El hombre criado en la selva cree que el palo borracho, al contrario de lo que se puede suponer por la forma del árbol, representa la figura de una mujer cuyo cuerpo se fue formando en tres períodos de vida: la juventud, en la que el árbol muestra su tronco con la esbeltez; el de la plenitud, en el que el mismo muestra las formas de la mujer en su vigor espiritual y físico, y la vejez, en la que el árbol muestra las formas maduras de la matrona, reposada. Por esto a este extraño árbol, con forma de botella, ciertas tribus de la zona del río Pilcomayo, lo llaman “Mujer” o “Madre pegada a la tierra”.
La leyenda
cuenta que en una antigua tribu de la selva, vivía una jovencita muy bonita, a
la cual codiciaban todos los hombres. Pero ella sólo amaba a un gran guerrero.
Y se enamoraron profundamente. Hasta que cierto día la tribu entró en guerra.
Él partió a la contienda y ella quedó sola prometiéndole amor eterno. Pasó
mucho tiempo y los guerreros no volvían. Sólo mucho después, se supo que ya no
lo harían.
Perdido su
amor, la joven cerró todo sentimiento pues la herida abierta en su corazón ya
no podría sanar. Se negó a todo pretendiente. Una tarde se internó en la selva,
entristecida, para dejarse morir, y así la encontraron unos cazadores que
andaban por allí, muerta en medio de unos yuyales. Al querer alzarla para
llevar el cuerpo al pueblo, notaron, asombrados que de sus brazos comenzaron a
crecer ramas y que su cabeza se doblaba hacia el tronco. De sus dedos
florecieron flores blancas. Los indios salieron aterrados hacia la aldea.
Unos días
después, se internaron los cazadores y un grupo más al interior de la selva y
encontraron a la joven, que nada tenía de muchacha, sino que era un robusto
árbol cuyas flores blancas se habían tornado rosas. Comentan que esas flores
blancas lo eran por las lágrimas de la india derramadas por la partida de su
amado y que se tornaban rosas por la sangre derramada por el valiente guerrero.
“El mito, la leyenda y
el hombre - Usos y costumbres del folklore”, por Félix Molina-Tellez
Editorial Claridad, primera
edición, Buenos Aires, 1947
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