones del fin del grupo: “La decisión de disolverse pasó por lo artístico, sentíamos que ya se había cumplido un ciclo. Fueron doce años de desarrollar todo un proyecto que ya se había agotado”. Posteriormente conformó el Dúo Arcón -donde él cantaba como solista- con la flautista Flavia Casanova, quien luego sería su esposa. Este dúo, que duró hasta el 2000, no trascendió tanto en Argentina porque actuaba más en el exterior. Si bien grabaron un solo disco, fue una etapa próspera en la cual ofrecieron conciertos en varios países europeos con un repertorio totalmente argentino de tango y folklore.

El compositor se muestra impetuoso al aludir a la imposibilidad del ascenso de nuevos valores en el tango y el folklore debido a la escasa difusión que dichos géneros tienen en los medios. “Cuando uno viaja, identifica al instante de qué país se trata por la música que escucha en la radio. Acá, no: se emite música extranjera. Hay grupos excelentes que deben costearse su propio disco porque ningún sello quiere arriesgarse a producirlo. La música nacional es nuestro patrimonio cultural, por lo tanto, deberían destinarse recursos para fomentar su divulgación”, propone. Asimismo, se alarma ante la defectuosa educación que hace que los adolescentes ignoren a verdaderos símbolos de la música argentina: “Les nombro a Yupanqui, a Piazzolla, y no tienen idea de quiénes son. ¡Cómo ningún maestro les hizo escuchar a Yupanqui! No está mal que escuchen rock pero deberían conocer todo. No se puede amar aquello que no se conoce”.

Para Contópulos, la música representa una forma de vida que demanda una gran dosis de energía. Por otra parte, invoca el concepto de que la formación académica no alcanza, un músico popular debe interiorizarse de la problemática social de su país, si no, se le anula su capacidad de expresión. La otra faceta en la trayectoria del concertista es la docencia, a la cual considera una vocación. “Como siempre me aboqué a la música argentina, siento la necesidad de ser un eslabón más en la cadena que va manteniendo viva la cultura nacional y, a través de la enseñanza, entregar aquello que recibí”, afirma con humildad.

Desde el 2000 está tocando solo. Prefiere brindar pocos espectáculos en el año pero que tengan que ver con su esencia artística, y no salir a actuar por un imperativo económico. Habitualmente, vocaliza, practica y estudia obras nuevas para mantener el nivel de excelencia en el escenario. En la actualidad, se presenta una vez por mes en el Café de Los Angelitos en el marco de los homenajes que se les rinden allí a distintas personalidades del tango.

Laura Brosio

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