EL 28 DE ENERO DE 1977
MUERE A LOS 87 AÑOS BENITO QUINQUELA MARTÍN,
PINTOR POPULAR DEL PUERTO DE LA BOCA DEL RIACHUELO
La pintura, como la música y las letras, apelan a la imaginación y la intuición del artista más que al intelecto a fin de plasmar una espontánea y auténtica obra, que llega a ser representativa.
Las distintas escuelas pictóricas, sean abstractas, impresionistas o no figurativas, son todas valiosas, pero la pintura de Quinquela tiene un componente adicional que refleja un pintoresquismo particular: el paisaje de una época en lo que fuera su patria chica, La Boca.
Pintará su aldea con el pincel, pero también con el corazón, tal como él lo percibía. Pintará el puerto, sus barcos, sus puentes y sus muelles, los trabajadores sudorosos y sacrificados. Todo con vigor y expresión genuina; todo eso plasmará Quinquela en la tela y lo difundirá por el mundo.
SU ALDEA
Pinta tu aldea y pintarás el mundo
No es casual que muchos consideren a La Boca como una república simbólica, que posee una fisonomía y una personalidad diferente al resto de los barrios porteños, porque allí se radicaron inmigrantes de diversas procedencias y orígenes, aunque mayoritariamente genoveses.
Llamada a los comienzos La Boca del Riachuelo, pasó con el tiempo a designarse simplemente La Boca, un sitio de tierras bajas e inundables al punto que en tiempos lejanos los vecinos colgaban un bote en la puerta de las viviendas, para las frecuentes emergencias. Poblada más adelante de astilleros, saladeros, almacenes de lanas y depósitos diversos que se entremezclaban con pulperías y humildes viviendas, se convirtió en “el primer puerto natural de Buenos Aires”. A pesar de la escasa profundidad de sus aguas y los bancos de arena que frecuentemente se formaban y entorpecían la navegación, el puerto continuó activo por más de tres siglos, desde el XVI hasta comienzos del XX.
Con la construcción de Puerto Madero comienza su declinación, hasta convertirse en cementerio de barcos abandonados, algunos hundidos, y receptáculo de todos los desechos industriales de la cuenca del Río Matanza, bajo los efectos de un inescrupuloso comportamiento fabril.
Sin embargo La Boca se perpetuó como el símbolo de un barrio diferente, con el antiguo puente transbordador, los botes cruzando pausadamente el fangoso cauce, los típicos cafetines y las concurridas cantinas. El Pasaje Caminito, la Vuelta de Rocha, los museos y los puestos de venta artesanales, la convirtieron en un lugar de primerísimo interés turístico internacional.
Sus habitantes, a pesar de los sinsabores propios de su condición humilde, fueron siempre alegres, divertidos y ruidosos, aunque a su vez melancólicos y sufridos, y conservaron el dialecto propio, xeneixe (nombre derivado de “genovés”). Esa forma de ser quedó reflejada en la fachada de sus casas de chapa acanalada, que resaltaron con vivos colorinches, producto de la combinación de sobrantes de pinturas que los marineros traían a sus hogares, porque siempre la pintura fue un elemento costoso, fuera del alcance de aquella buena gente.
Allí se editaron diarios locales, se fundaron clubes, y de allí surgieron artistas, poetas, y pintores.
SU INFANCIA
Debió haber nacido el 1 de marzo de 1890, la fecha exacta hubo de calcularse por aproximación, ya que fue abandonado el 20 de marzo de aquel año en la Casa de Expósitos de las Hermanas de la Caridad, con una nota que decía: “Este niño ha sido bautizado con el nombre de Benito Juan Martín”. Los médicos determinaron que debía contar con veinte días de vida.
