LA CASA DE LOS PAVOS REALES RIVADAVIA 3216
Cuando
camines por el rioba, te recomendamos: mirar hacia arriba
No las vemos, pero nos ven. Nos observan en silencio desde las alturas.
Impávidas, sufrientes, jubilosas, bucólicas, dulces o sarcásticas, un
exhaustivo abanico de emociones queda rotundamente ilustrado por las máscaras
que adornan los edificios de la ciudad de Buenos Aires. Son rostros atravesados
por cables de alumbrado, por caca de paloma, por hollín, ramas y musgo.
Enmarcados por hojas de acanto, laureles, flores, velos, racimos de uva y peinados
variopintos hasta el disparate morfológico, los retratos son el detalle
figurativo por donde el edificio se asoma a la vida pública y, al mismo tiempo,
resguardan una intimidad casi infranqueable. Es que la máscara inmoviliza la
expresión de tal manera que nos hace sospechar que debajo hay gato encerrado.
Todo gesto sostenido estática y largamente se vuelve máscara, fachada.
Querubines, leones, faunos, cerdos, muchachas, calaveras, diablillos y todo
tipo de especímenes mitológicos o terrenales es lo que Sergio Kiernan se
ha dedicado a inventariar fotográficamente en su extenso deambular por la
ciudad. Y el resultado quedó compilado en Las máscaras de Buenos Aires,
un libro maravilloso y subyugante, publicado este año por la Comisión para la
Preservación del Patrimonio Histórico Cultural de la Ciudad de Buenos Aires.
Allí, un millar de rostros esperan ser mirados para auscultar nuestros secretos
mejor guardados.
Solemos transitar la urbe de manera programática. Los viajes que
emprendemos son de un punto a otro, un camino segmentado por estaciones de
subtes y paradas señaladas de antemano, en donde nuestra voluntad no tiene
mayor cabida que la de decidir dónde bajarse. Lo que sucede en el medio es lisa
y llana rutina, conformada por guiños de semáforos, esquive de peatones y
autos, sorteo de baldosas levantadas y rodeos de obras en construcción, que
convierte el desplazamiento en una especie de carrera de obstáculos, una
coreografía vertiginosa a la que nos acostumbramos tanto que ninguna cosa nos
sorprende, pues lo excepcional ya se ha vuelto regla. El tránsito que propone
la ciudad, excepto que seamos turistas a salvo de paquetes turísticos, es un
tránsito pautado y casi siempre anodino. La mirada se dirige a las cosas que
vamos dejando atrás con el alivio que implica acercarnos a la meta. No miramos
los rostros que viajan con nosotros en el transporte público. No miramos la
cara del colectivero, ocupados como estamos en embocar la tarjeta SUBE en la
pantallita del artefacto-lector.
Sergio Kiernan rompió esta rutina para generar otro tipo de rutina, no
menos utilitaria, pero donde la poesía y una suerte de anacronismo militante
tienen cobijo: durante años se dedicó a caminar la ciudad bajo la guía de la
mirada distraída y elevada. El objetivo: descubrir y documentar las máscaras en
los edificios de Buenos Aires, tan expuestas como ignoradas. Así confabuló una
colección de máscaras insólita y riquísima que incluye un amplio arco social:
desde los ornamentados palacetes del centro y norte de la Ciudad, firmados por
famosos arquitectos, hasta las casas modestas en las que los capataces o
maestros mayores de obra replicaban las ricas mansiones adaptándolas a sus
posibilidades materiales y sumándoles nuevos ingredientes.
Verónica Gómez
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