Las dos quintas de la
familia Alén en Almagro y en Balvanera
La quinta de Almagro
LEANDRO ANTONIO ALEN |
La suculenta historia
de la familia Alén, en su paso por estos dos barrios, comienza
a mediados del siglo XVIII, cuando Francisco
Alén nacido en 1736 (abuelo del Leandro que todos conocemos), inmigra al Río
de la Plata, procedente de su Galicia natal, de la pequeña parroquia de Santa Eulalia
de Mondáriz, como tantos otros españoles, atraídos por el deseo de “hacer la América”.
Para ello debió soportar
un largo y penoso viaje a bordo de un barco de tres palos, travesía que tardó seis
meses, toda una aventura difícil de imaginar en los tiempos actuales. ¿Cuantos días
de poder ver solo cielo y agua?
Ya instalado en el barrio
de Almagro, emplazó una pulpería y comenzó a afianzar una posición económica adquiriendo
una quinta de aproximadamente 6 hectáreas, ubicada
(poco más o menos) entre las hoy calles Independencia, Treinta y Tres Orientales, Venezuela y Yapeyú. Se lo consideraba “un hombre de bien”,
ya que oficiaba misas para enterrar a sus esclavos, además de oficios y responsos,
lo que parecía una rareza en aquellas épocas.
En 1789 se casa con María
Isabel Ferrer, una joven de sólo 18 años, matrimonio del que nacen cinco hijos,
entre los cuales se destacará políticamente Leandro Antonio, que adquiriría fama por su trayectoria durante el Gobierno de Rosas, como integrante de la temible “Mazorca”.
Don Francisco fallece
en 1798, dejando hijos pequeños de entre ocho años y cuarenta días.
Veinte meses después
la viuda contraerá nuevas nupcias con Ramón Vera;
al poco tiempo venden la quinta a José Iturramendi, y más tarde es vendida a su
vez a Sinforeana Ramona Candelaria.
Ésta donará los terrenos
donde en 1904 se levantará la Capilla de San Antonio, liderada por el Padre
Lorenzo Massa, que dará cobijo a los integrantes del Club “Los forzosos de Almagro”, origen del Club San Lorenzo de Almagro.
Leandro Antonio Alén
Leandro
Antonio había nacido en Almagro el 12 de marzo de 1795, un niño rubio y de
ojos celestes, quedando huérfano de padre de muy chico, recibió
escasa instrucción. Durante un tiempo se ganó la vida como herrador, matarife, policía
y pulpero; sembraba su quinta, lo que le permitió ahorrar
y comprar solares, levantando casas. A los 30 años, el 30 de
setiembre de 1825, contrajo matrimonio con Tomasa Ponce Gigena (de 17 años, de sangre
indígena), con la que tuvo 8 hijos.
En 1834
Rosas lo designa vigilante 1º de caballo; prestó servicios a las órdenes
del comandante Ciriaco Cuitiño, vinculándose también con Andrés Parra, convirtiéndose
en ferviente adherente al Partido Federal, violentamente enfrentado al bando Unitario.
Naciendo o profundizándose así una de las “grietas” que se mantendrá latente durante
la complicada historia de la política Argentina.
Hacia 1840,
“cuando aquel año moría” según la canción, y Lavalle retira sus tropas de las proximidades
de Buenos Aires, recrudece el enfrentamiento y Alén desplegará una febril actividad,
patrullando a caballo especialmente por las noches la desierta parroquia, en busca
de sus enemigos, embozado en su poncho rojo, estremeciendo a sus vecinos al escuchar
su ronca voz impartiendo órdenes.
Después
formó parte de la Mazorca –Sociedad Popular Restauradora– y a la caída de Rosas se retiró de la ciudad. Cuando el
coronel Hilario Lagos al frente de la revuelta sitiaba a Buenos Aires, se incorporó
a esas fuerzas con otros partidarios federales. Vencido Lagos, regresó a la ciudad
donde fue aprehendido junto a sus compañeros Badía, Troncoso, Cuitiño, Reyes y otros.
Todos fueron
sometidos a un largo proceso por decreto del 11 de agosto de 1853, y con Ciriaco
Cuitiño tomaron como abogado defensor al doctor Marcelino Ugarte, cuyo hijo
hacia el año 1900 sería gobernador de la provincia de Buenos Aires. Pese a la brillante
actuación de éste, se los condenó a muerte.
Las audiencias
se habían llevado a cabo del 19 al 21 de diciembre. La crónica ha documentado que mientras Cuitiño
guardó profundo silencio durante la lectura de los cargos, Alén interrumpía negando
todas las acusaciones. Durante todo el proceso sufrió una profunda depresión moral y material,
debiéndose suspender la confesión por haber padecido una congestión cerebral, según
el informe médico. Se le imputó y responsabilizó del crimen de seis personas.