Pasó sus primeros seis años en el Orfanato, hasta que fue adoptado por el genovés Manuel Chinchella y su mujer Justina Molina, una entrerriana de Gualeguaychú, de sangre india. El matrimonio poseía una carbonería en la calle Irala al 1500. A los siete años lo anotaron en la Escuela Primaria Berutti, de la calle Australia (actualmente Quinquela Martín) 1081. Allí cursó los primeros tres años, pero abandonó la escuela para ayudar a sus padres en el negocio.
El físico robusto del padre le permitía cargar de a dos bolsas de 50 kilos en el puerto, y redondear los ingresos del hogar. Por su parte el niño, a pesar de su poco afortunado físico, debía acarrear las bolsas de carbón encargadas por los clientes.
En ese entonces el puerto de La Boca era el mercado del carbón de toda la ciudad, y el carbón era el combustible de casi todos los hogares.
SU ADOLESCENCIA
La Boca era entonces una de las principales concentraciones obreras del país, y la demanda social no se hizo esperar en un ambiente político caldeado. Benito no era ajeno a esta realidad. A los 14 años participó de la campaña que en 1904 llevó a Alfredo Palacios al Congreso Nacional (el primer diputado socialista de América) y en 1908 firmó el Manifiesto de la huelga portuaria, por el que se consiguió la jornada de 8 horas de trabajo y la reducción del peso de las bolsas a un máximo de 70 kilos.
A su vez, a la misma edad comienza a cursar la escuela nocturna de pintura. A los 17 se inscribe en la sociedad Unión de La Boca, donde funcionaba el Conservatorio Pezzini Sttiatessi. Allí toma lecciones de dibujo y pintura con el maestro Lazzari, clases que alternaba pintando los días domingo paisajes en la Isla Maciel.
Así recordaba Benito cómo aprendió de su maestro la libertad de expresión, más que los aspectos académicos: “Además de antiacadémico, yo era un pintor fácil y rápido cuando pintaba lo mío. La facilidad me la daba el tema. El puerto, los barcos, el río, las grúas, los astilleros, los obreros, la vida afiebrada del trabajo, eran temas que yo llevaba adentro y los trataba con facilidad.”
Mientras que su padre no miraba con buenos ojos su afición por la pintura, la madre lo alentaba incondicionalmente, por lo que en algunos períodos se aleja de su casa. Hacia sus 20 años, la carbonería y el puerto deterioraron su salud. En 1912 le diagnostican un principio de tuberculosis, por lo que debe buscar en Córdoba aires serranos purificadores como para restablecerse.
Ya recuperado y de vuelta en La Boca, comienza a pintar con ímpetu renovado. Instala su taller en los altos de la carbonería, por entonces en Magallanes 885/89, convencido de que su pintura debía reflejar la vida y el ambiente del barrio. Es en ese momento cuando cambia la grafía de su apellido Chinchella por la castellanización fonética, Quinquela.
Con las primeras ventas que hizo en su viaje a España, compra la casa para sus padres, según él mismo relató: “Además de seguir trabajando compré la casa de Magallanes 887, donde mis viejos seguían atendiendo su carbonería, por entonces en estado de quiebre. Compré la carbonería y regalé la casa a mis padres adoptivos. La compra la hice con el dinero que gané en España. Aquella casa era un regalo que España me había hecho a mi, y que yo transferí a mis viejos”. Vivió con ellos hasta que fallecieron, a la edad de 78 y 84 años.
SU OBRA
Comenzó a alternar su vida entre el trabajo y la pintura, en el muelle o en la Isla Maciel y “…la Isla Maciel era algo así como un Tigre en miniatura, yo iba a ella a pintar perales y durazneros en flor...” contaba Quinquela. Definitivamente se transformaría en “el pintor del Riachuelo”, el más popular de los pintores argentinos.
Sus obras portuarias reflejan una fuerte expresión del vigor y la aspereza de la vida y el trabajo en aquella verdadera aldea dentro de la ciudad. Así es como su pintura estuvo centrada en la figura del trabajador del puerto, cargando bolsas, subiendo y bajando de los barcos; el cuadro se transformaba entonces en una ventana abierta a una cruda realidad.
