domingo, 29 de septiembre de 2024

HISTORIA Y...


A los mayores nos gusta,
cuando podemos, disfrutar de la
vida y a pesar de los achaques, a
veces hasta patear una pelota, y
es ahí donde nos damos cuenta
que el cuerpo no está para eso.
¿Y qué podemos hacer en
cambio de esto?
ofrecerles a los jóvenes contarles historias de nuestros pasos
por la vida; ahí es cuando nos damos cuenta si disfrutamos o sufrimos el paso del tiempo; por
eso hay que escribir lo que sabemos, que para algunos estará mal
y para otros bien, por eso conviene cronológicamente contarles
(en este caso) mi experiencia personal, no por haber leído, sino
por haber vivido; es desde 1951
hasta la fecha que lo voy a hacer.
En nuestra época de pibes
uno de los pocos disfrutes sanos
era jugar a la pelota en las calles
o potreros del barrio (Almagro,
en mi caso particular), o ir a la
plaza (no había tele por esos
años). Recuerdo que en las plazas
había carteles que decían “los
juegos son para los niños y los
mayores deben cuidarlos”. Nos
cuidaban los vecinos, las familias
de otros chicos y hasta el poli de
la cuadra.
Cuando ya fui creciendo, la
gente común se compraba un terrenito en la provincia y se hacía
una casa modesta, pero cómoda y
linda. A los que no les alcanzaba
el dinero, ponían una prefabricada. Eran momentos de alegría
compartida entre vecinos, tanto
pobres como clase media, tanto
argentinos como tanos, rusos, gallegos y no se hacía diferencia de
ningún tipo, todo eso sin grieta
alguna.
Por eso, es que no cambio para nada el actual tipo de vida por
el anterior; no reniego de la tecnología ni de la ciencia, ni de la
medicina; eso va por otro lado.
Lo que quiero decir con esto es
que el ser humano se ha convertido en una máquina de odiar,
tanto que se olvida de ser feliz y
poder compartir sus alegrías y
tristezas con sus pares.
A mí me emociona ver que
los pibes puedan conocer el mar
por primera vez y lo que les genera estar frente a él. Entonces
empiezan los medios a comerles
la cabeza a los ciudadanos con
frases como “vacacionan con la
nuestra”, etc., y se olvidan que
hay gente (no pibes) que no pueden conocer ni el mar ni otro tipo
de vida que les aliviane tanto el
alma, como el cuerpo.
Corolario: con frases como
“mal no hagas, miedo no tengas”,
“no le hagas a los demás lo que
no te gusta que te hagan a ti”,
“una cosa es el hambre y otra el
apetito”, y podría seguir.
Y, por último, les diría que
disfruten y dejen disfrutar a los
demás, que así sería una sociedad
con menos maldad, más bondadosa y más justa.

Roberto Pujol



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