jueves, 1 de noviembre de 2018

EL HOTEL GARAY


El antiguo Hotel Garay de Bermejo y Rivadavia





Los alrededores del amplio espacio que ocuparon los Corrales de Miserere se fueron poblando lentamente con construcciones emblemáticas de las que algunas aún persisten como patrimonio histórico de un rico pasado que muchas veces se destruye en beneficio de obscuros intereses comerciales.
De corrales pasaron a Mercado de Frutos del Interior, luego 11 de Septiembre, donde las carretas acercaban a la urbe los productos regionales traídos del interior tras agotadoras semanas de viaje por caminos precarios de tierra, intransitables en épocas de lluvias.
La cronología histórica de este entorno data de mediados del siglo XVIII, con los mataderos y quintas como la de Miserere (1778). Hacia 1775 comienzan a funcionar autorizados por el Cabildo de Buenos Aires los corrales y mataderos, que luego tomarían el nombre de la Quinta establecida por Antonio González Uría y su sobrino González Varela (apodado Miserere). Más hacia el oeste, a la altura de la hoy Urquiza-Jean Jaurés, corría un arroyo, donde un precario puente facilitaba su cruce.


En 1850 se lo conoce como Mercado del Oeste.
En 1854 se funda la Sala de Comercio de Frutos del país del Mercado Once de Septiembre (actual Bolsa de Cereales).
En 1873 se inicia la construcción de la Recova del Once.
En 1896 se inaugura la Estación Terminal del Ferrocarril Oeste.   
En 1909 se inaugura la primitiva Agencia N° 5 del Banco de la Nación Argentina (Av. Rivadavia 2818).
En 1913 se inaugura el subterráneo del Anglo (actual Línea A), teniendo como cabecera provisoria la Plaza Once.
En 1932 se inaugura el Mausoleo a Bernardino Rivadavia.
En 1947 se restituye el nombre original de Plaza Miserere.

Este espacio comenzó a delinearse y abrirse al público a partir de 1882, tras la Exposición Continental a la que asistieron países de América, Inglaterra, Alemania y Francia.
Terminada aquella exposición el 23 de julio, el Intendente Torcuato de Alvear proyecta la construcción de una plaza por sobre la superficie que ocupaba el Mercado Once de Septiembre; dentro del proyecto se preveía construir arquerías en las calles que cuadran a la futura plaza.