Fue en la Peluquería de Nuncio Nicífor, un lugar de la calle Olavarría donde se daban cita poetas, pintores y músicos, y en la Sociedad Unión de La Boca, que Benito conoció a Arturo Maresca, Juan de Dios Filiberto, Fortunato Lacámera, Facio Hebequer, Santiago Stagnaro y muchos otros artistas y hombres de letras. Excluido como artista del Salón Nacional, creó junto a Agustín Riganelli, José Arato, Juan Brignardello, Alfredo F. Sturla y Juan Grillo, el llamado “Salón de Recusados”, los no comprendidos en el concepto oficial de pintor. En efecto, la academia para Quinquela era “…una cosa fría, calculada, rígida, pero la belleza es otra cosa. Yo no digo que la academia no pueda producirla, pero sí que puede lograrse una obra bella sin sujetarse demasiado a las exigencias académicas”.
Tras leer los pensamientos de Rodin en la obra El Arte, se identificará con aquella forma de ver la expresión artística, natural y fluida.
Hacia 1920 comienza las giras por el exterior, donde expone sus obras y se vincula con figuras relevantes de la pintura y la intelectualidad del momento, pero como supo decir más tarde Aníbal Troilo de sí mismo, Quinquela tampoco nunca se fue de su barrio, lo llevaba a cuestas y reiteradamente regresaba a él. Por eso decía: “Y cada vez que partí llevé conmigo la imagen de mi barrio, que fui mostrando y dejando en las ciudades del mundo. Fui así como un viajero que iba con su barrio a cuestas. O como esos árboles trasplantados que sólo dan frutos si llevan adheridas a sus raíces la tierra en que nacieron y crecieron”.
Expone en Roma, en el Palazzo della Exposizione, en París, Madrid y otros centros de la pintura mundial. Su último viaje lo llevó a Gales y a Londres, en esta ciudad se encuentra su cuadro Puente de la Boca, obra que donara el presidente Alvear a Eduardo de Windsor.
Hoy, distintos museos del mundo exhiben obras de nuestro pintor boquense, en Brasil, Francia, España, Estados Unidos. El Museo de Arte Moderno de Madrid adquirió dos de sus obras, Buque en reparación y Efecto de sol. En Nueva York, en el Museo Metropolitano, se pueden ver sus cuadros Día de sol y Día gris en La Boca, mientras que en Luxemburgo se exhibe uno de sus cuadros más famosos, Tormenta en el astillero.
En Buenos Aires fue elegido para decorar la Escuela Museo Pedro de Mendoza; además, por encargo del Ministerio de Obras Públicas decoró murales en el Ferrocarril Suburbano y en otros lugares de la ciudad.
En 1920 recibió el Segundo Premio del Salón Nacional.
SU LEGADO
En la plenitud de su carrera de pintor compra los mejores terrenos del barrio para edificar una escuela para 1.000 niños, también con un lactario en el que las amas de leche alimentarán a niños humildes y abandonados, un jardín de infantes, una escuela de artes gráficas, y otro terreno para el Instituto de Odontología Modelo.
El actual Museo de Bellas Artes de la Boca es una donación de Quinquela, que donó con la sola condición de que no ingresen al lugar obras abstractas, no figurativas y futuristas, para garantizar así lo que él entendía como cultura popular figurativa.
Para estos días, lo que fue la carbonería paterna de la calle Magallanes 887 luce transformada en un salón de arte.
Miguel Eugenio Germino
FUENTES
-Diario Clarín, domingo 28 de enero de 2007.
-http://biografias-madelanede.blogspot.com/2009/09 benito quinquela…
-http://es.wikipedia.org/Wiki/Benito–Quinquela--Mart%C3
-http://www.barriada.com.ar/boca.htm
-http://www.easybuenosairescity.com/biografias/quinquelamartin.htm
-http://www.taringa.net/posts/imágenes/164418/Beenito-Quinquela-M…
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