La sentencia
fue rodeada de un cierto halo de misterio, debido a que la causa pudo ser consultada
nada más que por un reducido número de personas, y lo más escandaloso fue que el
legajo del proceso desapareció, aunque quedan testimonios periodísticos y la sentencia
del juez en lo criminal Claudio Martínez, publicada por “La
Tribuna”, periódico unitario propiedad de los hermanos Varela, en su edición del
30 de diciembre de 1853.
El 29 de
diciembre de 1853, en la desaparecida Plaza de la Independencia del barrio de Monserrat, a las 9 de la mañana, se congregaron seis mil personas para
presenciar las ejecuciones, en una típica escena de la Revolución francesa fue fusilado y luego colgado
públicamente –juntamente con Ciriaco Cuitiño– por las tropas al mando del coronel Tejerina.
La ejecución de los condenados fue acompañada de un sermón expiatorio a cargo del
fray Olegario Correa. El día anterior, en la prisión, testó ante
el escribano Marcos León Agrelo, sirviendo como testigos fray Nicolás Aldazor, Cristóbal
Bermúdez y Salvador Maldonado. En ese documento se revela aparentemente tranquilo
frente a la muerte, embargado su espíritu por un profundo respeto religioso.
CIRIACO CUITIÑO |
Así desaparecía
un hombre que en sus momentos de poderío tuvo en vilo a la parroquia de Balvanera,
en aquellas noches lejanas y sombrías de otro hombre poderoso: Juan
Manuel de Rosas, “El Restaurador”.
Su pequeño hijo Leandro
Alén, de 12 años, habría sido obligado a presenciar
la ejecución, creándole un trauma que lo perseguiría toda
la vida; de aquí en más sería “el hijo
del ahorcado” o “el hijo del mazorquero”, motivo por el cual cambiará
su apellido, sustituyendo la “n” por una “m” y eliminando el acento (Alem).
LEANTRO N. ALÉM |
La quinta de Balvanera
El 13 de
junio de 1842, Leandro Antonio Alén comprará a los menores Natalio y Aniceto Lago, al precio
de $ 55.000, una casaquinta de una manzana cuadrada entre las calles: Rivadavia,
Matheu, Hipólito Yrigoyen y Alberti, quinta enfrentada a la por entonces del “unitario”
Tomás Rebollo, heredero de la quinta de Miserere.
La quinta
contaba con una pulpería (situada en la esquina de Rivadavia y Alberti) –donde hoy una placa instalada por la Junta de
Estudios Históricos de Balvanera la recuerda–, con dos o tres trastiendas, dos casa de alquiler y una exuberante
arbolada, totalmente cercada, empero por su frente pasaba un riacho,
brazo de los famosos “Terceros”, que originaba en los días de lluvia un importante
torrente y un pantano que hacía dificultoso el acceso a la pulpería.
Sin embargo
la ubicación del negocio era inmejorable, próxima al Mercado
del Oeste, al que llegaban carretas y con ellos troperos, carreteros y peones luego de una
larga travesía y con ansias de consumir, divertirse y hasta relacionarse con alguna
“chinita”, cuando el trabajo daba un respiro para concurrir a alguna de aquellas
fondas o pulperías que existían en la zona.
En 1847
el juez de Paz de la parroquia de Balvanera, Eustaquio Giménez, acusó a Alén de
haber atacado al alcalde Jerónimo Moreno y a la familia de éste, por lo que sufrió
dos años de cárcel.
Tras la
muerte de su marido ocurrida en 1853, doña Tomasa fue demandada por los hijos de
Manuel Antonio Lago, quienes alegaban que Alén, aprovechando sus influencias políticas,
había adquirido la quinta a un valor muy inferior al real: $ 55.000, cuando
su valor sería de $ 250.000.
El juicio
finalizó con una transacción por la que se reconoce a los demandantes cuatro cuartos (las manzanas
se dividían en solares, cada uno en cuatro cuartos); en 1856
Tomasa debió hipotecar todos sus bienes, los inmuebles fueron rematados y otras
fracciones testamentadas a sus hijos, con lo que se disuelve esta quinta
–tal vez
la más turbulenta de la zona–, como históricamente
y por diversas razones ocurrió con todas las quintas que durante casi un siglo bordeaban
el ejido de la ciudad, para dar lugar a la expansión de la urbanización hacia el
oeste, para lo que también contribuyó años más tarde el primer ferrocarril y luego
los tranvías.
Miguel Eugenio Germino
Fuentes:
-Alén
Lascano, Luis, Saldía y Alén, en Todo es
Historia nº 99, agosto 1975.
-Bouché
León, Las pulperías un mojón civilizador, San
Telmo, 1970.
-Ensayos
Academia de Historia nº 14: Un juez de la
dictadura, Bs. As. , 1973.
-Primera
Página nº 45, septiembre de 1997.
-Quiroga
Micheo, Ernesto, El mazorquero Leandro
Antonio Allén, en Todo Es Historia nº 302, septiembre
de 1992.
-Rezzónico, Carlos
A., Antiguas quintas porteñas, Interjuntas, 1996.
-http://www.revisionistas.com.ar/?p=10309
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