En un principio abundaron, entre los comercios asentados en la zona, molinos, ferreterías, corralones y depósitos de vinos y a partir de la inauguración de la gran estación terminal del Ferrocarril de Oeste en 1896, el perfil comercial de la zona comenzará a modificarse emplazándose cafés, tiendas y hoteles de diversa índole, algunos precarios, y otros como el que nos ocupa, el “Hotel Garay” construido hacia los años 1908/09, obra del ingeniero italiano, oriundo de Florencia, Icilio Chiocci.
De importante estructura y vistosa fachada en la esquina NO de la entonces Rivadavia 3301 y Bermejo (hoy Jean Jaurés), este edificio muestra su gran elegancia y armonía, correspondiente al art-nouveau italiano, conocido también como Liberty o Floreale, que tuvo su origen en la Esposizione di Torino de 1902.
Según estudios realizados, este estilo fue menos aplicado en Italia a edificios que a decoraciones y objetos, y se presume que hubo más muestras en Buenos Aires que en su país de origen. Se atribuye este hecho al fuerte apego de ese país a las tradiciones, sobre todo en la arquitectura.
Tampoco en Buenos Aires este tipo de diseño fue patrimonio de la gran burguesía nacional, ya que es casi imposible encontrar el art-nouveau en los palacetes porteños del Barrio Norte y zonas aledañas. Su estilo tuvo preponderancia principalmente en los petit hoteles de Congreso, Balvanera y Caballito, donde estaban afincadas las familias de la incipiente clase media de comerciantes e industriales también de origen italiano.
Pero volviendo a nuestro hotel, hoy cerrado a pesar de su belleza, su futuro es incierto pese a tener bien ganado un lugar en el patrimonio arquitectónico de un Buenos Aires que se fue escurriendo de la historia.
Como puede observarse desde la calle, la carpintería de las ventanas y el dibujo de las rejas de los balcones responden a diseños clásicos del modernismo, aunque no se cuenta con información sobre su interior ya que se encuentra cerrado. Tal vez no resultara rentable su explotación como hotel, o por otras razones quedó abandonado a su suerte y el tiempo y la falta de mantenimiento hicieron lo suyo, resultando su restauración además de costosa de difícil compatibilidad a los decenios originales.
Vale sin embargo señalar los rostros femeninos en la mampostería ubicada sobre las ventanas, con su imperceptible sonrisa casi irónica que curva apenas sus labios, y sus ojos miran de frente. Estas no han envejecido, vieron aparecer y desaparecer los carros y los tranvías, y también vieron las jadeantes excavadoras que abrieron el túnel para el primer subterráneo de Sudamérica, el hoy denominado vulgarmente Línea A.
Aunque ya no sorprende, es de lamentar el estado de degradación de muchas de las fachadas arquitectónicas de la zona, que contrasta con la estructura del Palacio del Congreso Nacional, ubicado a pocas cuadras tal vez una alegoría de nuestros tiempos algo inimaginable en cualquier otra importante capital del mundo.
Como dato curioso, vale la pena observar los detalles, que sabiamente no tienen la cargazón y barroquismo de otros de similar origen, quizás de mayor fama, pero de menor elegancia. Hay algo, además, que este viejo hotel trasmite, es tal vez simpatía, algo que nos habla de un pasado más amable, más familiar, de cosas que, entre tantas otras se han perdido, sin duda para siempre, pero que no hemos olvidado del todo.
El hotel que ya no funciona como tal mantiene la estructura, de gran elegancia y armonía, conserva detalles que en construcciones similares suelen estar intervenidos o ausentes y que hacen de este edificio una joya del art nouveau porteño, según define la ANNBA (Asociación Art Nouveau Buenos Aires).
El proyecto original de la construcción consistía en levantar un edificio de renta, con habitaciones para vivienda en alquiler, respondiendo a la filosofía dominante de la época que se expresaba en la idea de economizar los espacios para sacar el mayor y mejor aprovechamiento. La antigua foto de 1910 muestra la tienda de muebles que ocupaba el ángulo de la entrada y se extendía en tres bahías sobre la calle Jean Jaurés, y una en Rivadavia y hacia el oeste la entrada del hotel, que funcionaba en los pisos superiores.
El edificio perdió su brillo inicial en la parte inferior por el deterioro de los años, la decoración fuera de estilo de los locales comerciales, el funcionamiento de una playa de estacionamiento, y los espacios tapiados con ladrillos que el año pasado fueron reemplazados por cortinas de metal en la esquina y sus laterales. Al mismo tiempo el local central se puso en alquiler y hoy es ocupado por un negocio de pinturas, cuyos propietarios tapizaron el frente con tonos de color que poco combinan con los originales de la fachada.
Sin embargo, los primeros pisos de la casa aún reflejan algo del esplendor del comienzo y vale la pena observar los detalles, que sabiamente no tienen la cargazón y barroquismo de otros de similar origen y responden a diseños clásicos del modernismo. Sobresalen las combinaciones de líneas y tonos del frente, los círculos que abrazan las aberturas, los sonrientes rostros femeninos ubicados sobre los arcos de la carpintería de las ventanas, el dibujo de las rejas de los balcones que imitan coronitas y una hermosa herrería.
En los últimos veinte años el edificio soportó varias ofertas inmobiliarias de "venta de la excepcional esquina en block" o avisos de alquiler de los locales de la planta baja. También una reestructuración inconclusa hacia el año 2000, a cargo del gobierno municipal de turno que contemplaba la reinstalación de los locales originales que dan a la calle y la restauración interior de los pisos superiores teniendo en consideración las disposiciones originales, por lo que hacía pronosticar su futura apertura, pero todo fue falsa alarma, el hotel continúa cerrado, tapiado y guardando un misterio que tal vez nunca sea revelado.
El ingeniero italiano Icilio Chiocci llegó a Buenos Aires con su familia siendo un niño de siete años de edad, aquí estudió arquitectura y se graduó en 1900. En los comienzos de su actividad profesional trabajó para otros arquitectos italianos con jugosa presencia en al barrio como Colombo, Gianotti y Palanti y más tarde comenzó a desarrollar sus propios proyectos, como el del hotel que nos ocupa.

                                Miguel Eugenio Germino

Fuentes:
-Cutolo, V. Osvaldo, Bs. As. historia de las calles y sus nombres, Elche 1994.
-http://www.barriada.com.ar/Noticias/587La.Recova.del.Once.en.el.barrio.de.Balvanera.por.Jorge.Resnik
-http://www.fervorxbuenosaires.com
-https://www.pinterest.es/pin/530087818617383013/







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