El dispositivo mediático argentino utilizó la falta de condena a las prácticas autoritarias del presidente Ortega para castigar al gobierno nacional por no alinearse al repudio mundial. La presión dio resultado, y la Cancillería argentina se alineó con el resto de los países. Pero poco parece importarle las críticas al presidente Ortega, que volvió a hacerse reelegir en Nicaragua, mientras sus principales competidores no pudieron presentarse al comicio por estar encarcelados.
El quinto mandato del matrimonio presidencial arranca
sin oposición a la vista. Quedó muy lejano en el tiempo aquel estallido de 2018
que conmovió los cimientos del país centroamericano. El otrora líder
sandinista, dejó de lado la épica revolucionaria
y se hizo reelegir nuevamente, acomodando las leyes que limitaron cualquier
tipo de oposición importante.
El único argumento de Ortega es agitar el
fantasma de la intervención yanqui, que no deja
de tener su lógica, ya que toda Centroamérica atesora tristes recuerdos del
paso de los marines por sus playas. Aún así, el argumento no alcanza y el presidente se ve obligado a apelar a la represión y al
autoritarismo para sostenerse en el poder.
Es verdad que la oposición no ha logrado armar
un bloque sólido. No lograron canalizar la rebelión del 2018 en ningún armado
político potable. Muchos de sus cuadros organizan la resistencia desde el
exterior. Poco le importa esto al Gobierno, que ya eligió el aislamiento
internacional como estrategia para blindar su poder.
Hoy Nicaragua está gobernada por el matrimonio
presidencial. El presidente Ortega está siempre asistido por su esposa, Rosario
Murillo, a quien se le atribuye haber dado la orden de represión en 2018.
El Frente Sandinista de Liberación Nacional se transformó en un sello y
su impronta revolucionaria quedó en el museo. Si Ortega logra sostenerse, es
porque el poder económico lo banca como garante del sistema. El mayor misterio
es como seguirá este orden, el día que el presidente,
de frágil salud, no pueda seguir en el poder.
Pablo Salcito
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