1914. Nace Julio Cortázar
Julio
Cortázar nace en Bruselas. Vivió en Buenos Aires hasta 1951, cuando se
instaló en París. Libros de cuentos como Bestiario, Final
del juego, Las armas secretas, Historias de cronopios y
de famas y Todos los fuegos el fuego lo convirtieron
en un escritor de renombre. La publicación de Rayuela,
en 1963, lo catapultó como uno de los autores del Boom de la literatura
latinoamericana. Otras novelas son Los premios, 62/Modelo
para armar y Libro de Manuel. Pudo volver a la Argentina
en diciembre de 1983, con el regreso de la democracia, y falleció el 12
de febrero de 1984 en París.
Cuando Cortázar irrumpió en la cárcel de Devoto en medio
de la noche para donar el dinero de su última novela a los presos políticos
Cuenta la leyenda que cayó a las tres de la mañana. Contaba
él que no lo revisaron porque el guardiacárcel no tenía la menor idea de quién
era y un policía le dijo, a modo de advertencia pero sin especificaciones, que
lo hiciera pasar si no quería salir en los diarios al día siguiente por no
haber dejado entrar a Julio Cortázar. La primavera democrática del 73 —que no
sería más que un suspiro— se olía de un lado y del otro de las rejas tras las
que el escritor tenía amigos por una causa compartida. Así fue la noche en que
Cortázar despertó a Paco Urondo y a Pedro Cazes Camarero con una sorpresa
Julio Cortázar
“Agonizaba la dictadura de Lanusse y yo estaba preso en la
cárcel de Villa Devoto. Ya habían tenido lugar las elecciones y faltaba poco
para que asumiera Cámpora. Dormíamos. Eran las tres de la mañana cuando un
guardiacárcel me despertó. En una piecita con un sofá desvencijado esperaba
Paco Urondo, restregándose los ojos. También a él acababan de despertarlo.
“Oiga”, dijo Paco al yuga que acababa de llegar conmigo: “¿Qué pasa?”. El
sujeto se rascó la cabeza. “No sé, don”, confesó. “Uno alto”. Irrumpió un oficial
con unos papelitos. “¿Ustedes son amigos de este Cortázar?”. Nos miramos con
Paco. “Sí”. “Bueno, firmen la autorización de visita”.
Julio Cortázar nació el 26 de agosto de 1914. Desde
que Cortázar se convirtió en Cortázar se han escrito —y se seguirán
escribiendo— infinitas líneas sobre el cronopio favorito de todos —o de
muchos—; sobre su casa —aquella que estaba tomada y también aquella donde pasó
los últimos años en Buenos Aires, antes de exiliarse en París, ubicada en la
calle Artigas del barrio Rawson (Agronomía) llamado, también, “barrio
Cortázar”—; sobre los bares en su honor —como Rayuela, aledaño a esa casa de
calle Artigas, o el Café Cortázar, en Palermo—; sobre los universos
maravillosos a los que conduce su prolífica y prodigiosa obra.
Si este texto fuese a sumar más líneas sobre alguna de esas
aristas, inagotables, por las que se puede recordar o intentar abarcar un
fragmento de Cortázar, quizás podría empezar con unas instrucciones para subir
una escalera, para llorar o dar cuerda a un reloj. O hablar de los extraños
comportamientos de los cronopios y las famas. Sin embargo, en el día de su
cumpleaños, esta historia busca otro recuerdo, otro homenaje: mostrar a
Cortázar como amigo. Y como argentino. Mostrar eso que Pedro Cazes Camarero
—periodista, escritor, docente, investigador, ex militante político del Partido
Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y de su brazo armado, Ejército
Revolucionario del Pueblo (ERP)— recuerda que al escritor le encantaba
generar en los demás: asombro.
—Él no tenía mucha conciencia de la sensación de
estupor que producían muchas de sus actitudes. ¡Te salía con cosas
más raras!
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